Miscelánea Humana

Síndrome laboral de Estocolmo

2018-07-29

Vivimos una escandalosa involución, en donde hemos regresado a uno de los arreglos...

Cileya Muslera

"La cadena de hechos kafkianos que enmarcan nuestro día a día laboral, gozan de una cínica y reiterada presencia"

Vivimos una alienante y escandalosa anomalía laboral, al menos bajo los marcos conceptuales de un México del siglo XXI. En caso de no haber sido totalmente domesticado, llega a  quitar el sueño el intentar estructurar una explicación congruente (a manera de consuelo)  que sostenga su ubicua existencia, que es por demás contraria a toda lógica apegada los más básicos de los derechos humanos, cuyo costo de sangre no nos debe pasar desapercibido, o mejor vayamos eliminando cualquier jolgorio reservado para el día 1 de mayo del calendario oficial.

Para entender algo del mundo laboral moderno podríamos recurrir a conceptos tales como el síndrome de Estocolmo llevado al ámbito sociolaboral hasta sus últimas consecuencias. Porque vivimos una franca y gozosa distopia en donde la gente ha normalizado el aceptar trabajar bajo cualquier esquema de mal trato por un “pago hipotético”, a veces hipotético (especialmente si trabajas para gobierno), que a veces tarda en llegar, si es que llega…

Sin atreverse a desafiar a sus captores ante la falta de pago la víctima en su lugar mejor buscar subsistir de préstamos, empeños, caridad, ahorros, etc. y hasta poner de sus propios recursos con tal de cumplir estoicamente con las exigencias que se les presenten en el ámbito laboral, cualquiera que estas sean y bajo el tono que le sean requeridas muchas veces contrarios a las buenas costumbres; todo gracias al cobijo de la impunidad imperante en un sistema que descansa en un estado de derecho al borde del colapso de sus instituciones simuladoras, que tienen secuestrada a la ciudadanía extorsionándola día a día a través de ésta y otras mil y un oficiales maneras ya institucionalizadas de torturar al ciudadano.

El chantaje emocional necesario para mantener a la gente al servicio incondicional de casi pandillas, es tierra fértil en este estado de vulnerabilidad y crisis humanitaria que sufrimos. Como resultado se tiene gente sumisa y resignada por el miedo a perder el empleo, que además es incapaz de comprender cabalmente su propia miseria y reclamar el más básico de sus derechos.

Ni siquiera es sustentable el innecesario derroche de recursos que conlleva el tener a la gente alrededor de 12 horas, y hasta más haciendo gala de la más prístina ineficiencia…

Es recurrente medir la calidad y cantidad de trabajo en función de las horas de estadía, recurriendo al discurso fascista de la “lealtad” y el profesionalismo. De alguna manera los espacios laborales se han convertido en una especie de campos de concentración.

Incluso se ha normalizado el firmar renuncias en lugar de contratos entre otras criminales prácticas: No puede haber un guión más elocuente para el teatro del absurdo bajo la mirada de un ciudadano de cualquier país medianamente civilizado.

Causa shock caer en la cuenta que el tipo de explotación que se daba en las tiendas de raya de las haciendas henequeneras, es un juego de niños ahora remasterizado en gente acostumbrada a trabajar bajo esquemas inhumanos que hacen ver a las prestaciones de ley como dádivas casi inmericidas, generando una resignación enraizada en la falta de oportunidades de empleo digno y nulidad de meritocracia curricular.

Todo lo anterior alimenta nuestra arraigada conducta de autoconvencimiento de que es justo y normal el sufrir cualquier sacrificio para merecer… Un merecer que se sostiene con la ayuda de nuestros valores culturales cristianos colonialistas que nos remiten a un futuro utópico más allá de esta vida.

Nuestras acciones que sin más reparos encajan en el conjunto de los incontables infortunios de la virtud (parafraseando al Marqués de Sade) de quienes buscan ganarse un espacio por la vía acotada por los valores cívicos y morales.

Bajo este marco, me pregunto ¿para qué clase de autoridades estamos trabajando? ¿para cuál de sus avatares?

Existen dos tipos de normas: las escritas vigentes sólo a nivel de discursos de autocomplacencia y las no escritas de usos y costumbres a modo de quien ejerce el poder (casi vacío de autoridad) sobre los neogaleotes del siglo XXI.

Vivimos una escandalosa involución, en donde hemos regresado a uno de los arreglos hegemónicos y formas de dominación, más básicos y primitivos de los distintos modos de producción: La esclavista...

Esta situación toca los límites y hasta compite cerradamente con Kafka, dejándonos en esa situación planteada por Luis Buñuel en su película el “Ángel Exterminador”, en donde un grupo de invitados queda atrapado en una casa. Se observa cómo primero se desenvuelven bajo el marco de los valores de su alto estatus y poco a poco se van despojando de todo convencionalismo social a lo largo del tiempo, mientras sin explicarse por qué, no pueden salir de la habitación, y tampoco nadie puede entrar a rescatarlos. Al final pierden todo vestigio de valores y quedan a merced de sus instintos para sobrevivir. A esto nos podría estar conduciendo esta situación límite que se vive en el mundo laboral. Sin embargo la plutocracia farisea o “buenas conciencias” repiten como mantra: Trabajo sobra junto con la gente floja, porque a la gente trabajadora y bien preparada siempre le va bien…

Como diría León Felipe, el poeta del exilio, “Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos… y sé todos los cuentos”.



JMRS