Mensajería

La Autoridad Moral y los políticos

2018-11-12

En el mundo hay políticos que han sido presionados a renunciar a sus cargos al demostrar,...

Por: Salvador Reding Vidaña 

"Virtud fundamental para los que trabajan en el Bien Común"

Durante la Segunda Guerra Mundial, en Europa, el señor Hitler, hablando del entonces Papa Pío XII y de su influencia, preguntó a sus generales: “¿en dónde están las divisiones del Papa?” Por supuesto que el Obispo de Roma no tenía ejército alguno, pero tenía algo diferente: AUTORIDAD MORAL.

La autoridad moral es la que distingue a una persona con poder de mando de un líder. A la primera se le obedece por necesidad, a la segunda por convicción.

La autoridad moral no está en las leyes, allí sólo encontraremos la autoridad legal, formal. Pero en el mundo, y en la política sobre todo, la autoridad moral es muy importante, porque tenerla o no revela la verdadera escala de valores, la integridad moral de la persona, es decir la congruencia entre el decir y el actuar.

En el mundo hay políticos que han sido presionados a renunciar a sus cargos al demostrar, por alguna o algunas razones, su falta de autoridad moral. Renunciar por quedar al descubierto su falta de congruencia, la falta de respeto a la dignidad humana y/o a las leyes, la mentira, el engaño o la corrupción; se ha dado y debe seguirse dando.

Así, la autoridad moral se gana con el ser, pensar y actuar de una persona, no va implícita con un cargo público (ni privado). Cuando a alguien en la vida política se le reconoce autoridad moral, generalmente es porque la ha tenido en su vida privada y profesional, o bien se la gana a pulso.

Reconocer autoridad moral a una persona equivale a confiar en su congruencia moral, en su honestidad, y como toda confianza, es difícil de ganar, muy fácil de perder (justa o injustamente) y muy difícil de recuperar.

La antítesis de la autoridad moral en la política es la llamada “mala fama pública!

Quien no tenga o pierda el respeto de la ciudadanía, no debe, políticamente hablando, ostentar un cargo en que dicha autoridad moral, para ser creíble su trabajo, sea absolutamente necesaria.


 



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