Vidas Ejemplares

San Andrés, apóstol

2017-12-01

No escribió ningún evangelio o carta, ni interviene mucho en los relatos...

Enrique Cases


La Tradición, al igual que el Evangelio, es parca en datos sobre este apóstol que algunos llaman el “protoapóstol”, o “primer apóstol”, anteponiéndole al mismo Juan. Según Eusebio de Cesarea, en el reparto del mundo para su evangelización, le habría correspondido la Escitia o sur de la Rusia actual, donde, sin embargo no se han encontrado restos de cristianismo antes del siglo III. San Jerónimo afirma que su actividad apóstolica se realizó en Tracia, Macedonia y Grecia, así como en las colonias griegas en torno al mar Negro -en una de ella se encuentra una piedra blanca o cátedra desde donde predicaba-. Otros testimonios trazan el itinerario geográfico de su apostolado desde Jerusalén a Grecia, haciéndole pasar por las regiones cercanas al Ma rNegro.

Una reliquia suya fue devuelta por el Papa Pablo VI a Constatinopla con el ánimo de facilitar la unión entre los ortodoxos y los católicos. Desde el siglo XII se le venera crucificado en una cruz en forma de aspa, modo en el que fue martirizado. En Rusia se utilizó durante siglos esta cruz en las banderas.

Cuenta la tradición que San Andrés murió alabando la cruz, pues le acercaba definitivamente a su maestro.

“Oh, cruz buena, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor, cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso y ofrecida a mis ardientes deseos (…) devuélveme a mi Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió”.

Andrés no se siente postergado

Este discreto apóstol no se sintió postergado cuando los demás iban destacando. Muy pronto, casi desde el principio, su hermano Simón ocupa un puesto importante entre los discípulos, un poco por su carácter, pero sobre todo porque Jesús así lo quiere; más adelante, el Señor le dice que será la Roca sobre la que edificará su Iglesia ocupando de hecho un puesto de relevancia entre todos ellos. Andrés no alega que él es quien ha traído a su hermano a Jesús, siendo así el instrumento de su vocación, ni hace valer sus lazos de parentesco para ser algo más importante. Es uno más, y eso le basta. Tampoco se queja de que su amigo Juan ocupe un lugar distinguido en corazón del Maestro por su docilidad, finura y sensibilidad espiritual. Ni le molesta, ni envidia, sino más bien se alegra de lo bueno que era aquel amigo suyo de toda la vida, y se goza de tener tan buenas amistades con una alegría muy cercana a la del Señor, y por los mismos motivos; está contento porque es bueno. Cuando Jesús incorpora a Santiago, a Juan y a Pedro como confidentes más próximos, tampoco dice que es uno de los dos primeros discípulos, ni que siguió a Jesús sin conocer siquiera que hacía milagros y tuvo fe en Él antes de escuchar sus maravillosos discursos, sino que calla y se alegra con lo que tiene, consciente de que no es poco y más de lo que se siente digno. Estos son frutos de la humildad: produce alegría; mientras que los envidiosos o los vanidosos se entristecen y amargan por los mismos hechos. Andrés está en sintonía con Cristo desde el principio.

No escribió ningún evangelio o carta, ni interviene mucho en los relatos evangélicos, es más, sus intervenciones son breves e incidentales; eso sí, muy eficaces. Podemos decir que una de las virtudes características de Andrés es la discreción.

Es citado en la Escritura acompañando a Juan cuando buscan a Jesús, pero nada dice, aunque consigue que su hermano Pedro acuda a ver al Señor . En la multiplicación de los panes ayuda a Felipe cuando el Señor le pregunta para probarle cómo van a dar de comer a tanta gente y señala a un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces. Esos alimentos son el origen material de la multiplicación de los panes y de los peces . Y cuando Felipe atiende la petición de los griegos que quieren ver a Jesús, acude a Andrés , y ambos van a Jesús, como si Andrés tuviese más influencia ante el Señor . Estos datos revelan discreción y humildad, y no deja de ser significativo que todos ellos sean recogidos por Juan el evangelista, su amigo de siempre. Pero Marcos nos proporciona otro dato de su carácter cuando Jesús les habla sentado en el monte de los Olivos frente a las construcciones magníficas, y, al decirles que todo será destruído pregunta en un aparte junto a Pedro, Juan y Santiago, los tres más frecuentemente distinguidos, sobre el momento en que sucederán estas cosas . Discreto sí, pero nada apocado.

Veamos con detalle una de las breves intervenciones de Andrés reveladora de su carácter y vida interior. Ocurrió antes de la multiplicación de los panes. Andrés es testigo del diálogo entre Jesús y Felipe sobre cómo dar de comer a la multitud. Es consciente de la dificultad, desea ayudar, y, entonces, con una sencillez un tanto ingenua dice: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces” . Las miradas de todos se debieron dirigir a Andrés habitualmente silencioso, y alguno puede ver las palabras de su amigo como algo insensatas: si doscientos denarios eran insuficientes, ¿qué se podía hacer con cinco panes y dos peces?; ni para los mismos discípulos bastaba. El mismo Andrés es consciente de la desmesura de su proposición y añade: “pero, ¿qué es esto para tantos?” como disculpándose de su extraña intervención.

Pero Jesús no desprecia la oferta de Andrés, y partiendo de aquellos pocos panes del joven previsor, los toma, los parte, y realiza el milagro del pan abundante. Es lógico pensar que la multiplicación se verificara en las manos del Señor en la medida que partía el pan, pues un multiplicación súbita es inimaginable: son necesarias muchas toneladas de pan para que tantos pudiesen comer hasta hartarse. Jesús no desprecia a los humildes ni la generosidad de los sencillos, y aquella pequeña cantidad de pan es la materia inicial para el gran milagro. Jesús se apoya en la generosidad del muchacho y en la sencillez de Andrés, del mismo modo que había utilizado agua para dar vino bueno y generoso a los novios de Caná cuando podía haber realizado el milagro sin la colaboración del agua que tanto esfuerzo de transporte costó a los criados, pues seiscientos litros de agua pesan otro tanto en kilogramos, que no es poco.

Es muy posible que Jesús quisiese que Andrés, habitualmente silencioso por discreción y quizá por una cierta timidez, no quedara cortado y avergonzado por una salida de tono verdaderamente clamorosa. Una vez más, Jesús sabe alentar las virtudes de cada uno y ayuda a superar sus deficiencias. La discreción de Andrés podía convertirse en mutismo y en una cierta rareza de hombre taciturno; al contrario de la espontaneidad de su hermano Pedro que, en su exuberancia, podía convertir en ira el entusiasmo más santo, con el añadido de que podía herir a alguien al decir casi siempre lo que pensaba sin considerar si era oportuno o no.

En la petición de ayuda por parte de Felipe a Andrés para llevar los griegos a Jesús no se conocen palabras suyas, pero si la eficacia de los hechos. Sin cambiar el modo fundamental de ser -no es corriente que se cambie el temperamento- lo corrige y encauza para convertir en virtud lo que podía ser un defecto: ser hombre de pocas palabras, pero de hechos eficaces.

Ante la figura de Andrés vale la pena considerar la importancia de esta forma de humildad que es la discreción. La persona discreta habla cuando conviene y es necesario. Es mejor pocas palabras y hechos buenos, que muchas palabras y pocas realidades. No en vano Jesús recomienda evitar “la palabra ociosa” ; la experiencia humana confirma los muchos males que proviene de hablar demasiado, y lo acertado que es saber dominar la lengua.

El apóstol Santiago dice respecto al uso de la lengua: “que cada uno sea diligente para escuchar, pero lento para hablar y lento para la ira”, haciendo ver cómo los enfados, la cólera y la soberbia llevan al descontrol de la palabra y se dicen con frecuencia cosas ofensivas, muy difíciles de arreglar. El modo de controlar la lengua es la humildad y la piedad: “si alguno se considera hombre piadoso, pero no refrena su lengua, engaña de ese modo a su corazón, su religiosidad es vana” , es decir, falsa y mentirosa, pues falta a la caridad, a la prudencia y quizá a la justicia, como ocurre en las murmuraciones, los juicios temerarios, los chismes, las susurraciones, o, incluso, al hablar por hablar, que puede pasar de hacer cierta gracia a causar auténtico estorbo, pues una cosa es el suave silbido del viento y otra el rugido de la tempestad, aunque ambas sean producidas por el aire. En resumen “si alguno no peca de palabra, ese es un hombre perfecto, capaz también de refrenar todo su cuerpo” ; este parece el talante del discreto Andrés, que aprendería en propia carne la malicia de las lenguas envenenadas de muchos de sus compatriotas alrededor de Jesús, y los problemas de las lenguas irreflexivas como la de su hermano.

La discreción de Andrés es un modelo para todos, pues muestra un modo de vivir la humildad lleno de prudencia y de dominio de la pasiones realmente notable, sin incurrir en el defecto que es la timidez.

San Pedro Damián lo ensalza así en la liturgia:

Pescador, antaño de peces, ahora de hombres, rescátanos con tus redes, oh Andrés, de las galernas del mundo.

Tú, hermano de Pedro, obtuviste su misma muerte pues la cruz engendró para el cielo a los que habían nacido de una misma carne.

Oh venerable prole, que compartís la misma corona de gloria: ambos Padres de la Iglesia, ambos hijos de la cruz.

Oh varón, tan querido de Cristo, haz que no consintamos demoras en la carrera por el amor, hasta que habiendo llegado gozosos a la Patria, podamos proclamar la gloria de Dios. amén

El fin del mundo

Ocurrió el Martes Santo a la salida del Templo de Jerusalén. Después de haber triunfado Jesús de sus enemigos, éstos le insidiaban con mil cuestiones difíciles que encontraban adecuada respuesta, pero como no tenían intención de encontrar la verdad y convertirse, las palabras de Jesús resbalaban en ellos como el agua en la roca granítica. Jesús sale del Templo dolorido por la dureza de corazón de aquellos hombres tan cercanos a la palabra de Dios y tan lejanos de Dios mismo. Los apóstoles participan de aquel dolor. Jesús acaba de decir a los que le escuchan que “quedará desierta vuestra casa” . ¿Qué quieren decir estas palabras?. Pronto lo sabrán.

En el momento en que los discípulos -quizá para crear un ambiente más distendido- se admiran de la belleza del Templo, y dice uno de ellos: “Maestro, mira qué piedras y qué edificios”; otros aprovechan la ocasión y al admirar las riquezas del Templo, quizá comentan los valiosos dones de personajes como Ptolomeo, Augusto, Julia, Herodes el Grande y muchos otros benefactores insignes y personas particulares que guardaban sus fortunas en el Templo. Basta pensar en la vid de oro macizo puesta a la entrada del Templo que tenía la altura de un hombre. Tácito dice que era un templo de inmensa opulencia, algunas de las piedras eran enormes .

El tono de la conversación debió animarse, Jesús calla y de repente les dice: “¿Veis estas grandes construcciones? No quedará aquí piedra que no sea derruída” , la expresión “no quedará piedra sobre piedra” es expresiva. Todos quedaron consternados ante estas palabras, tanto por el tono profético del que sabe con certeza algo que va a suceder, como por la dureza de la misma revelación, pues les estaba diciendo que aquellas construcciones, orgullo de todo israelita, iban a ser destruídas; cosa que ocurrió efectivamente antes de haber transcurrido cuarenta años por manos de Tito, futuro emperador. Al no poder dominar un incendio ordenó la destrucción total del Templo que dura hasta hoy. Precisamente uno de los signos del final de los tiempos será la reconstrucción de aquel Templo que miraban los discípulos con admiración y Jesús con pena, pues sabía la infidelidad que escondían sus muros.

Todos callan y un silencio cortante domina la escena. Ascienden un poco más hasta el huerto de los olivos, que está frente al Templo, y allí, en confianza “le preguntaron aparte Pedro, Santiago, Juan y Andrés: Dinos: ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que todo esto está a punto de cumplirse?” . Sorprende que le pregunten en un aparte, como si fuesen conscientes de lo importante del tema -cosa que resalta observando el silencio pensativo del Maestro- pero parece claro que no convenía por prudencia que todos escuchasen la revelación. Es significativo que una de las acusaciones del falso juicio ante Caifás fue que destruiría el Templo y lo reconstruiría en tres días. No es impensable que estos cuatro íntimos -tan fieles- ya tuviesen algunas dudas sobre Judas, o sobre algún otro.

Pedro, Juan y Santiago son tratados por Jesús con deferencia en diversas ocasiones en la revelación del Tabor; parecen los de más confianza, pero ahora se añade Andrés, ¿no era él uno de los cuatro primeros?. Está claro que no quiere por una falsa humildad dejar de estar cerca de Jesús en aquellos momentos que se manifiestan difíciles.

Es bien conocida la fuerza de la curiosidad en casi todos los seres humanos. Si la persona es humilde y sensata limita la curiosidad a las cuestiones importantes y prescinde de querer conocer cosas que no le afectan, o no puede arreglar, ni le interesan. Cuando se abre una ventana al conocimiento del futuro es fácil que la curiosidad crezca. llegando en ocasiones a gran variedad de supersticiones como la adivinación, o incluso a pecados con matiz diabólico. En estos casos se da una fascinación difícil de explicar, pero visible en muchos sectores sociales, especialmente entre personas poco cultas, aunque también se da el esoterismo en entre personas más o menos cultivadas. Conviene recordar que el futuro está en manos de Dios, de modo que algunas cosas suceden necesariamente (como es la concesión de las gracias suficientes para que todos puedan salvarse, o el triunfo final de Cristo), y otras las quiere Dios condicionadas a la libertad de los hombres (por ejemplo: si un hombre es rebelde y no quiere aceptar la gracia necesaria para salvarse, no se salva).

Entre las cosas futuras está el fin del mundo. El tiempo comienza con la creación y concluye con el fin y el juicio. Es contraria a la Revelación una consideración circular del tiempo como si todo se repitiese indefinidamente. Jesús les mostrará a los cuatro apóstoles lo que va a suceder antes del final definitivo tras el cual volverá a venir con toda su gloria para juzgar a los hombres. La revelación de los signos que preceden al fin del mundo causaría una fuerte impresión a los apóstoles, y la sigue causando a los que leemos sus palabras. Ellos estaban tan acostumbrados a la misericordia del Señor, que la dureza de las profecías les debió conmover, pues se trataba de una venida llena de justicia. En las palabras de Jesús se advierte con claridad la infinita caridad de Dios, y la libertad de los hombres. De un lado serán tiempos difíciles, de otro muchas cosas variarán según la cantidad de hombres buenos o malos que haya.

Toda la Sagrada Escritura describe a Dios en la doble dimensión de Amor y Justicia; y Cristo es mostrado como Redentor y Juez en la misma medida. Marginar la Justicia de Dios, considerando superficialmente su Amor, ni corresponde a lo que enseña la Biblia, ni es adecuado a personas maduras, sino a infantiles mentales llenos de flojedad y egoísmo. Carles Cardó lo expresa con fuerza: “Al reflexionar que al ir a Dios se entra en el dominio de lo absoluto y de las dimensiones infinitas, se comprende que así como Dios no puede amar más que con abnegación total, absoluta, sin más límite que lo que más pueda parecerse a una inmolación total de su Ser, así tampoco no puede ser justo más que infinitamente, es decir, hasta el rigor que por ser divino ha de ser máximo, eterno, absoluto, irretractable. Si Dios, que es infinito al amar, no fuese infinito al castigar dejaría de ser Dios. Negar a Dios esta infinitud en el castigo es destruir la idea de Dios por negar una dimensión divina. Es pensar en Dios a escala humana, con medidas minúsculas” . Fuertes palabras, pero verdaderas.

Pero volvamos la mirada al grupo de los cuatro aventajados discípulos de Jesús, que le escuchan con fe, con curiosidad, y con un cierto temor en el corazón, como es fácil suponer. Respecto al tiempo del fin del mundo no les quiere revelar el momento: “en cuanto a aquel día y a aquella hora, nadie la conoce: ni los ángeles, ni el Hijo, sino sólo el Padre , cosa comprensible pues el temor, el desaliento, el cansancio, o la despreocupación podrían hacer mella en los hombres y conviene que cada uno luche en el presente. Respecto al final absoluto queda claro que se trata de un Juicio lleno de verdad:”Y cuando venga el Hijo del hombre en su majestad y todos los ángeles con El, entonces se sentará sobre el trono de su majestad, y serán congregadas delante de El todas las gentes, y los apartará los unos de los otros, como el pastor aparta las ovejas de los cabritos” .

Estas revelaciones son importantes pues muestran que existe un final de la historia y un cumplimiento cabal de la sabiduría divina sea cual sea la respuesta humana, pero importa menos para la persona individual, ya que cada uno al morir es juzgado según sus obras; los justos van al Cielo, los pecadores al infierno, y aquellos que está en gracia pero tienen pecados veniales o imperfecciones por purificar van al Purgatorio, según nos enseña la doctrina cierta de la Iglesia. Lo más novedoso son los signos que precederán al momento final, inicio de la consumación y del tiempo de prueba para la Humanidad entera. Eso es lo que reveló Jesús a los suyos contemplando aquel Templo que sería destruído al poco tiempo por la incredulidad de muchos.

Las palabras del Señor sobre lo que acaecerá en los últimos tiempos se van mezclando con lo que sucederá al Templo y al Israel incrédulo, y, en cierta manera, sucederá siempre a la Iglesia a lo largo de los siglos. Muchas veces se ha visto lo sucedido a Jerusalén como un preludio de lo que puede suceder a la humanidad si no se da una suficiente fidelidad a Dios. Veamos lo fundamental de las palabras del Señor.

Lo primero es el engaño, las guerras y las catástrofes naturales. Así lo enuncia uno de los evangelistas: “mirad que nadie os engañe. Muchos vendrán en mi nombre diciendo; Yo soy, y engañarán a muchos. cuando oigáis que hay guerras y rumores de guerras, no tengáis miedo. Es preciso que esto suceda, pero no es todavía el fin. Pues se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino. Habrá terremotos en diversos sitios, habrá hambres” . Muchos han visto en estas palabras lo que sucedió antes del año 70 en que fue destruída Jerusalén. Es notorio que también han sucedido muchas cosas similares a lo largo de la historia, pero parece que serán más intensas estas pruebas antes del fin definitivo, pues es sólo “el comienzo de los dolores” . Quedémonos con los consejos de Jesús para estas pruebas:”No tener miedo”, “No dejarse engañar”, “prepararse para la batalla de la fe”.

La segunda serie de señales es la aparición de persecuciones similares a las que padeció Cristo. Con estas revelaciones les previene contra la tentación de pensar que el suyo será un triunfo fácil. Mateo lo escribe así: “entonces os entregarán a los tormentos, y os matarán, y por mí seréis odiados de todos los pueblos. Muchos desfallecerán y unos a otros se traicionarán y se odiarán mutuamente. surgirán muchos falsos profetas y con el crecer de la maldad se enfriará la caridad de muchos” , realidades fuertes que sólo atempera la insinuación de San Pablo sobre la conversión de los judíos . Ante el posible temor producido por estos descubrimientos les consuela diciendo que tendrán una ayuda especial del Espíritu Santo para perseverar: “el que persevere hasta el fin, ese se salvará”, es más, “no se perderá ni un cabello de vuestra cabeza” , pero necesitan paciencia.

Las señales de la ruina de Jerusalén también son aplicables al fin del mundo, se trata de la “abominación de la desolación” . Con esta expresión el profeta Daniel señala una idolatría enorme, algo así como la profanación del Templo de Dios realizada por Antíoco al colocar un ídolo allí; o bien ocupar el lugar más sagrado de una manera sacrílega y llena de un sorprendente poder. Las palabras “donde no debiera estar”, citadas por Marcos, quizá anuncian un poder humano que intentará suplantar el poder divino en la tierra que ejerce la Iglesia. El consejo del Señor para esta situación es rezar: “Orad para que no suceda en invierno”, expresión que quizá quiere decir con pocos frutos, aunque la oración de los justos acortará el tiempo de prueba. “Habrá en aquellos días tal tribulación cual no la ha habido desde que Dios creó hasta ahora, ni la habrá. Y si el Señor no acortase aquellos días, nadie se salvaría. En atención a los elegidos se abreviará” . Estas señales ya son más directamente aplicables al fin de los tiempos.

La tercera serie de señales es la aparición de falsos Cristos y falsos profetas, capaces de hacer prodigios y “de engañar si fuera posible a los elegidos”, dice el Señor. San Pablo añade que vendrá “una gran apostasía”, unida a la aparición de “un anticristo” al que llama “hijo de la perdición que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse a sí mismo Dios”

La destrucción de Jerusalén fue escenario de lo esencial de estas señales , las cuales son signos de lo que sucede ahora y lo que sucederá al final de un grado máximo. Jesús ilustrará su revelación del futuro con algunas palabras como la de la higuera estéril, las vírgenes, los talentos para exhortar a la vigilancia: “estad alerta, vigilad; porque no sabéis cuando vendrá este tiempo” , pues “no sabéis ni el día ni la hora” ; e incluso les previene de una insensata confianza como la que se dió antes del diluvio universal “se comía, se bebía, tomaban mujer y marido, hasta el día que Noé entró en el arca” .

¿Qué actitud tuvieron Simón, Juan, Santiago y Andrés al escuchar estas palabras del Señor? El sabor agridulce de la curiosidad satisfecha y un mejor conocimiento de la intimidad del Maestro. Por un lado pueden compartir con Jesús su dolor y comprender su sacrificio, por otro se sentirán espoleados a ser más fieles y mejores anunciadores de la salvación de modo que nadie pueda decir que no estaba a avisado; y, por fin, un cierto temor ante los tiempos difíciles que se avecinaban aunque tuviesen gran confianza en Dios Todopoderoso. Andrés sentirá el peso de la confianza divina. Ese peso le ilumina y, al mismo tiempo, le carga con resposabilidad similar a la de Cristo.

El final de la exposición de Jesús sobre aquellos hechos fue sorprendente, pues dijo:

“Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se obscurecerá y la luna no dará su resplandor y las potestades de los cielos se conmoverán. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre, y en ese momento todas las tribus de la tierra prorrumpirán en llantos. Y verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes con gran poder y gloria. Y enviará a sus ángeles que, con trompeta clamorosa, reunirán a sus elegidos desde los cuatro vientos, de un extremo a otro de los cielos” . Realmente es el dies irae del que habla San Pablo: día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual retribuirá a cada uno según sus obras: la vida eterna para quienes, mediante la perseverancia en el bien obrar, buscan gloria, honor e incorrupción; y la ira y la indignación, en cambio, para quienes, con contumacia, no sólo se rebelan contra la verdad, sino que obedecen a la injusticia”

Andrés sentirá temor ante los acontecimientos anunciados, pero también gozo por haber sabido encontrar a Jesús misericordioso antes de verlo como justo Juez. Conviene que todo hombre, como Andrés, aproveche el tiempo de misericordia de esta vida arrepintiéndose de sus malas acciones, bautizándose y confesando sus pecados, pues desconoce tanto el tiempo del juicio final como el del juicio personal que se dará tras la muerte; cada cual se encontrará con la verdad de su vida tanto si fue generosa y recta, como si fue torcida y pecadora. No en vano dice San Agustín que Jesús “no sólo predijo los bienes que había de otorgar a los santos y fieles suyos, sino también los males que habían de abundar en esta vida; y todo con el fin de que esperemos con mayor seguridad los bienes que han de seguir al fin de los tiempos, no obstante los males que les han de preceder” .

Vale la pena recordar el himno del dies irae atribuído a Tomás de Celano, uno de los primeros en seguir a San Francisco evocando el Juicio Final en primera persona con todos los acentos de petición humilde y temor ante el posible castigo:

Día de ira, el día aquel que reducirá el mundo a cenizas; lo atestiguan David y la Sibila.

Cuan grande será el terror cuando aparezca el Juez para juzgar con rigor todas las cosas.

La trompeta esparciendo atronador sonido por entre los sepulcros, nos empujará a todos ante Dios.

La muerte se asombrará y la naturaleza cuando se levante la criatura para responder ante su Juez.

Se abrirá el libro, ya completo, en el que todo se ha consignado, para abrir el proceso del mundo.

Así, pues, cuando el Juez tome asiento, se revelará todo su secreto, nada quedará sin castigo.

Oh Dios de augusta majestad, candor santísimo de la Trinidad, llámanos a la sociedad de tus santos.

¿Qué he de decir entonces, miserable de mí?

¿A qué abogado recurriré, cuando aún el justo apenas está seguro?

Oh Rey de terrible majestad, que a los que salvas, salvas por pura bondad: sálvame, fuente de piedad.

Acuérdate, Jesús piadoso, de que soy causa de tu caminar terreno; no me pierdas en aquel día.

Al buscarme, Te sentaste, fatigado; me has redimido sufriendo en la Cruz; no sea vano tanto trabajo.

Justo Juez de los castigos, concédeme el perdón, antes del día de la cuenta.

Gimo como reo; la culpa ruboriza mi cara; perdóname, Señor, que te suplico.

Oh Dios de augusta majestad, Candor santísimo de la Trinidad llámanos a la sociedad de tus Santos.

Amén



JMRS
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