Editorial

La narcodictadura en el abismo 

2017-08-02

Es falsa la visión que alimentan las izquierdas, el periodismo cómodo y ciertos...

MIGUEL HENRIQUE OTERO / El Mundo

El autor subraya el impacto emocional que ha suscitado entre la población venezolana el arresto, durante la madrugada, de Leopoldo López y Antonio Ledezma, lo que muestra el rechazo general al régimen chavista

Escribo este artículo unas horas después de que los demócratas del mundo hayamos recibido la noticia de que los presos de conciencia Antonio Ledezma y Leopoldo López, que permanecían detenidos en sus respectivos domicilios, fueran nuevamente sacados y trasladados a centros de reclusión. Dentro y fuera de Venezuela, la noticia ha tocado la sensibilidad de quienes siguen la vertiginosa situación que padecen 31 millones de personas. Ledezma tiene en su haber, entre otras cosas, el haber derrotado en dos procesos electorales a candidatos de Chávez en la ciudad de Caracas. Leopoldo López, por su parte, víctima de un juicio amañado y bufo, ampliamente conocido por la opinión pública, tras 40 meses encerrado, fue devuelto a su casa la madrugada del pasado 8 de julio. Nadie debe olvidar que ha sido condenado a más de 14 años de prisión, sin que medie delito alguno que justifique el castigo que le han impuesto.

La reacción que se ha producido tiene una llamativa calidad emocional. Los venezolanos sentimos que, personas que son nuestras, nos han sido arrancadas en la opacidad de la noche. Es prudente detenerse en lo que significa ese dolor político. Qué significa que esa emoción, que transforma los asuntos públicos en cuestión de la intimidad, sea causada por dos políticos de distinta trayectoria y generación: significa que la lucha en contra de la narcodictadura en Venezuela es el episodio central en la vida de los ciudadanos. Que no hay nada más compartido y movilizador que el afán de la inmensa mayoría de los venezolanos de recuperar las libertades y reconstruir el país.

Es falsa la visión que alimentan las izquierdas, el periodismo cómodo y ciertos burócratas que reducen la situación venezolana al resultado de la polarización. La fórmula que habla de la existencia en Venezuela de "dos bandos" beneficia a la narcodictadura. Sugiere que hay fuerzas equivalentes, que apoyan y rechazan al régimen. Insisto: no hay "dos bandos. Lo que hay es una realidad que no admite eufemismos ni muletillas: alrededor del 90% de la población rechaza al Gobierno y rechaza la Constituyente. Es esa mayoría incuestionable y determinante la que ha sido tomada por el malestar de lo ocurrido con Ledezma y López. Es esa mayoría la que ha recibido todo el proceso del fraude constituyente como una bofetada. Y es esa mayoría, a la que el narcorégimen pretende doblegar, al costo que sea.

Que hayan irrumpido en los respectivos domicilios en plena madrugada no es más que la repetición de un método. El narcopoder no aplica la ley. De hecho, vive fuera de la ley. Sus métodos son justo los que sugieren las operaciones en contra de Ledezma y de López: nocturnidad, emboscada, ataque a indefensos, despliegue de fuerzas siempre en exceso.

Ese desbordarse, de actuar con violencia planificada, de aplastar física y moralmente a cada ciudadano que exprese alguna forma de disidencia; ese violar las leyes y la Constitución vigente, el debido proceso y los derechos humanos, el sentido común y las lógicas de la convivencia, ese constante violar -hay detenidos a los que han introducido tubos por la vagina o el ano en sesiones de tortura-, es ahora el signo primero y último del narcorégimen.

Violó el Consejo Nacional Electoral el derecho constitucional al voto, en el año 2016, impidiendo la realización del referéndum revocatorio. Violó otra vez el derecho al voto, impidiendo la realización de las elecciones regionales, que debieron celebrarse el pasado diciembre. Violó el Tribunal Supremo de Justicia las leyes, la Constitución y el principio de autonomía de los poderes, al desconocer a la Asamblea Constituyente y dar inicio a una campaña que se ha prolongado en el tiempo y que consiste en emitir decretos y medidas que están fuera del ámbito de sus competencias. El Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral, pero también la Contraloría General de la República y la Defensoría del Pueblo son instituciones dedicadas a violar. Y, al igual que los violadores que actúan aprovechando la noche, injurian, niegan, imponen por la fuerza, atacan por sorpresa, se ensañan en contra de los indefensos.

Hay una trama de lógicas que el narcorégimen ha diseñado para aplastar al país disidente. Para doblegar al 90% de los ciudadanos. Consiste en negar, desconocer, injuriar, humillar, amenazar, amedrentar, perseguir, golpear, robar, atracar, torturar, destruir, herir y matar. Esto es lo que practican funcionarios de una decena de organismos militares, policiales y paramilitares, al servicio del narcorégimen.

En 122 días de protestas consecutivas, estas bandas de criminales han protagonizado escenas como estas: grupos de 10, 12 ó 15 uniformados han atacado a personas discapacitadas, o a mujeres jóvenes, a quienes han pateado o machacado con sus armas, cuando estaban tiradas e inermes en el piso; han golpeado con furia y ventaja a personas de edades entre los 70 y los 87 años; han invadido edificios a la fuerza, roto los vehículos en los estacionamientos, reventado puertas y cristales, destruido rejas de seguridad, arrasado con los bienes dentro de las viviendas, sin una orden de allanamiento; grupos de motorizados han sido filmados en los momentos en que han saltado encima de peatones solos, a los que han golpeado y robado sus pertenencias. Las sesiones de tortura en las prisiones del régimen, tal como acredita el informe del Instituto Casla presentado ante la Corte Penal Internacional el pasado 21 de julio, demuestra que hay un patrón en las ejecuciones de tortura. Esas prácticas -atención señores de Unidos Podemos- incluyen: colgar a los presos por pies y antebrazos, aplicar descargas eléctricas en los cuerpos heridos, obligar a los presos a ingerir alimentos mezclados con excrementos y gusanos, encerrar a los recién detenidos en pequeños espacios y lanzarles paquetes de polvo tóxico proveniente de bombas lacrimógenas.

Copio a continuación un párrafo de un artículo mío, publicado en 'El Nacional', justo ayer: "Se dispara a los edificios. Se allanan viviendas sin orden ni justificación alguna. En esos procedimientos, del todo ilegales, roban: los funcionarios actúan como bandas de saqueo. Se usan tanquetas para destruir las instalaciones comunes de edificios y urbanizaciones. Se dispara a mansalva y se mata a diario. De hecho, en los últimos días ha aumentado la letalidad de los ataques a los ciudadanos, tanto a los que protestan como a los que no".

La lista entera de las violaciones cometidas hasta ahora probablemente ocuparía varias ediciones de este diario. No se sintetiza sólo en las cifras de muertes y heridos: 149 muertos, más de 3,000 heridos, más de 5,000 detenidos. De forma simultánea, Venezuela sigue asolada por el hambre, la enfermedad y la inflación. Los padecimientos de la vida diaria constituyen otro capítulo desolador de las miserias provocadas por un narcorégimen de retórica revolucionaria y de ejecuciones que repiten las más siniestras modalidades del fascismo militarista.

Las medidas en contra de Ledezma y López -el lector no debe olvidar que son centenares los presos de conciencia-, forman parte de la secuencia que he intentado describir en este artículo. Vencido en las urnas en diciembre de 2015, la respuesta ha sido poner en marcha un programa de violaciones en contra de los derechos ciudadanos, de las leyes, de la vida e integridad de las personas. Es el camino escogido por una banda criminal, acorralada por el rechazo creciente de la sociedad. Empujados hasta el límite, el régimen se ha lanzado al abismo e intenta arrastrar al país entero en su locura. Se trata, y la mortandad de los días recientes lo pone en evidencia -fueron asesinadas 14 personas entre el 26 y el 29 de julio-, de un momento de verdadero peligro, previo al estallido final contra el fondo. Toca resistir y seguir, mientras el sonoro final se aproxima, veloz e inminente.

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* Miguel Henrique Otero es presidente editor del diario venezolano 'El Nacional'. 



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