Reportajes

Las Vegas no para la ruleta tras el peor tiroteo de Estados Unidos

2017-10-03

La pareja no supo del tiroteo hasta que, tras salir de un espectáculo, vio infinitas luces...

Joan Faus, El País

A Blanca de León le sorprende que la del 2 de octubre de 2017 sea una noche igual que las anteriores. “Hay el mismo ambiente. No ves ninguna emoción”, dice la mujer, de 39 años, tras jugar a la ruleta en el hotel y casino New York New York, en Las Vegas. A tres cuadras de allí, murieron la noche del domingo al menos 59 personas en un concierto al aire libre. Fue el tiroteo más mortífero de la historia de Estados Unidos. Pero en los alfombrados y coloridos salones del hotel nada ha cambiado: jubilados con la piel anaranjada, personas solitarias y turistas beben, fuman y ríen mientras mueven sus fichas sobre el tablero o se enganchan a las máquinas tragaperras. Tampoco se ve ningún cartel en homenaje a las víctimas.

“Vuelta al negocio”, resume su marido, Chris Levar, un electricista de 43 años. Ellos, pese a todo, también han decidido la noche de este lunes probar suerte en la ruleta. La pareja llegó el sábado desde San Antonio (Texas) y se marcha este martes. Sus vacaciones en la meca del vicio y los excesos quedarán para siempre ensombrecidas por la matanza perpetrada por Stephen Paddock, un jubilado de 64 años que abrió fuego indiscriminadamente contra una multitud que asistía a un concierto desde las ventanas de su habitación en el piso 32 del hotel Mandalay Bay y donde se suicidó antes de ser detenido por la policía.

La pareja no supo del tiroteo hasta que, tras salir de un espectáculo, vio infinitas luces de coches de policía y personas con la ropa manchada. Hasta las 3.30 de la madrugada no pudieron regresar al hotel New York New York, que estaba cerrado por precaución. En su interior, había un policía con un rifle haciendo guardia en cada puerta con salida a la calle. Todavía flotaba el temor de que hubiese otros tiradores sueltos, aunque las autoridades lo desmintieron horas más tarde.

“Me sentí tan vulnerable sin mi pistola. Fue una sensación horrible. No podía hacer nada”, dice De León, que además es agente de policía en Texas. Sus palabras anticipan su postura ante el enquistado debate sobre un mayor control a la compraventa de armas, para evitar precisamente que alguien como Paddock tuviera casi una veintena de fusiles en su habitación y todo un arsenal en su casa en Mesquite, Nevada. “Los hubiera conseguido legalmente o ilegalmente”, esgrime ella.

Son dos tesis compartidas por muchos partidarios de las armas, cuya posesión ampara la Constitución, y un puñado de políticos conservadores. Primera: quien esté determinado a atacar, acabará consiguiendo un arma para hacerlo. Segunda: la solución a la epidemia de violencia no es tener menos pistolas sino más. Los demócratas, en cambio, reclaman lo contrario. La brecha crece mientras en el país mueren cada día de media 93 personas a causa de disparos, según datos de la Campaña Brady.

Por las calles y avenidas hay algunos signos de la tragedia. La policía bloquea los alrededores del Mandalay Bay y hay varios carteles luminosos en las calles con mensajes de condolencia y peticiones de donación de sangre. Pero la atmósfera es la de siempre. La réplica de la Estatua de la Libertad en la puerta del hotel New York continúa iluminada. Lo mismo ocurre con el castillo al estilo Disney, la Torre Eiffel o el sinfín de iconos kitch que crean una hilera de luz dorada en la avenida principal de hoteles y casinos de Las Vegas. El Mandalay Bay y la pirámide a su lado también están encendidos como de costumbre.

“Afectará a la ciudad durante un tiempo”, vaticina Fasil, un taxista etíope que lleva 20 años en Las Vegas. No cree que la ciudad del vicio se vacíe como ocurrió en las semanas inmediatas tras los atentados del 11-S, en 2001, en Nueva York. “Es un shock por ahora, pero un tiroteo así puede ocurrir en cualquier lugar”, agrega. La vuelta a la rutina parece ser la mejor terapia.



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