Vuelta al Mundo

París, Berlín y la encrucijada del fanatismo

2018-11-20

Macron, que muy pronto descubrió cómo funciona de verdad Europa, con sus limitaciones...

PABLO R. SUANZES, El Mundo

El presidente francés, Emmanuel Macron, lleva 18 meses esperando. Un año y medio escuchando razones, excusas y largas desde Berlín. Por las elecciones germanas, por el auge del escepticismo, por los comicios de Baviera. Porque el país, Angela Merkel, no soporta la velocidad, la incertidumbre, los riesgos. En la última década y pico, el jefe franco-alemán se ha caracterizado por un Gobierno galo deseando refundar (el capitalismo, la gobernanza, Europa, según el ego del ocupante del Elíseo) y una canciller limitando la ambición, apostando por la prudencia, por la supervivencia (que no es poco) y siguiendo al pie de la letra la máxima de Rousseau de que las pasiones son buenas si uno es dueño de ellas, pero fatales cuando nos hacen perder el control o ir a remolque.

Macron, que muy pronto descubrió cómo funciona de verdad Europa, con sus limitaciones y frustraciones, no ha arrojado aún la toalla. Su llegada al poder reactivó el sistema circulatorio de la UE de una forma con pocos precedentes. Ha metido energía, discurso, emociones. Ganas de pelear y no sólo de defenderse. Aboga por el cambio, las reformas, por ir más allá. Con un ojo en la historia y el otro en el futuro. "¿Fue más fácil para los que nos precedieron? ¿Para Adenauer y de Gaulle? ¿Para Mitterrand y Kohl? ¿No tuvieron ellos que enfrentarse a tabúes más grandes? ¿A historias más dolorosas? Construir la soberanía de Europa es ahora nuestra responsabilidad", espetó ayer en el corazón político de Alemania.

En Berlín, el rostro del Hexágono vino en busca de aliados y no sólo socios. Macron sabe, como Rochefoucauld, que en la vida, y en la política europea, "prometemos según nuestras esperanzas y cumplimos según nuestros temores". Y por eso instó a sus vecinos a perder el miedo. "Hoy debemos tener el valor de abrir un nuevo capítulo. Tenemos que superar los viejos hábitos y romper nuestros tabúes. Se lo debemos a Europa ", apeló al Bundestag.

La UE, que tras el referéndum del Brexit y el ascenso de populistas, nacionalistas y euroescépticos por toda su geografía quedó noqueada, sigue buscando su camino. Los 27 se conjuraron hace un par de años para frenar, reflexionar y decidir qué somos, qué queremos ser y a qué podemos aspirar antes de dar más pasos en falso hacia adelante. Desde entonces, el espíritu dominante pide paciencia, serenidad y pocas florituras. Escenarios 'subóptimos' que garanticen que dentro de 10, 20 y 40 años seguirá habiendo una Unión, aunque no sea muy diferente ni mucho más profunda que la actual. Macron, heredero de una larga tradición, cree que en la resignación está la derrota y en la parálisis hay una sentencia de muerte.

El Eje franco-alemán atraviesa ahora un momento razonablemente dulce. Hay respeto mutuo, confianza y ganas de trabajar. Sin sentimientos desbordantes pero sin desprecios por la espalda. París ha contenido su efervescencia, ha dado tiempo a la maquinaria germana, pero cree que ha llegado la hora de dar pasos. La canciller, que acaba de empezar su larga ruta hacia la retirada, es consciente. Pero todavía se resiste. De verdad "¿es mejor seguir encerrados en nuestros inmovilismos?", le preguntó el galo ante los suyos.

París cree que es responsabilidad franco-alemana proporcionar a Europa "las herramientas de su soberanía", empezando por una política común de defensa y un Ejército propio, un sistema de asilo armonizado y sobre todo, una gobernanza económica en condiciones. No hay un apetito real en la UE, entre sus ciudadanos, por una mayor integración, una "unión cada vez mayor", como dicen los Tratados. No hay, ya no, fe en la ampliación y la profundización como mecanismos de resolución de problemas, como ruta indiscutible. Pero lo que es casi seguro es es que si vuelve a estallar una crisis como la de 2007 y los europeos sufren otra ola de depresión, paro y sufrimiento porque sus líderes fueron incapaces de reparar la arquitectura y la gobernanza comunitaria, el euro, y quizás la Unión, pueden saltar por los aires. Y con razón.

Hace unos días, ambos países lograron, por fin, un acuerdo para un Presupuesto de la Eurozona, el paso siguiente tras firmar hace meses la esperada Declaración de Meseberg. Una reforma muy tibia y contenida, con cambios en el Mede (el mecanismo de rescate del euro), y pasitos hacia la finalización de la Unión Bancaria. Difícilmente van a llenar plazas y encender corazones afligidos, pero son imprescindibles y pueden ser el cimiento sobre el que ir construyendo puentes y dar los siguientes pasos políticos. "Esta nueva etapa nos asusta, porque todos tendrán que compartir más, compartir la capacidad de toma de decisiones, nuestra política exterior, de migración o de desarrollo, una parte cada vez mayor de presupuesto e incluso los recursos fiscales", explicó ayer Macron. Pero es hora de mover ficha. "Europa debe ser más fuerte, más soberana. Nuestro mundo está en una encrucijada", ante el avance destructor del "el nacionalismo sin memoria y el fanatismo", avisó.

Merkel, consciente de esa encrucijada, cree que Europa es nuestra mejor oportunidad para la paz, la prosperidad y que no podemos desaprovecharla. Pocos como ella han peleado para preservar la estabilidad, pero todavía tiene en su mano que su legado, que Europa, no sea, parafraseando a Adenauer, simplemente "la suma total de todas las cosas que hubieran podido evitarse". Liderar, dijo Theresa May este miércoles, es tomar las decisiones correctas, no las decisiones fáciles. Liderar, dijo hace más tiempo el primer canciller de la RFA, no es defender siempre la misma ideal, la misma opinión, porque nadie puede impedir que el tiempo nos haga más sabios.
 



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