Valores Morales

La realidad que solo la Fe alcanza

2017-06-30

El propio Dios se vale de los sentidos para hacernos conocer lo que desea, pues,

Por la Hna. María del Pilar Perezcanto Sagone, EP


El propio Dios se vale de los sentidos para hacernos conocer lo que desea, 
pues "Dios provee a todo de acuerdo con la naturaleza de cada uno. 
Ahora, es natural al hombre elevarse a lo inteligible por lo sensible, 
porque nuestro conocimiento se origina a partir de los sentidos".


Difícilmente paramos para reflexionar respecto a un don precioso que Dios nos dio: los cinco sentidos. ¿Cómo sería nuestra vida, nuestro día a día, si ellos nos faltasen? ¿Cómo podríamos relacionarnos con el mundo que nos rodea? ¿Qué actividades seríamos capaces de ejecutar? ¿Cómo adquiriríamos conocimientos?

Imaginemos alguien asistiendo a una pieza de teatro. Mientras recibe noticia de la música mediante los sonidos que le llegan a los oídos, sus ojos ven lo que sucede en el palco, el movimiento de los actores, el desarrollar de las escenas, etc. Por tanto, la audición y la visión están activas. Supongamos, además, tratarse de un teatro frecuentado por personas de elevado status social y que se respira el suave aroma de los perfumes que usan: es la participación del olfato. Y, finalmente, consideremos a nuestro espectador sentado en una silla confortable saboreando un delicioso chocolate francés: tacto y paladar. Podemos concluir, entonces, que esa persona es influenciada por la realidad exterior a través de los cinco sentidos. 1

Santo Tomás afirma que nada existe en la inteligencia humana que no haya pasado antes por los sentidos - "Omnis nostra cognitio incipit para sensu". 2 O sea, los sentidos tienen un papel importante en la vida y en el desarrollo intelectual de todo ser humano. Como dice el Doctor Angélico, ni siquiera los ángeles tienen poder para introducir algo en lo imaginario que los sentidos no hayan percibido anteriormente: "El Ángel actúa sobre la imaginación, no ciertamente imprimiendo en ella alguna forma imaginaria que de ningún modo haya antes sido recibida por los sentidos, pues el Ángel no puede hacer que un ciego imagine los colores".3

El propio Dios se vale de los sentidos para hacernos conocer lo que desea, pues, "Dios provee a todo de acuerdo con la naturaleza de cada uno. Ahora, es natural al hombre elevarse a lo inteligible por lo sensible, porque nuestro conocimiento se origina a partir de los sentidos". 4 Inclusive las verdades reveladas penetran en nuestra alma a través de los sentidos, principalmente a través de la audición, como afirma el Apóstol: "La fe proviene de la predicación y la predicación se ejerce en razón de la palabra de Cristo". (Rm 10,17)

¿Pueden engañarnos nuestros sentidos?

Entretanto existe una realidad mucho más importante que aquella que nuestros sentidos consiguen captar: la realidad sobrenatural.

Todo lo que sucede en la trans-esfera y que los seres humanos son incapaces de percibir - las influencias de los Ángeles y demonios sobre las almas, las gracias que son derramadas sobre los hombres, la propia presencia de Dios en todas partes, etc. - tienen una importancia única en el desarrollo de la historia. Ocurre que muchas veces olvidamos esa realidad pensando que solamente lo que vemos, oímos, olfateamos, palpamos y degustamos es lo que realmente existe.

¡Oh ilusión! Es bajo ese punto de vista que podemos afirmar que nuestros sentidos nos engañan, pues nos muestran apenas la realidad material, escondiéndonos las verdades que nuestra fe nos revela.

Ejemplo elocuente se encuentra en un cántico titulado "Adoro te devote" compuesta por el Doctor Angélico, refiriéndose a la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Eucaristía:

Visus, tactus, gustus in te fallitur,
sed auditu solo tuto creditur:
credo quidquid dixit Dei Filius
nil hoc verbo veritatis verius.

La vista, el tacto, el paladar en Vosotros fallan:
pero solo por lo lo que oigo, creo firmemente.
Creo en todo lo que dijo el Hijo de Dios;
nada hay más verdadero que esta palabra de la Verdad. 5

Vemos, así, que, en el caso del "Pan de los Ángeles", solamente nuestros oídos concuerdan con la realidad cuando oímos las palabras del sacerdote que habla - in persona Christi - al realizar la Consagración: "Este es mi cuerpo" y "Este es el cáliz de mi Sangre". Entretanto, los otros sentidos fallan, pues no nos muestran el gran misterio que se esconde por detrás de las Sagradas Especies.

Hay muchas personas que dicen: "Es absurdo crer en aquello que nuestros sentidos no pueden percibir, pues, ¿quién puede comprobar que existe verdaderamente? Consecuentaemente, tales personas abandonan la fe católica, recusándose a reconocer que el hecho de que sus sentidos externos son incapaces de contemplar tales verdades, no significa, de ninguna manera, que ellas realmente no existan.

Una metáfora usada por Monseñor João Clá Dias 6 ilustra elocuentemente lo que fue dicho: "Vamos a suponer que estamos viajando en un carro y contemplando un bello panorama. De repente, al pasar por un charco, los vidrios del auto se cubren de lodo, y por ello ya no podemos contemplar el panorama. ¿Sería lógico decir que el panorama desapareció, solo porque nuestros ojos dejaron de verlo? Es cierto que no. Lo mismo ocurre en lo que dice respecto a la existencia de Dios y las realidades sobrenaturales: Ellas no dejan de existir porque nosotros, simples mortales, no seamos capaces de contemplarlas.

Alguien podría objetar: Si Dios realmente existe, ¿por qué no permite que lo veamos? San Teófilo de Antioquía responde:

"Dios es experimentado por aquellos que pueden verlo, desde que los ojos de su alma estén abiertos. Todos tienen ojos, pero algunos los tienen obscurecidos y no perciben la luz del sol; y no es porque los ciegos no ven la luz del sol que ella deja de brillar; los ciegos deben buscar la causa de su ceguera en sus propios ojos". 7

Afirma el próprio Santo Tomás, refiriéndose al conocimiento que podemos tener de Dios: "lo que es cognoscible em sí mismo no es cognoscible por un intelecto por exceder en inteligibilidade el intelecto".8

Y acrecienta el siguiente ejemplo: "El sol, aunque sea al máximo visible, no puede ser visto por los murciélagos en razón del exceso de luz". 9

Mons. João Clá Dias 10 explica, citando al Doctor Angélico, que Dios es "sumamente visible", entretanto, así como los murciélagos son incapaces de ver la luz del sol porque ellos no tienen ojos, nosotros no podemos ver a Dios, porque nuestra mirada no tiene esa facultad. "Él es para todos universalmente incomprensible", - declara San Dionisio-, "y no puede ser conocido por los sentidos". 11

Tomás de Kempis nos advierte a ese respecto: "Procura despegar tu corazón del amor a las cosas visibles y aficiónalo a las invisibles: pues aquellos que satisfacen sus apetitos sensuales manchan la conciencia y pierden la gracia de Dios". 12

¿Cuál debe ser, entonces, el papel de los sentidos, en relacion a la fe? Mons. João responde: "Ante la Fe los sentidos tienen que entregarse, tienen que rendirse; nosotros tenemos la obligación de doblar las rodillas, de juntar las manos y decir: "yo acepto". 13

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1 - CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O senso comum e a procura do absoluto. In: Dr. Plinio. São Paulo: Ano VII, n. 71, fev. 2004, p.27.

2 - SÃO TOMÁS DE AQUINO, apud CLÁ DIAS, João Scognamiglio. A fidelidade ao primeiro olhar. São Paulo, 2007. (Arquivo IFTE).

3 - Id. S. Th. I, q.111, a.3, ad.2.

4 - SÃO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. I, q.1, a.9.

6 - CLÁ DIAS. João Scognamiglio. Estamos em Deus e a Ele devemos nos abandonar!: Homilía. São Paulo: 14 ago. 2006. (Arquivo IFTE).

7 - SAN TEÓFILO DE ANTIOQUÍA. In: COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL LITÚRGICA DE MÉXICO Y CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. Liturgia de las horas. 20. ed. Barcelona: Desclée De Brouwer, 2005, v. II, p.217.

8 - SANTO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. I, q.12, a.1.

9 - Loc. cit.

10 - CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Da série sobre a Fé II. Conferencia. São Paulo, 18 nov. 2006. (Arquivo IFTE)

11 - SAN DIONISIO, apud SÃO TOMÁS DE AQUINO. Op.cit. ad. 1.

12 - KEMPIS, Tomás. Imitación de Cristo. Sevilla: Apostolado mariano. [s.d.], p.5.

13 - CLÁ DIAS. Da série sobre a Fé II. Op.cit.



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