Reportajes

Cruzaron 3,200 kilómetros para llegar a frontera EU desde Guatemala y luego los golpeó la tragedia

2018-11-15

Cada año, cientos de migrantes mueren tratando de cruzar a Estados Unidos desde...

Por Andrew Hay y Lucy Nicholson

TUCSON, EU/AGUACATE, Guatemala (Reuters) - La llamada de emergencia al 911 sonó en la estación de Tucson de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos cerca de la medianoche.

La voz de Joselino Gómez Esteban crepitó a través de un teléfono celular antiguo desde un sitio del desierto de Sonora, en Arizona, el tramo final de una odisea de más de 3,200 kilómetros que partió de Guatemala.

Gómez dijo que estaba perdido. Necesitaba ayuda. Su sobrino se había desvanecido y no respondía.

Cada año, cientos de migrantes mueren tratando de cruzar a Estados Unidos desde México. Otros miles necesitan ser rescatados. La Patrulla Fronteriza registró 294 muertes en el año fiscal 2017, el último año para el cual hay datos disponibles.

Pero los expertos creen que la cifra real es mucho mayor. Algunos que mueren nunca son encontrados.

Una cuarta parte de esas muertes conocidas, 72 personas, se produjeron en el sector fronterizo de Tucson, donde las temperaturas de verano suelen llegar a los tres dígitos.

Entre octubre del 2017 y octubre de 2018, la Patrulla Fronteriza de Tucson lanzó 923 operaciones de rescate, un incremento del 22 por ciento respecto al año anterior, según un funcionario de la agencia.

Encontrar a Gómez, de 43 años, y su sobrino, Misael Paiz, de 25, sería difícil. El teléfono celular que usó Gómez no proporcionó sus coordenadas GPS. El uso de las torres de telefonía celular que transmitieron la llamada de emergencia al 911 hizo poco para ayudar; la señal había rebotado en torres de hasta 161 kilómetros de distancia.

Con su sede central en un moderno edificio de ladrillos marrones de dos pisos, la Patrulla Fronteriza de Tucson es responsable de proteger 422 kilómetros de extensos desiertos, cañones y colinas cubiertas de cactus.

Gómez y Paiz podrían haber estado en cualquier parte de este territorio. Los agentes ni siquiera estaban seguros de que estaban en el lado estadounidense de la frontera.

El sector cuenta con una plantilla de 4,200 empleados, respaldados por helicópteros y drones desarmados, con tecnología que va desde sensores de movimiento e imágenes hasta cámaras capaces de detectar migrantes a una distancia de 11 kilómetros.

Es uno de los sectores más concurridos en la frontera para detenciones y rescates de migrantes ilegales, así como las incautaciones de marihuana. Más de dos veces al día, en promedio, los agentes lanzan misiones de rescate.

A veces, los rescates se convierten en esfuerzos por recuperar a las personas. Las muertes provienen principalmente de golpes de calor en verano e hipotermia en invierno. Los muertos son llevados a la oficina del médico forense del condado de Pima.

“Vemos esto día tras día”, dijo Greg Hess, jefe de médicos forenses del condado.

En ciertas circunstancias sólo se recuperan huesos; a veces las identificaciones son imposibles. Cuando puede, la oficina organiza la devolución de los restos a los familiares en su hogar.

“PRONTO SERÁ MI TURNO”

Dos semanas antes, Gómez y Paiz habían partido de Aguacate, una ciudad agrícola guatemalteca en dificultades de 1,500 personas cerca de la frontera con México.

El siguiente recuento se basa en más de dos docenas de entrevistas con miembros de la familia, funcionarios del gobierno, agentes de la patrulla fronteriza y trabajadores de derechos humanos.

Paiz, un cocinero que había trabajado en México, esperaba encontrar trabajo en Estados Unidos y enviar dinero a casa. Su tío, Gómez, planeaba reunirse con su esposa y sus tres hijos en Carolina del Sur. Había sido deportado dos años antes y había intentado y fracasado tres veces desde que regresó. Este sería su cuarto intento.

“La familia se está desintegrando porque aquí no tenemos trabajo”, dijo el padre de Paiz, Miguel Domingo Paiz, de 59 años.

Domingo sabe que irse por un futuro mejor es una apuesta de vida o muerte. Su hijo mayor, Ovidio, fue asesinado a tiros en México el año pasado después de mudarse allí para encontrar un trabajo.

En los últimos años, el número de guatemaltecos atrapados cruzando ilegalmente hacia Estados Unidos ha aumentado constantemente de 57,000 en 2015 a casi 117,000 en 2018, y es superado sólo por las detenciones de mexicanos.

Las cifras, dicen los expertos, reflejan una mayor disposición entre los guatemaltecos para enfrentar los peligros de la migración con tal de escapar de la violencia, la pobreza y la agitación política.

Paiz le dijo a su hermano gemelo, Gaspar, que hizo un pago inicial de 500 dólares a un contrabandista, conocido como “coyote”, que prometió cruzarlo en la frontera. Si lo hacía, debería pagarle 5,500 dólares.

Después de dirigirse a la ciudad mexicana de Sasabe, en la frontera con Arizona, Paiz y Gómez esperaron 12 días su turno para cruzar con un guía, según familiares.

En una de sus últimas conversaciones telefónicas, Paiz le dijo a su padre: “Pronto será mi turno”.   

REZA, POR FAVOR

Después de cruzar y caminar durante unas seis horas, Paiz comenzó a quejarse de un dolor de cabeza severo. Se derrumbó junto a una pista de tierra llamada Cemetery Road. Su guía derramó agua su cabeza. Cuando eso no ayudó, se fue con otros tres inmigrantes en su grupo. Gómez se quedó con su sobrino.

Los esfuerzos de Gómez por revivir a su sobrino fracasaron. Llamó a familiares en Aguacate y le dijo a la madre de Paiz que rezara. Luego, sabiendo que eso significaría otro intento fallido de reunirse con su familia, Gómez llamó al 911.

El 10 de septiembre, los helicópteros lanzados por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos y el Condado de Pima comenzaron a rastrear las rutas conocidas de migrantes en el área. Una unidad médica de élite de la Patrulla Fronteriza se estableció en el desierto.

Siguiendo las instrucciones del despachador del 911, Gómez encendió un fuego con la esperanza de que pudiera guiar a los rescatistas. Pero ardía produciendo poco humo.

No fue hasta la 1:30 de la tarde cuando los agentes se enteraron de que un ranchero había pasado cerca de los dos hombres.

Poco después, los agentes de la Patrulla Fronteriza llegaron al lugar y tomaron a Gómez bajo custodia. A Paiz se lo llevaron en una bolsa negra.

UNA TUMBA DE CONCRETO

El médico forense del condado de Pima determinaría más tarde que Paiz sucumbió a un golpe de calor. Siete semanas después de su muerte, su cuerpo fue trasladado en avión a Ciudad de Guatemala, un viaje pagado por el gobierno guatemalteco.

Su ataúd llegó junto con una media docena de otros, todos con restos de inmigrantes guatemaltecos.

Una ambulancia de la Cruz Roja transportó el cuerpo de Paiz en el viaje de 12 horas por las carreteras rudimentarias desde la capital hasta Aguacate. Su familia lo siguió en un autobús.

“Siempre jugábamos juntos. Íbamos juntos a las montañas a recolectar madera”, dijo Gaspar, su gemelo. “Discutimos cuál de nosotros iría a Estados Unidos y decidimos que sería Misael”.

En Aguacate, unas 250 personas se encontraron con la ambulancia que transportaba el cuerpo de Paiz. Permanecieron en el barro que les llegaba hasta los tobillos, mientras llovía y ocho hombres levantaban su ataúd y lo llevaban a la casa de la familia.

Durante horas, la madre, los hermanos y las hermanas de Paiz lloraban mientras otros cantaban en una habitación iluminada por una única bombilla eléctrica que colgaba del techo.

A la mañana siguiente, una banda tocó música de marimba junto al ataúd en la casa de la familia de Paiz. Una mujer cocinaba una olla de estofado en una estufa de leña.

Paiz fue enterrado esa tarde en una tumba de concreto en una ladera, al lado de su hermano mayor Ovidio.



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