Muy Oportuno

Tentación del Poder

2017-07-21

La figura y personalidad de Barrabás es clave, tanto o más que la de Judas, durante...

Manuel Gasperin

La figura y personalidad de Barrabás es clave, tanto o más que la de Judas, durante el proceso que concluye con la sentencia de muerte a Jesús. Es cierto que Judas vendió y entregó al Maestro, pero existía todavía el recurso y la decisión de la autoridad competente. Quizá allá, en el fondo de su corazón, abrigó la esperanza de un juicio absolutorio para Jesús.  Fue una cobarde traición, pero no la condenación definitiva de Jesús. Barrabás, en cambio, obtuvo su libertad a costa de la sentencia a muerte de Jesús.  No fue culpable en esto, sino beneficiario gratuito.

Pilato parece bien pertrechado en argumentos para soltar a Jesús. Pero el político no siempre actúa con lógica, y comienza a ceder: «Le castigaré, pues, y le soltaré» (Lc 23, 16). El pueblo percibe esta debilidad y se envalentona y reclama lo suyo: «¡A Barrabás!» y, ante el asombro y embarazo de Pilato, se escucha el clamor unánime e insistente contra Jesús: «¡Crucifícalo!» (Lc 22 y 23).  No hay duda, pues, de que la libertad de uno condicionó y provocó la condena a muerte del otro.  Es Barrabás el último eslabón que precipita y determina, sabiéndolo o no, la muerte de Jesús.

Pero aquí ocurre un incidente extraño al gobernador: la intervención en grado de advertencia de su mujer. Entre las conversaciones de palacio algo había oído Claudia Prócula acerca de Jesús.  Por monición divina o remordimiento de su conciencia sobre la injusticia que su esposo estaba a punto de cometer, le advierte: «No te metas con ese justo, porque he sufrido mucho hoy en sueños con motivo de él». Extraña advertencia que no tendrá ningún éxito, pues, cuando el juez actúa como político, se cierran los oídos a la verdad; pero no carece el político, aquí por boca de una mujer, de la voz de la conciencia que le advierte de la injusticia.

¿Quién era y qué significa para la Iglesia y para el cristiano la persona de Barrabás en el proceso a Jesús? «Barrabás era un asaltante», leemos en san Juan (Jn 18, 40).  Tanto la palabra griega como el contexto político de la época nos llevan a pensar en un combatiente de la resistencia, un guerrillero activo diríamos hoy, «condenado por revuelta y por homicidio», según san Lucas (Lc 23, 19-25).  Esto le mereció el título de «prisionero famoso», que recoge san Mateo (Mt 27, 16).  No se trata, pues, de un simple ladrón ni de un asesino ocasional, sino de un verdadero cabecilla de la resistencia dispuesto a jugarse la vida contra el poder romano opresor. Es, por tanto, una figura popular libertaria y mesiánica. De ahí que el pueblo no dude en pedir su liberación.

Su mismo nombre apunta en esa dirección. Barrabás significa «hijo del padre» (bar-abbá), nombre que coincide con los nombres de militancia de otros guerrilleros, como Bar-kokeba, «hijo de la estrella», y Teudas (Hch 5, 36), que incluye el nombre de Dios. Algunos manuscritos evangélicos traen el nombre completo, le llaman Jesús Barrabás, es decir, «Jesús, hijo del padre», lo cual contrapondría, hasta en el nombre, a dos mesianismos: el político y violento de Barrabás, y el pacífico y religioso de Jesús. Barrabás sería la contrafigura mesiánica y teológica de Jesús de Nazaret, que decía tener por Padre a Dios (Jn 19, 7).  No es, pues, un prisionero tomado al acaso y por suerte liberado, sino un personaje símbolo que representa el mesianismo opuesto y contrario al inaugurado por Cristo. Es antagonista en el drama.

Todos se confabulan contra el Justo, y cada uno saca partido a su manera y según sus intereses: los jefes religiosos y civiles, en contubernio, obtienen la venganza largamente esperada; el populacho logra su espectáculo; el líder demagogo y violento se sale con la suya y recobra su libertad, la autoridad se lava las manos y logra conservar el poder. El precio de todo esto es la muerte del inocente; todos sacan provecho a costa de Jesús. Esto es lo que ahora se llama «el realismo político». Este esquema se repite constantemente a lo largo de los siglos en la historia de las relaciones de la comunidad cristiana con el poder. Pertenece a la sustancia miserable de la condición humana, y revive con variantes en cada tramo de su triste historia.  Jesucristo sigue siendo la víctima inocente de las intrigas palaciegas y de los grupos de poder hasta el fin de los siglos.

Lo que llevó, en último término y según el proceder humano a la muerte a Jesús, fue el haber escogido un mesianismo distinto y opuesto al que el juego del poder político y demagógico le ofrecían. Jesús no pacta ni se alía con los poderosos, sino que sufre las consecuencia del poder: «Padeció bajo el poder de Poncio Pilato» (Credo), pues «era necesario que el Mesías padeciese y así entrara en su gloria» (Lc 24,26).  En la Pasión se cumple en plenitud la prueba a que Jesús fue sometido por Satanás desde el comienzo de su misión, cuando el diablo le ofreció «todos los reinos del mundo con su gloria» si, postrado en tierra, lo adoraba (Mt 4, 9). Estas pruebas las sufre Jesús en momentos de mayor debilidad: después de un prolongado ayuno, y cuando es juzgado por un gobernante cobarde y ante un populacho enardecido.

Como bien podemos observar, esta misma tentación es la que ha sufrido la comunidad cristiana a lo largo de su historia, siempre que el estado ha querido cobijar su debilidad con el abrazo del poder. Es la tentación que suele presentarse a la Iglesia, y cada vez que ha cedido a ella se ha visto asfixiada en su espíritu y disminuida en su empuje misionero. Ante ningún régimen, sea del signo que sea, la Iglesia no puede ceder ni pactar. Con el Concilio debemos creer y profesar que, «así como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres» (LG 8).

La tentación de apropiarse del poder para beneficio personal, la de mezclar lo político con lo religioso para afianzarse o legitimar el poder, o la de avergonzarse de la fe para evadir compromisos morales, tendrán siempre el signo de una preferencia de Barrabás y el consiguiente rechazo y condena de Jesús.



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