Editorial

La épica sandinista contra Daniel Ortega

2018-07-26

La chispa que prendió la mecha fue una subida de las cotizaciones y una reforma de las...

ANTONIO GARCÍA MALDONADO | El Mundo

Todo movimiento que se reclama revolucionario tiene hitos fundacionales. Sus líderes se encargan de recordarlos, especialmente durante momentos de crisis. La mención de la toma del palacio de invierno fue permanente en la URSS. El castrismo tuvo Sierra Maestra o la invasión de Bahía Cochinos. El chavismo habla con emoción del fallido golpe de Estado de 1992, tras cuyo fracaso el comandante Chávez dijo aquello de que "todavía" no había alcanzado sus objetivos. En el caso de la revolución sandinista, que acabó con la saga de los Somoza en 1979, ocupa un lugar especial la ciudad de Masaya, cercana a la capital, y en concreto el barrio indígena de Monimbó.

Los medios nos informan estos días de que esta ciudad de algo más de 100 mil habitantes se ha convertido en el corazón del movimiento opositor contra Daniel Ortega, líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que tomó Managua un julio de hace 39 años. Algo que se aprestó a conmemorar el presidente hace unos días con un discurso multitudinario que buscaba un desagravio con oropeles después de tres meses de protestas contra él, su entorno y su gestión.

La chispa que prendió la mecha fue una subida de las cotizaciones y una reforma de las pensiones, y aunque el Gobierno dio marcha atrás, las protestas se mantuvieron. Los estudiantes y los jóvenes, esos "muchachos" de los que hablaba en sus memorias el Premio Cervantes Sergio Ramírez, habían vuelto y pronto consiguieron la adhesión de sectores sociales que hasta hacía muy poco formaban parte del pacto tácito corporativista con el que funcionaba el país centroamericano. Empresarios, trabajadores y sandinistas acordaban y la Iglesia bendecía. Todo eso se ha venido abajo en cuestión de semanas.

Los muertos son ya más de 300 según el Centro Nicaragüense de Derechos humanos (CENIDH), y Ortega ha parecido romper el tablero de las negociaciones entre oficialistas y opositores al calificar de estar con los "golpistas" a la Iglesia, que actúa como mediadora entre el FSLN y la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, que agrupa a la oposición ciudadana. Las negociaciones están estancadas, y el rechazo de la legitimidad del mediador sólo encalla la situación. El nuncio de de la Santa Sede y otros altos cargos nicaragüenses de la Iglesia han sido agredidos estos días, algo que muestra la inquina del Gobierno y sus bases contra los prelados pese a su aquiescencia de los últimos años.

Esta vuelta a cierto anticlericalismo es un regreso a los orígenes. El clero nicaragüense fue antisandinista en la década de 1980, y aún se recuerda el rapapolvo que Juan Pablo II dio ante las cámaras al padre Ernesto Cardenal, entonces ministro de Cultura de Ortega, apenas el Papa bajó de las escalinatas de su avión en Managua en 1983. El sacerdote Cardenal -hoy uno de los más acendrados disidentes- había sido un activo moral clave en el triunfo revolucionario.

En el tercer tomo de sus memorias, La revolución perdida, el sacerdote habla sobre Masaya en 1978 como si describiera la situación actual: "De allí surgió el grito ¡Monimbó es Nicaragua!, que después se estuvo repitiendo durante toda la revolución. Dos semanas estuvieron sublevados. Les cortaron el agua y no se rendían. [...] El país entero quedó hechizado por la hazaña de Monimbó. Al final arrasaron el barrio [...]. Gran parte de la gente se escondió en parajes agrestes de los alrededores. Desde donde le llegó a un reportero un papel en el que estaba garabateado: 'Todavía no nos han vencido. Todavía el pueblo no ha muerto'".

La de Masaya es la épica sandinista que se vuelve contra Ortega. Tras la ofensiva en 1978 contra la ciudad se formó el conocido como Grupo de los Doce, que agrupaba a personalidades de enorme prestigio -entre ellos, al mencionado Ramírez-. Cuenta el escritor que el manifiesto que lanzaron en apoyo del FLSN "causó desconcierto y conmoción en Nicaragua". Somoza mandó procesarlos bajo cargos de sedición y terrorismo. Acusaciones similares a las que lanza ahora Ortega contra los sublevados en la misma ciudad, cuatro décadas después.

Cuenta Cardenal en su libro que en octubre de 1978 "el levantamiento surgió espontáneo [...] y fue allí donde cayó Camilo Ortega", el hermano del actual presidente y mártir del sandinismo. Masaya añade la guerra simbólica al conflicto real. Y quizá por eso esta ciudad maltratada fue primero reticente a sublevarse en esta ocasión pero la más resistente tras dar el paso. La nueva lucha del barrio de Monimbó suena a sentencia final del Ortega, cada día más indistinguible del Somoza crepuscular.


 



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