Nacional - Política

Crónica de un segundo debate, entre respuestas prefabricadas y la incredulidad en la frontera

2018-05-21

Su tierra ha sido testigo de tragedias humanitarias inenarrables y poco tiempo o pocas ganas quedan...

Santiago Igartúa 


TIJUANA, B.C. (apro).- Faltaban unas horas para que iniciara el debate, pero en la calle a nadie le importaba. En Tijuana, los domingos son para la familia, no importa que estén partidas. Partidas por la pobreza, partidas por una suerte de guerra que nadie entiende, partidas por sueños, partidas por la indiferencia de muchos más de dos naciones, partidas por un muro…

Su tierra ha sido testigo de tragedias humanitarias inenarrables y poco tiempo o pocas ganas quedan para la política.

En Playas de Tijuana, donde empieza o termina la patria, la valla metálica que se pierde en el mar es la escenografía del drama. Por tramos pintada de verde, por tramos oxidada, del lado mexicano está cubierta con dibujos, nombres y promesas de amor. Del lado “americano”, patrullas, torretas, barras y estrellas.

Pero los domingos, imágenes en blanco y negro del Berlín del holocausto, las familias se encuentran.

Gerardo tiene 37 años. Entre barrotes y rejas apretadas, su mirada se adivina por la voz entrecortada. Llegó a San Diego cuando niño, de la mano de sus padres, Elsi y Juan. Tiene papeles para trabajar en Estados Unidos. No para vivir en paz. Indocumentados, su madre fue deportada luego de sufrir un derrame cerebral, y su padre desapareció en la frontera cuando iba a verla un par de años atrás.

Elsi escucha el relato de Gerardo con atención. Perdió la memoria y se le dificulta hablar. Dos perros falderos la custodian todo el tiempo. El monólogo de su hijo la hace sonreír. Le recuerda que hubo días en los que las familias jugaban voleibol por encima del muro y nadaban en el mismo mar, donde ignoraban la muralla.

Pepe es un pescador que no existe. No tiene acta de nacimiento ni peleles de ningún tipo. Lo deportaron siete años atrás y le ganó la tristeza. Se dice desesperado porque no tiene a nadie, pero trabaja en el borde de los dos países para buscarse.

Enrique y Alma Rosa Quiñones, desertores del partido que ha gobernado su estado las últimas tres décadas y fundadores del movimiento Expanistas de Baja California, explican la apatía en la región hacia la política.

Han visto mucha sangre por cruzar esa barda. En la frontera, donde migrantes y ciudadanos sufren secuestros sistemáticos, desapariciones, tortura física y psicológica, extorsión, abusos sexuales, corrupción, explotación laboral y sexual, las promesas son palabras vacías, y su realidad, la confirmación del fracaso de la política económica y social.

–En el debate de hoy, los candidatos a la presidencia discuten los temas que más atañen a las personas en la frontera. ¿Qué esperan de ellos? –se les pregunta.

–De ellos no esperamos nada. Les diríamos que esperamos que hablen del libre comercio, de crear fuentes de trabajo que no sean una burla con sueldos de miseria, de tener sensibilidad con la gasolina y el IVA, de cómo nos van a proteger de los malandros, de las violaciones, de los feminicidios, de quién va a poder negociar con Trump sin entregarse ni rebajarse a su nivel… Pero la gente ya no está ciega. Vemos con dolor lo que hacen ellos y lo que hicieron de nosotros.

“Desgraciadamente –dice mientras señala unos opulentos edificios de San Diego que contrastan con nuestra pobreza– la vida allá es mejor. Pero la consiguieron con nuestras cosas y nuestra gente. Para qué vamos a oír mentiras en un debate. Tenemos que recuperarnos nosotros mismos”.

***

Las inmediaciones de la Universidad Autónoma de Baja California fueron un oasis. Grupos de apoyo organizados de las tres coaliciones aparecieron con equipos de sonido, banderas y consignas que se perdían entre la estridencia y el aparato de seguridad que apabullaba en número a los manifestantes.

En segunda línea se colocaron activistas y ondearon pancartas dirigidas a Donald Trump con el frío tardío de mayo.

Hablaron de corrupción del gobernador Francisco Vega, de sus presos políticos, de graves violaciones a los derechos humanos, de la estéril militarización de la frontera, de asesinatos y desapariciones cometidas por el crimen organizado en complicidad con las autoridades, de un Estado ominoso que no garantiza mecanismos mínimos de seguridad y justicia.

“El Estado ha fracasado en garantizar su seguridad, su libre tránsito, su dignidad y su vida. Aquí se sufre, se camina y se espera con dolor y hambre, se llora de tristeza. Hay miles de personas atrapadas en este infierno por creer en una vida distinta. A eso los orillaron los políticos. Pasan los sexenios y los candidatos siempre quedan chiquitos”, reclama Azael, migrante establecido en Tijuana para rescatarse de un sueño frustrado.

Habla de una sociedad fallida que los criminaliza y discrimina migrantes. Dice que es un asunto de clases.

“Nos quejamos de los gringos, pero aquí se trata muy mal a los centroamericanos. La sociedad y el gobierno no nos quieren ver. Nos repudian tanto como (Donald) Trump. Hay una enorme doble moral. Eso sí, yo no he visto que traten mal a las familias que vinieron de Europa, de Estados Unidos o Canadá”, dice a la espera del debate, con la esperanza de que sus historias dejen de replicarse por miles.

Y termina: “Estamos abandonados. No hay gobierno. No hay instituciones o autoridades confiables a las que puedas asistir. Los activistas también vivimos en riesgo. La política migratoria estadunidense profundizó la criminalización de los migrantes y la militarización de la frontera. A ver si un día alguien, por humanidad, ayuda a la gente a aliviar su dolor”.

***

Andrés Manuel López Obrador alteró el orden de llegada que por sorteo había designado el Instituto Nacional Electoral (INE) para ser el último en llegar, cuando debió ser el primero. Lo hizo acompañado de su esposa y de integrantes de su equipo como Yeidckol Polevnsky, Héctor Vasconcelos, Marcelo Ebrard, la expanista Gabriela Cuevas y Gerardo Esquivel. Dedicó el debate a los migrantes del mundo entero.

El primero en aparecer fue José Antonio Meade, de la mano de Juana Cuevas, horas después de asesorarse en su hotel con Manlio Fabio Beltrones, Claudia Ruiz Massieu, Aurelio Nuño y el exaspirante independiente Armando Ríos Piter.

Le siguió Ricardo Anaya, también con su esposa y sus asesores Damián Zepeda, Santiago Creel y Emilio Álvarez Icaza.

Y completó el cuadro Jaime Rodríguez Calderón, el Bronco, acompañado de su mujer y sus hijos, acusando ante la prensa los “acarreados” que topó a la entrada del encuentro.

Caminaron por una improvisada pasarela en el estacionamiento de la sede universitaria ante la prensa. Y entrarían al debate para encontrarse con un público que los cuestionaría en temas de comercio exterior e inversión, seguridad fronteriza, combate al crimen transnacional y derechos de los migrantes bajo el formato denominado Asamblea Participativa, copiado de los debates estadunidenses.

Los candidatos ignorarían en buena medida esos cuestionamientos con respuestas prefabricadas, al parecer de los activistas que desde las banquetas perdieron toda esperanza en la palabra de los contendientes.

“No dicen nada”.

Teresa Reynaga, de 72 años, pidió claridad sobre la inseguridad y los abusos en la frontera. Escuchó ataques y propuestas recicladas de políticas públicas y “palabras vacías” para enfrentar la crisis de derechos humanos en el país, lamentaron las activistas.

También lamentaron el protagonismo que por momentos tomaron los moderadores.

Fueron pocos los sobresaltos que vivieron, aletargados en un debate plano. El más álgido se dio cuando Ricardo Anaya encaró a López Obrador y este resguardó su cartera, desatando carcajadas. Más tarde se llamarían “mentiroso farsante” mutuamente, y se respaldaron en tres portadas de Proceso.

Para los activistas, no hubo más ni hubo sustancia.

Al final, el primero en marcharse fue Ricardo Anaya. La sonrisa calcada, no quiso detenerse ante la prensa. “Ganamos”, dijo mientras se alejaba.

Siguió López Obrador. A diferencia del primer debate, decidió acercarse a la prensa que le preguntó dónde estaba su cartera. “A pesar de todo, aquí la traigo”, respondió sonriente, tomado de la mano de su esposa Beatriz. “Yo no le voy a fallar al pueblo de México”, terminó diciendo.

José Antonio Meade también se fue declarándose ganador. “El desconocimiento del resto de los candidatos fue evidente. Ni siquiera entendían las preguntas. La capacidad cuenta”.

Y El Bronco cerró la velada, rompiendo la brevedad de los tres primeros. El expriista habló largo sobre el “pleito” entre los otros tres contendientes, de su falta de entereza para enfrentar a Donald Trump y de cómo el sistema de partidos es el origen de todos los males.

“Andrés Manuel cuidó su cartera, pero no debe traer ni una tarjeta de presentación porque no trabaja, y Anaya no nos habló de las remesas que manda de Atlanta”, dijo entre risas parcas.

En la calle, dos horas más temprano que en el resto del país, no quedaba un alma.



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