Atrocidades

El negocio de la miseria rohingya

2017-09-29

La barca, un precario lanchón de madera impulsado a remo cargado con una decena larga de...

JAVIER ESPINOSA / El Mundo

El silencio de la noche se quebró de forma repentina. Los halos de luz de una pequeña linterna habían alertado a los residentes locales sobre la aproximación de la embarcación.

La barca, un precario lanchón de madera impulsado a remo cargado con una decena larga de refugiados, avanzó sorteando los botes anclados en las cercanías del puerto de Shahparir. Era la primera de casi media docena que seguirían llegando durante la siguiente hora acarreando a una nueva remesa de rohingya.

Akter Hassan llegó a tierra firme cubriéndose con una de las telas que se usan como falda masculina en estos lares, descalzo, con el torso desnudo y manchado de barro. Su esposa y sus cuatro hijos -el más pequeño un niño de poco más de un año y el mayor de sólo 7- se arremolinaban en su entorno buscando quizás una protección que Hassan no ha podido ofrecerles. Lo único que consiguió salvar de sus enseres quedó arrumbado entre las rocas de la playa: dos sacos con alguna ropa, utensilios de cocina y un bastón de madera.

"Hemos tenido que pagar 50,000 kyat (unos 30 euros) por persona cuando antes (de esta crisis) el mismo viaje costaba 5,000 (3 euros)", explicó el agricultor.

Como el resto de los recién llegados, Hassan y su familia llevaban casi dos semanas escondidos en las colinas cercanas a la costa birmana más próxima a Shahparir. Su pueblo, ubicado en la municipalidad de Maungdaw, fue arrasado al igual que otros muchos de las inmediaciones bajo la campaña de limpieza étnica desatada por el ejército birmano y sus aliados paramilitares.

El quinteto llegó a la zona de las embarcaciones esa misma jornada pero los propietarios de las barcas -en su mayoría miembros de su propia comunidad- se negaron a dejarles viajar hasta que pudieran abonar la "tarifa" exigida por el periplo.

"Tuvimos que pedir prestado a otros aldeanos. Hay miles de personas (en Birmania) esperando para cruzar", admite Hassan.

Son las 10:00 de la noche y la llegada de embarcaciones se sucede cada pocos minutos. Los más fuertes llevan en brazos a mujeres y niños. Otros descargan las últimas posesiones de los exiliados: hay quien se trajo ventiladores, cazuelas y hasta una placa solar. Algunas mujeres no pueden contener las lágrimas al desembarcar.

"No tenemos nada. Lo quemaron todo"

"¿Cómo vamos a volver? No tenemos nada. Ni siquiera papeles que prueben que venimos de Birmania. Lo quemaron todo", proclama la esposa de Hassan entre sollozos. En ese instante, uno de los remeros se acerca a la orilla llevando en sus brazos a Bibi Ayesha, una señora paralítica de 55 años. Otro carga con su silla de ruedas plegada.

Ayesha no para de llorar.

"¡Me golpeé la espalda. Me duele mucho!", refiere.

A su lado, Humaira, su hija de 30 años relata que estuvieron viajando y escondiéndose durante 16 jornadas. La joven tuvo que solicitar la ayuda de varones para que cargaran a Ayesha en improvisados palanquines construidos con maderos y una sábana.

"Vimos como las aldeas cercanas empezaban a arder y todo el mundo escapó", asevera Humaira. Azim Ullah, de 65 años, permaneció 25 días vagando de un villorrio a otro, huyendo de las sucesivas razzias y sin poder ponerse a salvo en Bangladesh ante los precios exorbitados que han establecido los improvisados "transportistas" navieros de esta zona fronteriza.

"Dicen que corren un riesgo y que tienen que sacar un beneficio", precisa.

Shahparir, la puerta a miles de refugiados

La isla de Shahparir, el punto más extremo del litoral que comienza en Cox's Bazar y llega hasta las inmediaciones de la costa de Birmania, se ha convertido en la puerta de entrada de los cientos de refugiados que todavía continúan afluyendo a Bangladesh. La intensificación de las patrullas de la guardia costera birmana les obliga ahora a viajar durante la noche para evitar ser apresados.

Durante el día resulta fácil ver el humo que todavía se eleva de las aldeas rohingya del entorno que han sido asoladas por el fuego.

Shahparir es también un ejemplo de cómo esta migración obligada ha generado todo un negocio en torno a la miseria de los rohingya. Durante el clímax del éxodo, los propietarios de los lanchones que usaban los rohingya -muchos de ellos de esa misma etnia- llegaron a cobrar más de 100 dólares por persona, toda una fortuna para este grupo de desposeídos.

Este comportamiento se generalizó de tal manera que el pasado día 12, durante su visita a los campos de refugiados de Cox's Bazar, la propia primera ministra del país, Sheikh Hasina, exigió que la "difícil situación de los refugiados no se explote para conseguir hacer fortuna".

El diario Dhaka Tribune, uno de los medios más activos a la hora de denunciar estas conductas, alertó que lejos de amainar lo que había empezado "siendo algo que buscaba un mero beneficio ha derivado en crimen organizado y piratería".

Las fuerzas de seguridad locales han llegado a quemar varios botes dedicados al trasvase de los rohingya desde Birmania y han confiscado otros tantos "para dar ejemplo", en palabras del teniente coronel Ariful Islam, de la Guardia Fronteriza, citado por la prensa local.

"No se puede decir que están rescatando. Es extorsión. Deberían rescatar a la gente, pero no por cuestiones de dinero. Estamos insistiendo en que no debe existir el tráfico de seres humanos", añadió.

En su esfuerzo por frenar estos abusos, las autoridades han creando tribunales móviles que han sentenciado ya a 150 personas a penas de hasta 6 meses de cárcel desde que se inició la crisis, según declaró Zahid Hossain Siddique -un alto funcionario de la localidad de Teknaf- a la agencia Afp.

Pero todos estos intentos no han impedido que las mafias locales o simples grupos de desaprensivos sigan utilizado el caos para aprovecharse de la desdicha de los rohingya. Ellos mismos han denunciado incontables casos de robos -e incluso de secuestros-, especialmente del ganado que consiguen traer en ocasiones hasta Bangladesh.

"Hemos confiscado muchas vacas a los criminales y se las hemos devuelto a los rohingya. Mucha gente en Bangladesh les está robando sus pertenencias. Estamos intentando evitarlo", afirmó Iqbal Ahmed, un oficial de un batallón de Guardias de Frontera.

Vacas y cabras escuálidas

Junto al puerto de Shahparir florece ahora un bullicioso mercado de vacas y cabras procedentes de Birmania. La mayoría de las reses procedentes del país vecino son fácilmente reconocibles por su aspecto escuálido. Las penurias y la falta de alimentación también han dejado huella en los animales. Decenas de ellos se ahogaron en la travesía y sus despojos putrefactos han esparcido un olor nauseabundo por un amplio sector de la playa de este punto fronterizo.

"Sí, las que están llegando ahora están esqueléticas. Por eso pagamos menos", se excusa uno de los comerciantes locales que no quiere dar su nombre.

Reconoce, eso sí, que los rohingya se ven obligados a vender su ganado a precios muy por debajo de su verdadero coste para conseguir efectivo que les permita continuar el viaje. Shahparir es tan sólo una primera parada. Las autoridades les obligan a dirigirse a los campos de refugiados situados más al norte, a decenas de kilómetros de distancia, algo que deben hacer por su cuenta.

"Por estas 19 vacas he pagado 25,000 takas (255 euros)", admite el comprador isleño de vacas tras varias consultas. Una cantidad irrisoria para el coste que pueden alcanzar estos bovinos en el mercado local, que pueden superar las decenas de miles de takas por cabeza.

Shahparir es un curioso enclave situado en el extremo de una península que por horas -con la subida de la marea- se convierte en isla, mientras que el resto del tiempo continúa unido al resto del territorio bangladeshí por un ingente barrizal.

Ni siquiera los locales comprenden el simbolismo de la afluencia de los rohingya a este particular islote donde residen cerca de 60,000 personas. El control de este minúsculo territorio entre británicos y fuerzas del imperio birmano desencadenó la primera guerra entre ambos en 1824, hizo perder a estos últimos el control de lo que ahora es Rakhine (Arakan en ese instante), abrió el camino para la ocupación final de los ingleses y sentó las bases del legado colonial que tanto ha marcado la historia de la perseguida minoría musulmana.

El recurso a la extorsión no es un hábito ajeno a un significativo sector de sus habitantes. Esta ínsula fue durante años uno de los epicentros más significados del comercio ilegal de seres humanos que se nutrió precisamente de las sucesivas oleadas de rohingya expulsados por Birmania y que sólo fue desmantelado en parte en 2014, tras otra crisis que dejó un reguero de muertos difícil de calcular.

La policía local estimó en aquellas fechas que la ingente red de traficantes, intermediarios y patrones de botes -muchos de ellos nativos de Shahparir- podía exceder las 2,200 personas.

Como entonces, muchos huidos ni siquiera han conseguido evadir ahora una suerte fatídica. Algunos reposan en los cementerios de la isla, sepultados en fosas comunes cubiertas por túmulos de tierra. Una de ellas está dedicada a una decena de pequeños y otra a nueve féminas. Se ahogaron cuando estaban a punto de alcanzar el firme de Shahparir.

Los que al menos conservaron la vida se hacinan cada noche en la mezquita de Bahar Ulum. Los estudiantes de lo que también es una "madrasa" -escuela coránica- acuden de forma regular a las playas de Shahparir para ofrecerles cobijo contrarrestando con su solidaridad el afán de lucro que mueve a un número significativo de sus vecinos.

Al caer la medianoche, Azim Ullah, Akter Hassan y el resto del casi medio millar de rohingya que han llegado en las últimas horas, se reponían en su interior devorando con fruición las galletas que les repartían los alumnos del recinto religioso y otros voluntarios. Hasta Bibi Ayesha descansaba sentada en su silla de ruedas.

Ninguno de ellos albergaba esperanza alguna sobre un posible retorno a Birmania. Ni siquiera si el gobierno de su país aceptara su vuelta, algo que tan sólo es una hipótesis incierta, ya que todos los consultados coincidían en reconocer que entre las pertenencias que perdieron en los incendios figuraban sus documentos de identidad.

"(Aung San) Suu Kyi está protegiendo al ejército. Es lo mismo que ellos. Les une su religión", sentenció Akter Hassan.



yoselin

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