Cabalístico

Servir da siempre mucha alegría

2018-07-03

Asumió sus funciones muy contenta, sobre todo por sentir que estaba haciendo un gran favor a...

Por Antonio Borda
 

Viuda, rica y sola, aquella señora sin hijos pero rodeada de suficiente servidumbre en su mansión, sintió un día que su enfermedad y depresión requería alguien que le diera más que formal y simple atención diaria, verdadera dedicación, trato cordial y cuidados afectuosos. Se le ocurrió nada más y nada menos que pedirle a su abogado -un prestigioso y reconocido padre de familia que vivía con sus tres hijas solteras y su esposa en una gran casona cercana, que la recibiera por unas semanas allá entre la familia.

El licenciado aceptó, pues en su cristiano hogar, siempre hubo una amplia e independiente habitación con servicios para sus huéspedes de mucha confianza. Requirió de su hija mayor que se pusiera al frente de la asistencia y asumiera todas las responsabilidades y debidas atenciones para la señora. Conocía el carácter caritativo, dulce y comprensivo de su hija que ya pasaba de los 26 años de edad y dudaba entre hacerse religiosa o contraer matrimonio. Muy devota del sagrado Corazón de Jesús, Lucilia era de semblante serio, pensativo y no esplendorosamente bonita, pero siempre fina, amable y atenta con los demás.

Asumió sus funciones muy contenta, sobre todo por sentir que estaba haciendo un gran favor a su queridísimo padre que tanto admiraba. La señora se instaló y los cuidados y atenciones comenzaron ese mismo día.

Un tanto quisquillosa e irritable, en parte por la edad y en parte por las molestias de la dolencia, bien pronto las hermanas de Lucilia, su propia madre y las empleadas de la casa comenzaron a sacar discretamente el cuerpo para que todo recayera sobre la hija mayor, aunque dándole de vez en cuando algunos rápidos y superficiales apoyos domésticos. A una de sus hermanas, muy bonita y de trato social un tanto mundano y vivaracho, se le ocurrió que su aporte caritativo para atender a la viuda era pasar dos o tres veces por semana a la habitación, hacerle una rápida visita y alegrarla con alguna habladuría de la sociedad.

Entre tanto Lucilia verificaba y atendía todo: Medicaciones, cambios de ropa de cama, dieta alimenticia correcta y a horas, le traía algunas revistas, le hacía alguna lectura piadosa, le hablaba sobre temas que animaran a la pobre viuda rica y sin familia, le calzaba las babuchas, la ayuda a vestirse y estaba pendiente cuando la señora entraba a bañarse. Así transcurrieron casi tres meses hasta la total recuperación anímica y corporal de la señora. Tanto la madre como las hermanas de Lucilia, habían advertido la ejemplar dedicación de esta y una de ellas le hizo ver que la huésped no se distinguía mucho por la gratitud, y no valía la pena tanto esmero por ella, que podía ser servida por las empleadas del hogar. Lucilia ya lo había notado perfectamente, pero no le importaba eso tanto cuanto atender a la pobre enferma y colaborarle a su amado padre.

Dicho y hecho. El día de la partida de la señora para su casa, lista para ser recogida en su vehículo por el chofer y las empleadas que habían venido a llevarla, reunidos en el hall de entrada, la señora se dirigió a todas con palabras ceremoniosas de agradecimiento y aprecio, pero muy especialmente a la graciosa hermana menor de Lucilia, por las cortas visitas, manifestándole que realmente ella había sido su ángel custodio durante la estadía de recuperación. Para expresarle su gratitud había mandado comprarle un regalo especial que entregó tras abrazarla, besarla y elogiarle su caridad. A Lucilia le dirigió una rápida mirada de convencional agradecimiento y dos palabritas corteses.

Tras la partida del vehículo, cerrado ya el gran portón, todas en el hall se volvieron a Lucilia recordándole que había sido advertida. Mientras la hermana menor desempacaba curiosa el regalo, Lucilia se limitó a sonreírles y también recordarles con respeto, que realmente ella había pensado más en la obra de caridad que propiamente en la señora, de la que había notado su modo de ser desde el principio; en halagar a su padre que le había pedido esa colaboración, y en que el sufrido Corazón de Jesús de verdad estaría muy consolado esos días.



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