Vox Populi

Vacantes: se busca político honrado

2018-07-18

Un México en el que los senadores, diputados y ministros sean de clase media, y los...

Jorge Zepeda Patterson, El País


¿Será posible que el 1 de diciembre los burócratas, los políticos y los empresarios amanezcan infectados por el bacilo de la sobriedad y la honradez que existe en el imaginario de Andrés Manuel López Obrador? Las 50 medidas que el presidente electo acaba de anunciar me hacen recordar las novelas de José Saramago, con sus países inventados en los que súbitamente los habitantes amanecían ciegos o sin ganas de votar, inoculados por un virus que solo existía en la mente del escritor.

No sé si es factible instaurar la República de la Austeridad que el nuevo mandatario tiene en la cabeza (comenzará a gobernar el 1 de diciembre, pero está claro que desde hace algunos días ya es quien verdaderamente manda en México). Y no obstante es imposible estar en desacuerdo con ese país del Nunca Jamás. Algunos se preguntarán si tal utopía existe o tiene posibilidades de existir.

Un México en el que los senadores, diputados y ministros sean de clase media, y los servidores públicos se conformen con sueldos modestos. Y es que las austeras medidas anunciadas parecen extraídas de un cuento de ficción: prácticamente nadie tendrá autos, choferes, guardaespaldas, viáticos, boletos de avión de primera clase, seguro de gastos médicos, bonos o una corte de asesores. La amante de turno no podrá gozar de una plaza de secretaria porque ni siquiera habrá secretaria. Los niños no serán llevados a la escuela privada de postín por el chofer de la oficina, porque no habrá chofer ni el sueldo del funcionario alcanzará para pagar la escuela de postín.

La cosa pública volverá a ser pública y no patrimonio exclusivo de los administradores que la regentan.¿Demasiado bueno para creerlo? Desde luego la clase política está aterrorizada. ¿Para qué convertirse en alcalde o diputado si no se va a salir de pobre? Es un error vivir fuera del presupuesto, suelen decir; pero vivir con el presupuesto que propone el nuevo Gobierno no es vida, murmuran confundidos. Y si los funcionarios están espantados, los empresarios enriquecidos a mansalva por licitaciones y proveedurías amañadas se sienten protagonistas de una pesadilla infernal.

Los más optimistas entre las futuras víctimas de la austeridad juran que el país de López Obrador tan solo es un espejismo y que la realidad seguirá prevaleciendo. Afirman que una sociedad que ha convertido en virtud la consigna “el que no tranza no avanza” no puede renunciar a sus convicciones. Según la doctrina del grupo Atlacomulco, edificada en el lema “político pobre es un pobre político” y sustanciada en la filosofía peñanietista de que la corrupción es cultural, la honestidad no puede instalarse por decreto.

¿Quién tendrá razón? Quiero pensar que las medidas de austeridad pueden imponerse gracias al carro completo que ha conseguido López Obrador y a condición de que ejerza en su grupo político la suficiente disciplina. Debe evitar que los nuevos funcionarios de Morena respeten las nuevas normas en lo formal pero encuentren vías ingeniosas para violarlas en la práctica. Incluso así, el problema está en otro lado. Desprovistos de sus incentivos honestos (sueldos, bonos y prestaciones) y deshonestos (abusos y exacciones indebidas), los cuadros más competitivos del sector público emigrarán a otros mercados de trabajo mejor remunerados.

A menos, claro, que además de imponer este plan de austeridad López Obrador logre instalar una nueva cultura sobre el servicio público. Aquella en la que el funcionario profesional sienta que los bajos salarios quedan compensados por la satisfacción de trabajar por el bien común o, al menos, por el prestigio que un cargo de responsabilidad pueda aportar en beneficio de su carrera.

En todo caso, se trataría de una visión inédita en los usos y costumbres de nuestra burocracia. No sé si las 50 medidas esbozadas sean el principio de la cuarta transformación en la historia nacional que López Obrador ha prometido. Pero el punto de partida, la visión de un Gobierno honesto y frugal, es una apuesta absolutamente revolucionaria. De entrada no me parece mal un presidente que parece hacer suya aquella vieja consigna de Marcuse que marcó el 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.


 



regina