Cuentas Claras

Secuelas económicas a largo plazo

2018-08-26

En un contexto político tan agrio, no es fácil pensar en el largo plazo. Pero,...

Kenneth Rogoff, El País

El daño que el presidente está haciendo a la cultura y las instituciones políticas puede tardar años en borrarse

El presidente Donald Trump suele golpearse el pecho y atribuirse el mérito de cada nuevo repunte de la economía de Estados Unidos. Pero en lo que concierne al desempeño económico, los presidentes norteamericanos tienen considerablemente más influencia en las tendencias a largo plazo que en las fluctuaciones a corto.

Sin duda, los recortes impositivos y las alzas del gasto de Trump han ofrecido cierto estímulo adicional a corto plazo. Aparentemente, lo mismo sucedió con los compradores extranjeros de productos estadounidenses como soja, que se apresuran a abastecerse antes de que la guerra arancelaria se recaliente del todo. Aun así, no es fácil acelerar una economía de 20 billones de dólares, ni siquiera con un déficit presupuestario de casi un billón, como sucede en la Administración de Trump. En verdad, las fluctuaciones a corto plazo en los inventarios de las empresas probablemente hayan contenido el crecimiento en la misma medida que otros factores lo han apuntalado temporalmente.

En un contexto político tan agrio, no es fácil pensar en el largo plazo. Pero, gracias a la magia del interés compuesto, las medidas que elevan marginalmente el crecimiento a largo plazo son muy importantes. Por ejemplo, las políticas de desregulación del transporte del Gobierno del presidente Jimmy Carter a finales de los años setenta del siglo pasado sentaron las bases para la revolución minorista de Internet. Los enormes recortes impositivos de Ronald Reagan en los años ochenta ayudaron a restablecer el crecimiento de Estados Unidos en las décadas subsiguientes (pero también exacerbaron las tendencias de desigualdad). Y los esfuerzos del presidente Barack Obama (y antes que él, del presidente George W. Bush) para contener los daños de la crisis financiera de 2008 sostienen la economía fuerte por la cual Trump quiere adjudicarse todo el mérito.

¿Cuál será el efecto acumulado de las políticas de Trump en la economía dentro de 10 años? Dejando de lado el jaleo político, el juicio sigue sin estar visto para sentencia.

Empecemos por lo que probablemente pueda anotarse en el haber. La reforma del impuesto de sociedades de finales de 2017 fue una de esas raras circunstancias en las que el Congreso norteamericano agilizó y mejoró ampliamente el bizantino sistema impositivo de Estados Unidos, aunque debería de haberse fijado la tasa del impuesto de sociedades en el 25%, no en el 21%.

A Obama tal vez le habría gustado mucho sancionar un proyecto de ley similar. Pero durante su presidencia, el Congreso controlado por los republicanos insistió en que cualquier propuesta no tenía que “tener impacto en los ingresos” ni siquiera en el corto plazo, lo cual es un obstácu­lo político difícil para cualquier reforma tributaria fundamental. Los esfuerzos de Trump por recortar la regulación, particularmente a las pequeñas y medianas empresas, probablemente también sean un plus para el crecimiento a largo plazo, revirtiendo algunos excesos que se filtraron al final del mandato de Obama (aunque Trump está mezclando buenas y malas regulaciones).

Un área poco conocida en la que la Administración de Trump parece estar esgrimiendo nuevas ideas es la readaptación de los trabajadores desplazados y la mejora de la capacitación vocacional a nivel de la escuela secundaria. En principio, la tecnología y los datos le permiten al Gobierno federal ayudar a ofrecer mejor información a padres y trabajadores sobre qué capacidades son las que más se buscan, así como la ubicación geográfica de los empleos.

La hija del presidente, Ivanka Trump, está encabezando el esfuerzo. Si bien es fácil ser cínico (algunos dicen que el nuevo programa es apenas una excusa para recortar fondos de los programas de readaptación existentes), la idea de que las plataformas digitales pueden mejorar sustancialmente la reeducación y la formación es buena.

Pero si bien la Administración de Trump ha fortalecido de varias maneras el potencial de crecimiento de largo plazo de la economía de Estados Unidos, la otra columna del libro contable es bastante lúgubre. Por empezar, un amplio rango de estudios —desde el trabajo del ya fallecido economista David Landes hasta una investigación más reciente de Daron Acemoglu, del MIT, y de James A. Robinson, de la Universidad de Chicago— determina que las instituciones y la cultura política son los únicos determinantes más importantes del crecimiento de largo plazo. La recuperación del daño que Trump está infligiendo a las instituciones y a la cultura política en Estados Unidos puede llevar años; si fuera así, los costes económicos podrían ser considerables.

Es más, en virtud del desdén de la Administración por la ciencia, los presupuestos propuestos para la investigación básica, que incluye a los Institutos Nacionales de Salud y a la Fundación Nacional para la Ciencia, fueron reducidos enormemente (por suerte, el Congreso de Estados Unidos rechazó los recortes). Y la ley antimonopolio, necesaria para contrarrestar el poder excesivo de las grandes corporaciones en muchas partes de la economía, no se está aplicando en la práctica. Eso exacerbará la desigualdad en el largo plazo; las minas de carbón y los aranceles comerciales de Trump, en el mejor de los casos, son tiritas para cubrir una herida de bala.

Por último, pero no menos importante, muchas de las regulaciones a las que apunta Trump deberían fortalecerse, no eliminarse. Es difícil imaginar que destripar a la Agencia de Protección Ambiental y retirarse del acuerdo climático de París ayude al crecimiento de largo plazo, dado que los costes de limpiar la contaminación más adelante superan marcadamente los costes de mitigarla hoy.

En cuanto a la regulación financiera, las toneladas de nuevas reglas adoptadas después de la crisis financiera de 2008 han sido un sueño hecho realidad para los abogados. En lugar de intentar gestionar al detalle a la banca, sería mucho mejor garantizar que los accionistas sufran más “en carne propia”, de manera que los grandes bancos sean más proclives a evitar el riesgo excesivo. Por otro lado, neutralizar la legislación existente sin reemplazarla por otras normas adecuadas sienta las bases para otra crisis financiera.

De manera que, si bien la economía de Estados Unidos en efecto está creciendo rápidamente, el alcance completo que deje el legado económico de Trump tal vez no se note al menos en los próximos 10 años o más. Mientras tanto, si se produce una crisis, no será culpa de Trump —al menos según Trump, que ya se está preparando para culpar a la Reserva Federal de Estados Unidos por aumentar los tipos de interés y echar por la borda todo su buen trabajo—.

Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard. © Project Syndicate, 2018. www.project-syndicate.org



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