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Las caídas y el ascenso de Andrés Manuel López Obrador

2018-06-30

Presumiendo de una conexión profunda con los pobres, construida durante una década de...

Azam Ahmed, The New York Times

GUADALAJARA — Andrés Manuel López Obrador volteó hacia la marea de camisetas color vino tinto y rojo y seguidores que ondeaban banderas en una plaza de Guadalajara.

Nunca antes lo había recibido tanta gente allí. En sus anteriores campañas presidenciales, muchos habitantes de la acaudalada capital de Jalisco lo habían rechazado porque consideraban que su plataforma de izquierda era demasiado radical.

Pero esta vez, a pocos días de una de las elecciones mexicanas más importantes en décadas, los aplausos con los que fue recibido reflejaban un giro en todo el país y la habilidad que ha tenido López Obrador para aprovecharlo.

“Nuestra lucha tiene como antecedentes a las tres grandes transformaciones que ha registrado la historia de nuestro país: la Independencia, la Reforma y la Revolución”, le dijo a la multitud. “Vamos a llevar a cabo la cuarta”.

A medida que la corrupción y la violencia desgastan la paciencia de los mexicanos, los votantes han volteado hacia López Obrador, un rostro reconocible que ya ha sido dos veces candidato a presidente y alguna vez organizó un plantón de varios meses en Ciudad de México tras perder por un margen mínimo, rehusándose a aceptar la derrota.

Presumiendo de una conexión profunda con los pobres, construida durante una década de visitas a casi todos los municipios del país, ha logrado afianzar una ventaja considerable de cara a las elecciones del domingo.

Si se cumple lo pronosticado en las encuestas, López Obrador —quien ha prometido que venderá el avión presidencial y que convertirá la residencia presidencial en un parque público— podría tener un triunfo aplastante, lo que ubicaría a un líder de izquierda a cargo del segundo país más grande de América Latina por primera vez en décadas.

Los últimos sondeos publicados le daban una ventaja muy amplia sobre el rival más cercano, un cambio de suerte impresionante para un político cuyo futuro no quedaba claro hasta hace unos meses. Pero el desencanto generalizado con el sistema político tradicional en México lo ha vuelto a posicionar ante el electorado.

Ahora, López Obrador podría enfrentar a un presidente estadounidense que ha llevado las relaciones con Estados Unidos a su nivel más bajo en la historia de los últimos años.

A pesar de las actitudes duras y de confrontación que ha tenido, López Obrador ha sido sorpresivamente moderado en el tema del presidente Trump, al asumir una postura pragmática que suena muy similar a la del poder establecido que él tiene la esperanza de derrocar.

“Vamos a mantener una buena relación” con Estados Unidos, dijo López Obrador en una entrevista. “O, en cambio, buscaremos tener una buena relación bilateral porque es indispensable”.

López Obrador, de hecho, se ha ganado varias comparaciones con Trump.

Ambos hombres fustigan a sus críticos y a quienes perciben como enemigos. Ambos sospechan de la prensa y ponen a prueba su poder. Un sentido de nacionalismo y de nostalgia por un pasado perdido son parte central de sus plataformas y de su atractivo.

No obstante, allí donde Trump reacciona como político de derecha, López Obrador se apega a la izquierda. Y a pesar de que Trump ha convertido a México en uno de los blancos favoritos de sus ataques, López Obrador describe el Tratado de Libre Comercio de América del Norte como una parte vital del sustento de México.

“Quiero decir, los brasileños y los franceses pueden pelear con Estados Unidos, pero México, por razones geopolíticas, simplemente no podemos”, agregó. “Tenemos que llegar a un acuerdo”.

Durante gran parte de su carrera, López Obrador se ha enfocado en dos temas principales: pobreza y corrupción, flagelos nacionales que él considera inseparables. Para las masas en México, ambos pilares de su plataforma son poderosamente atractivos.

López Obrador se ha comprometido a elevar las pensiones para los adultos mayores y las becas de estudio para los jóvenes. Promete disminuir los salarios de los altos funcionarios del gobierno, incluido el suyo, y aumentar en cambio los salarios de los servidores públicos peor pagados. Sobre todo, asegura que combatirá la corrupción y que usará las decenas de miles de millones de pesos al año que se ahorrarán para pagar los programas sociales.

Muchos dudan de que pueda erradicar los sobornos o lograr el tipo de bonanza que ha prometido. Sin embargo, después de pasar los últimos dieciocho años votando por los dos partidos dominantes en México, los electores parecen cada vez más dispuestos a probar algo diferente.

Las posturas de López Obrador prácticamente no han cambiado desde la época en que era un joven organizador de comunidades indígenas en su estado natal, Tabasco.

Lo que ha cambiado es el clima político de México.

Las persistentes tasas de pobreza y una gran desigualdad, sumadas a una serie de escándalos de corrupción y un aumento de la violencia en los últimos años, han impulsado a los votantes hacia López Obrador, quien ocupó un cargo público por última vez en 2005, cuando era jefe de Gobierno de Ciudad de México.

Además de eso, los jóvenes, que se espera representen alrededor del 40 por ciento del voto en esta elección, se han inclinado ampliamente por López Obrador, quien, a los 64 años, es el candidato de mayor edad en la contienda.

“Es como una maldición sobre sus casas”, dijo Roberta Jacobson, la exembajadora estadounidense en México, en referencia hacia quienes integran el sistema político actual. “Él es el único que pudo presentarse con éxito como alguien ajeno al sistema, y hay mucha gente en México que se siente afuera del sistema”.

En efecto, las perspectivas electorales de López Obrador deben tanto al actual presidente, Enrique Peña Nieto, como a su lenguaje populista y a las promesas de ir contra los poderosos.

Los presidentes en México están limitados a gobernar durante solo un periodo de seis años; la gestión de Peña Nieto ha estado marcada por la corrupción. Después de que se reveló que su esposa había comprado una residencia de lujo con un enorme descuento de parte de un contratista del gobierno, una investigación federal lo exoneró de cualquier ilícito.

Después de que la respuesta de su administración a la desaparición de 43 estudiantes fuera confrontada por expertos independientes, los investigadores fueron básicamente expulsados del país. Después de que saliera a la luz evidencia de espionaje ilegal a periodistas y activistas de derechos humanos, la investigación gubernamental derivó en la nada.

Ahora, López Obrador cosecha las recompensas de los errores de Peña Nieto.

Es destacable que el debate electoral ha tenido poca relación con el presidente estadounidense, Donald Trump, cuyos ataques han afectado tantos aspectos de la vida en México, especialmente en comercio y migración.

Aunque los candidatos principales en México se han unido para oponerse a las amenazas de Trump, las motivaciones principales de esta elección son los temas nacionales —corrupción, violencia, pobreza— que forman parte del discurso de López Obrador.

Sobre la relación personal con Trump, incluso algunos de los colaboradores más cercanos de López Obrador admiten que no están seguros de cómo podría reaccionar a insultos como los que el actual presidente de México ha recibido de manera directa.

Por su parte, López Obrador dice que Trump simplemente dirige sus mensajes a su base de simpatizantes.

“Trump es un político, más de lo que la gente asume; él actúa políticamente y funcionó para él, su política antiinmigrante y su discurso antimexicano, el muro”, dijo Jacobson. “Él aprovechó un sentimiento nacionalista en ciertos sectores de la sociedad estadounidense”.

López Obrador, en cambio, se ha enfocado internamente y ha generado temor entre algunos mexicanos por su promesa de enfrentar a la “mafia del poder”, el apodo que ha dado a la élite empresarial y política del país.

Él afirma que puede ahorrar 20,000 millones de dólares al año al atacar la corrupción, una cifra que esgrime en discursos, pero cuya fuente es incierta.

Ante los críticos, su cruzada es representativa de los peligros que podría traer la presidencia de López Obrador. Algunos temen que simplifique demasiado el problema de los sobornos y la tarea de erradicarlos, así como el precio de sus grandes ambiciones.

Esos mismos críticos señalan que, cuando él gobernó Ciudad de México, fue incapaz de erradicar la corrupcióna a pesar de su amplia popularidad.

López Obrador es muy consciente de las maneras en las que los mexicanos, quienes han sufrido durante mucho tiempo a manos de los ricos y poderosos, pueden verse seducidos por él.

Tanto en estilo como en su discurso, él transmite austeridad. Vive en una modesta vivienda de dos pisos, viajó en clase económica a sus eventos de campaña y solo posee un puñado de trajes.

No obstante, detrás de la humildad de su enfoque hay una ambición compleja y tenaz por remodelar a México. Para algunos, tal vez incluso para el mismo López Obrador, él es un especie de mesías, el líder elegido para sanar los males de su nación.

“Él genuinamente piensa que es la mejor opción para México”, dijo Kathleen Bruhn, una profesora de la Universidad de California, campus Santa Barbara, quien ha estudiado la carrera de López Obrador. “Pero no pienso que sea incompatible con que él quiera acumular mucho poder”.

“La gente habla sobre su retórica y de cómo el será como Hugo Chávez”, el polarizante y dominante expresidente de Venezuela, agregó. Sin embargo, “hay una parte de pragmatismo que espero que salga a flote”.

Para otros, su temperamento arrogante y su sentido de destino son una receta para el desastre.

Al referirse a los problemas de México, López Obrador a menudo divide el mundo en dos: los buenos contra la élite que le ha robado al país la igualdad y la justicia.

Su división entre lo bueno y lo malo se extiende a los críticos y las instituciones que él siente que no sirven a sus intereses. Muchos temen que su asumida autoridad moral lo pueda confrontar precisamente con las instituciones que debería proteger.

López Obrador se ha confrontado abiertamente con los medios en México, al acusarlos de corrupción y parcialidad. Y aunque los medios mexicanos han sobrevivido desde hace mucho tiempo gracias a los recursos gubernamentales, los cuales influyen claramente en la cobertura, su enojo es para muchos una señal de una característica preocupante: una incapacidad para recibir críticas.

De manera muy similar a Trump, López Obrador a menudo ataca a quienes lo cuestionan de manera personal, y pública, y es un maestro en poner apodos.

Los miembros de la élite adinerada son calificados como “fifís”, el equivalente a burgueses. Sin embargo, grupos de derechos civiles y a favor de la democracia también son a veces menospreciados por López Obrador, a pesar de ser unos de los pocos contrapesos a la impunidad desenfrenada en México.

Muchos de los activistas anticorrupción más prominentes del país temen que López Obrador llegue a la presidencia; les preocupa que su incipiente movimiento quede fuera de la discusión.

Cuando López Obrador fue jefe de Gobierno de Ciudad de México, organizadores planearon una gran marcha para protestar por el creciente numero de secuestros en todo el país, una consecuencia trágica de la guerra contra las drogas en esta nación.

En aquel momento, López Obrador inicialmente se negó a reunirse con ellos, y se refirió de manera peyorativa a sus iniciativas como proyectos para los ricos.

María Elena Morera, presidenta de la organización sin fines de lucro Causa Común y quien ayudó a organizar la marcha, dijo que a ella le preocupa que la presidencia de López Obrador reste importancia a los esfuerzos para mejorar la democracia mexicana.

“Tienes que entender cómo institucionalizar este cambio, no vincularlo todo a solo la misión de una persona”, agregó.

López Obrador, esencialmente, ha estado en campaña a tiempo completo durante más de una década; y su partido, Morena, está construido totalmente alrededor de su imagen. Ahora, Morena se encuentra a punto de dar un vuelco a la política en México y dejaría a los partidos más antiguos al borde de la ruina.

Pocas personas pensaron que un líder de izquierda podría tomar el timón de México —país que permanece como una nación católica y muy conservadora para los estándares de América Latina—.

No obstante, López Obrador ha logrado reunir un amplio movimiento que incluye a sindicatos, conservadores de extrema derecha, grupos religiosos, personas de la izquierda tradicional y algunos de los mismos funcionaros manchados por la corrupción contra los que arremete en cada uno de sus días.

También ha entablado relación con Esteban Moctezuma, exejecutivo de una televisora que depende ampliamente del dinero gubernamental —precisamente el tipo de personas que él acusa de estar comprometidas—, para designarlo como su secretario de Educación Pública.

Mientras algunos consideran su cercanía con los sindicatos y con la extrema derecha como contradictoria, otros ven las alianzas como evidencia de su lado pragmático.

En cierto sentido, lo que López Obrador ha construido en los últimos años se parece al viejo PRI —un partido decidido a incorporar a prácticamente cualquier persona a sus filas en la búsqueda de obtener el poder—. De hecho, él comenzó su carrera política en el PRI, que en esa época era la única opción real para cualquier aspirante a político.

Como jefe de Gobierno de Ciudad de México mantuvo límites estrictos en el gasto y trabajó junto con el sector privado, incluido el magnate de las telecomunicaciones Carlos Slim, para renovar el centro histórico de la ciudad. Construyó el segundo piso del Periférico para aliviar la congestión de autos en la capital del país, un proyecto que benefició principalmente a la clase media, no a su base tradicional de simpatizantes.

Si es elegido como presidente, ha prometido ejercer una austeridad fiscal. Para tranquilizar a la comunidad empresarial, ha dicho que no expropiará negocios y trabajará de la mano con el sector privado.

Cuando dejó el cargo de jefe de Gobierno, López Obrador gozaba de cerca del 80 por ciento de índice de aprobación. La presidencia, en ese momento, no se veía tan lejana. Sin embargo, el conservador Partido Acción Nacional, que estaba en la presidencia, logró pintarlo como un radical y una amenaza para la democracia.

En una dura batalla, López Obrador fue derrotado por menos del uno por ciento de los votos en la elección de 2006, y casi de inmediato salió a las calles para protestar lo que él calificó como fraude. Sus simpatizantes tomaron el Zócalo de Ciudad de México y bloqueron una de las principales arterias viales de la ciudad: la avenida Paseo de la Reforma.

Entonces, López Obrador realizó una ceremonia de toma de posesión para él mismo, en la cual designó a un gabinete para gobernar al país y se autoproclamó presidente legítimo.

La jugada parecía validar algunas de las críticas más duras contra él, lo que alejó a algunos de sus simpatizantes. Finalmente, siguió su camino y muchos analistas lo descartaron.

Perdió de nuevo en 2012, por una diferencia mucho más amplia. Sin embargo, López Obrador continuó construyendo su coalición y se preparó para una nueva contienda.



JMRS