Internacional - Población

Birmania, objetivo de Al Qaeda 

2017-09-15

El ofrecimiento puede llegar demasiado tarde. Las imágenes de las masacres, torturas,...

MONICA G. PRIETO / El Mundo

Conscientes del irremediable daño provocado a toda su comunidad, el Ejército Rohingya de Salvación de Arakan (ERSA) se ha desvinculado de todo vínculo con grupos extremistas internacionales, horas después de que Al Qaeda pidiera a los musulmanes de todo el mundo que envíen "ayuda, armas y apoyo militar" a los rohingya, la minoría sometida a una flagrante campaña de limpieza étnica por parte del Ejército de Birmania.

"ERSA entiende necesario dejar claro que no tenemos vínculos con Al Qaeda, el Ejército Islámico de Irak y Siria, Lashkar-e-Taiba o cualquier otro grupo terrorista transnacional, y que no admitimos la implicación de dichos grupos en el conflicto de Arakan", escribía el grupo en las redes sociales. "ERSA hace un llamamiento a todos los agentes de la región para interceptar y evitar que a los terroristas entren en Arakan y empeoren la situación, y quiere aclarar que está lista para trabajar con servicios de Inteligencia para apoyar sus esfuerzos antiterroristas".

El ofrecimiento puede llegar demasiado tarde. Las imágenes de las masacres, torturas, incendios de aldeas y el desesperado éxodo de los refugiados ha provocado un enorme impacto en el mundo musulmán, hasta el punto de tachar a los rohingya de "los nuevos palestinos", como se ha escrito en la prensa asiática. Desde Indonesia hasta Malasia, desde Irak hasta Irán, la indignación por la campaña de limpieza étnica ha movilizado a líderes y asociaciones religiosas, muchos en busca de popularidad como la primera ministra bangladeshí Sheikh Hasina, quien ha aprovechado su visita a los campos para denunciar "la moda de los asaltos contra musulmanes en todo el mundo. Refugiados musulmanes vagando aquí y allá. Hemos visto el cuerpo de Aylan en la playa. Ahora vemos cadáveres de niños en el río Naf. ¿Por qué?".

La crisis también ha motivado encendidas manifestaciones e incluso iniciativas políticas. Kuala Lumpur intenta concitar apoyos para lograr la expulsión de Birmania de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), la más importante entidad regional. "ASEAN se arriesga a perder credibilidad y confianza internacional si el grupo sigue ignorando la causa rohingya", escribía en el Bangkok Post el ex secretario general, Surin Pitsuwan.

Ese descontento está intentando ser capitalizado por Al Qaeda, quien ha prometido a Birmania que "pagará por sus crímenes". En una comunicación interceptada por SITE, especializada en la comunicación de grupos yihadistas, la organización pedía a los "hermanos muyahidin en Bangladesh, India, Pakistán y Filipinas que se dirijan a Birmania y que hagan los preparativos necesarios, incluido el entrenamiento, para resistir a la opresión". "Birmania debe probar lo mismo que nuestros hermanos musulmanes han probado", se añade.

Una eventual implicación externa terminaría dando la razón a las autoridades birmanas, que justifican sus crímenes de guerra por el desafío presentado por los "terroristas extremistas" del ERSA, sin mencionar que más de un tercio -si no la mitad- de la población rohingya ha pagado un altísimo precio por las acciones de un minúsculo grupo.

Ayer, el Gobierno de Naypyidaw admitió que la "campaña de limpieza" del Tatmadaw (Ejército) ha vaciado unas 176 de las 471 localidades rohingya del estado de Rakhine, hogar hasta la ofensiva de la mayor parte de la minoría musulmana, estimada en 1,1 millón de personas. Según el portavoz gubernamental birmano, Zaw Htay, además unos 34 núcleos urbanos han quedado parcialmente vacíos, lo cual viene a confirmar las acusaciones de "limpieza étnica" formuladas por el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, o el alto comisionado para los Derechos Humanos, Zeid al Hussein. Casi el 40% del Rakhine musulmán ha quedado deshabitado.

Se estima que unas 400,000 personas han logrado cruzar a Bangladesh huyendo de la violencia, y fuentes rohingya apuntan a otros 100,000 desplazados siguen en el interior de Birmania, a la espera de atravesar fronteras. Para el Gobierno de Naypyidaw, sólo existen los 30,000 desplazados arakaneses, budistas e hindúes, que han huido de sus aldeas por la violencia.

La ficción en la que vive Birmania ha llevado a su dirigente civil, la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, a cancelar su comparecencia en la Asamblea General de la ONU del 19 de septiembre: en su lugar, la Consejera Estatal -que gobierna con los mismos militares a los que combatió durante décadas desde que ganó las elecciones, en 2015- ofrecerá una comparecencia diferente: será su primer discurso televisado a la nación desde que comenzó la ofensiva contra Rakhine y en él abordará sus esfuerzos para promover "la reconciliación nacional y la paz".

La cuestionada política, que ha concitado las críticas y el desaire internacional con su profundo desprecio por las vidas de los rohingya -una de las minorías más perseguidas del mundo: en Birmania no se le reconoce su nombre o el derecho a la nacionalidad- niega la represión y acusa a los "terroristas extremistas" de crear "un iceberg de información", y a la comunidad internacional de connivencia con los rohingya. Lo cierto es que Suu Kyi carece, según la Constitución, de competencias en Seguridad: el dirigente militar y líder de facto birmano es el general Min Aung Hlaing, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. En Birmania, el Ejército sigue controlando el 25% del Parlamento, y dado que cualquier cambio constitucional requiere un 75% de los votos, tiene de facto derecho a veto, lo que deja en sus manos el verdadero control de un país sometido a la Junta militar durante medio siglo.

En la crisis actual, la protección que le ofrecen China y Rusia en el Consejo de Seguridad ha evitado que en la reunión de ayer se fuera más allá de una simple "condena" hacia Naypyidaw.

En la vecina Bangladesh, la situación es "catastrófica", como definía Guterres tras la reunión del Consejo de Seguridad. La falta de espacio físico para nuevos refugiados -el paupérrimo país ya acogía a entre 400,000 y medio millón de rohingyas huidos de represiones anteriores- obliga a muchos a permanecer a pie de carretera, sin un lugar a donde ir, sin acceso a alimentos, agua corriente o sanitarios. Dacca ha anunciado que liberará tierra para erigir un nuevo campo de refugiados, pero mientras llegan, las lluvias torrenciales dejan a los traumatizados refugiados en medio de un lodazal.

El reparto de ayuda humanitaria es caótico, y son muchas las ONG que cuentan con guardias armados con palos que golpean a los refugiados en su particular intento de mantener el orden durante las entregas. "Prefiero morir a manos del Ejército birmano que morir apaleado por un bangladeshí", decía un refugiado, citado por la prensa. Los periodistas también han denunciado atropellos de refugiados, especialmente de niños, que se precipitan en las carreteras ante cualquier signo de reparto de ayuda humanitaria. Las ONG, incapaces de atender a la marea humana, temen que los primeros brotes de diarrea y otras enfermedades se extiendan entre los rohingya.



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