El Pez Muere por la Boca

Hablantines e imprudentes

2007-02-23

Vicente Fox jamás entendió que él y su puesto se debieron a la voluntad de...

Por: Raúl Cremoux
El Universal

Prácticamente no tenemos políticos que del verbo hayan hecho una virtud. Mucho les gusta hablar y con frecuencia es la lengua lo que los lleva primero al laberinto y más tarde al despeñadero. Ignoran que la verdadera templanza empieza en el respeto a uno mismo. "Las cosas que hay que hacer no se deben decir, y las cosas que hay que decir no se deben hacer", señala Baltasar Gracián.

Ninguno de los dos, Vicente Fox y Humberto Moreira, saben que nunca se degrada a otro sin mancillarse a sí mismo. El ex presidente siempre ignoró que el hombre frívolo carece de sustancia. Nunca supo que la madurez a la que estaba obligado, comienza cuando el hombre deja de alabarse y poco a poco y con rigor trabaja en ser discreto, sagaz, valeroso, moderado, íntegro.

Su dicho en tierras estadounidenses lo pintó de cuerpo entero. Cuando el capricho y la obstinación se juntan, terminan por casarse indisolublemente con la necedad. Cada vez que hablaba se acercaba más y más al perfil de lo que Marco Tulio Cicerón llamaría un necio: cometen tonterías y se alegran de hacerlas; el tiempo y el cuidado de los demás, no los contienen. Si tardan más, es para que la tontería sea aún mayor.

Para el trato común son peligrosos y para las confidencias son más que dañinos. Vicente Fox jamás entendió que él y su puesto se debieron a la voluntad de otros, en su paso por la Presidencia terminó levantando un altar a la ignorancia: receloso y lleno de vanidad no supo ayer como hoy tampoco, que el poder debe ir acompañado y precedido por la ética. Es la máxima prevención de desear y gobernar. Él, Vicente Fox, jamás estuvo a esa altura, ¿cómo podría estarlo ahora?

Por su parte, el caballero que trabaja como gobernador de Coahuila es de esos valentones que esperan el tiempo les traiga vientos propicios. Condena la conducta presidencial pasada, habla de confidencias idas, reta a confrontaciones futuras que nunca tendrán lugar, paga facturas de apoyos en campaña y se alza queriendo ser lo que no es: un cruzado contra la infamia y un ministro de justicia tardío.

No habrá ni premio ni castigo a sus decires. No hay forma de comprobar la ruindad de lo que supuestamente le pidieron. Si lo que más le interesa, como declara, es la suerte de quienes trabajan en las minas, deberemos ver en los años porvenir, un intenso trabajo en más de cien vertientes para remediar esos males. De hecho debiera convertirse en un gobernador minero.

Fox ya no cuenta, pero nuestros actuales políticos profesionales y gobernantes, sea cual fuere su rango, harían bien y en mucho beneficiarían a la sociedad, si leyeran El arte de callar, del abate Dinouart que, desde 1771, ha sido publicado en numerosas ediciones. Es un librito así de chiquito lleno de sabiduría. Nos muestra que el arte de callar es en realidad un arte al hablar. Quien busque en sus páginas un mundo cerrado en el silencio se equivocará.

Dinouart no es contemplativo sino un polemista, nos enseña la elocuencia muda en la que sobresale el cuándo y el cómo del silencio.

Su texto está destinado a los dirigentes y a los filósofos que no paran de hablar; se lanza contra los abusos de la lengua, contra los corruptos y los libertinos, muy especialmente contra "los envenenadores públicos" que degradan el idioma, las costumbres superiores en la comunicación y terminan haciendo daños terribles a la sociedad. Si eso él veía en 1771, ¿podemos imaginar lo que hoy podría escribir?

Escritor y periodista



AAG

Notas Relacionadas

No hay notas relacionadas ...



Ver publicaciones anteriores de esta Columna