Educación

Por primera vez, Harvard dedica una cátedra a un académico mexicano

2017-10-05

Ya hace casi 40 años que el instituto le encargó la dirección del proyecto...

Pablo Ferri, El País

Medio en broma, medio en serio, Eduardo Matos Moctezuma explicaba este martes que su relación laboral con el INAH empezó cuando él tenía cinco años. La gente rió, claro. El Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, el INAH, ha sido su casa por mucho tiempo, pero ¿tanto?

Ya hace casi 40 años que el instituto le encargó la dirección del proyecto Templo Mayor. En ese sentido, Matos fue un pionero. El arqueólogo trajo de vuelta del inframundo los restos del centro ceremonial del imperio azteca, oculto entonces bajo un estacionamiento de la secretaría de Hacienda. El académico se acordaba de aquello este martes en la Ciudad de México, en la conferencia que inaugura la cátedra que le dedica la universidad de Harvard.

Matos leyó su discurso en el auditorio del Museo Nacional de Antropología, MNA, que también dirigió, rodeado de amigos y colegas. El arqueólogo es el primer mexicano cuyo nombre da título a una cátedra en el prestigioso centro de estudios. Un honor, pero también una declaración política. En la presentación del programa, Mike Elliott, vicerrector de Asuntos Internacionales de Harvard, dijo: "Cuando las instituciones políticas y económicas nos decepcionan, las culturales permanecen estables". Horas antes de la conferencia, Donald Trump lanzaba rollos de papel a un grupo de damnificados por los huracanes en Puerto Rico.

Matos habló ante un auditorio repleto. Cientos de mexicanos acudieron al museo a escuchar al gran arqueólogo. Uno de sus colegas, David Carrasco, profesor de antropología en Harvard, se encargó de darle entrada: "Matos ha enseñado a los mexicanos quiénes son en realidad".

De alguna forma, eso es totalmente cierto. Eduardo Matos Moctezuma recordó a sus paisanos que el pasado existía. Que lo hacía más allá de Porfirio Díaz y Pancho Villa. Que la fábula constituyente del águila y la serpiente echaba sus raíces en el subsuelo del centro de la Ciudad de México. En un ejercicio extraordinario de alquimia histórica, fundió el presente mexicano -los edificios coloniales del centro de la capital, los imperiales, los porfiristas, los modernistas- con su pasado, los restos de Templo Mayor.

El martes, el arqueólogo habló de sus tres amores, la historia de la arqueología, el Templo Mayor y la muerte en el México prehispánico. Al primero le dedicó unos minutos, pocos, como quien habla de una relación pasada, objetivo, pero comedido y distante. Ahí todavía leía sus papeles.

El Templo Mayor y la muerte en el México prehispánico son en verdad sus grandes pasiones. Su primer libro, Muerte a filo de obsidiana, publicado en 1975, trataba precisamente la relación de los aztecas con la muerte. En su introducción, Matos escribió: "No recordamos ningún otro pueblo que haya representado la muerte en forma tan obsesiva como en algunas de nuestras culturas prehispánicas. ¿Culto a la muerte? Más bien culto a la vida... A través de la muerte".

Ha dedicado más obras al tema. En 1986, publicó Vida y muerte en el Templo Mayor y poco después El rostro de la muerte, el colofón a la exposición sobre la muerte que él mismo organizó en el MNA, a partir de los hallazgos de los primeros años de excavaciones en el Templo Mayor. En febrero, en una entrevista con EL PAÍS, el arqueólogo apuntaba: "Ciertas filosofías y religiones siempre tratan de encontrar una salida a la muerte, crear una vida después de la muerte. Desde esa perspectiva, había una diferencia muy grande entre el pensamiento mexica y el cristiano. Una de las diferencias fundamentales es que en el catolicismo impera un orden moral: si te portas bien, vas a gozar eternamente. Si no, vas irremediablemente al infierno. O si tus pecados no son tan graves, vas al purgatorio".

"La pasión que siento por este tema", leía Matos el martes, "podría ser materia de estudio para psicoanalistas, pero no les daré la oportunidad". El público volvió a reír. El arqueólogo se olvidó a los pocos minutos de su charla y asumió el papel de profesor, explicando al público 40 años de excavaciones y estudios del Templo Mayor, apoyado en una serie de diapositivas. A casi cuatro décadas del inicio de las excavaciones, Matos se olvidó de Harvard, del museo y los aplausos y volvió al salón de clases. Tan así que al final se despidió a las prisas, como el maestro sorprendido por la chicharra del recreo.



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