Como Anillo al Dedo

López Obrador el equilibrista 

2018-11-28

Para conseguir su proyecto que se antoja transexenal, ha tomado decisiones en apariencia...

José Gil Olmos | Proceso

El uso del poder se asemeja mucho al ejercicio del equilibrista que en cada paso va buscando mantenerse sobre la cuerda floja en su aventura de ir de un lado a otro. Esta figura y ejecución del funambulismo es quizá lo más cercano a lo que ahora realiza Andrés Manuel López Obrador en días previos a su toma de protesta como presidente de la República.

Desde que recibió su acta de presidente electo, López Obrador empezó a caminar haciendo un esfuerzo por mantenerse en la cuerda floja de la política, una frase que por cierto es el título de un libro sobre teoría del Estado de quien fue su mentor en Tabasco siendo gobernador: Enrique González Pedrero.

Bamboleándose entre las promesas hechas en 18 años de campaña y la aplicación de las mismas, en ese ejercicio anticipado del poder presidencial, López Obrador ha tomado decisiones polémicas que han generado un ambiente social de violencia verbal y escrita entre quienes lo defienden y lo atacan, muchas de las veces, sin razonamientos ni ideas de por medio, sino con la víscera.

Si miramos en perspectiva lo que el próximo presidente ha hecho en cinco meses de transición resulta ser parte de una estrategia de posicionamiento pues se trata de adelantar los tiempos en el ejercicio del poder para que, al llegar al primero de diciembre con la banda presidencial en el pecho, tenga el camino allanado.

Es por ello que nombró en su gabinete a personajes indefendibles por su pasado como Manuel Bartlett, propuso la amnistía a los delincuentes, el perdón a los corruptos, la militarización disfrazada en el combate al crimen organizado, la cancelación de la reforma educativa y del aeropuerto en Texcoco, la construcción del tren del sureste y de la refinería en Tabasco, y puso como sus asesores a quienes por años llamo “la mafia del poder”, a los dueños de las televisoras y empresarios como Carlos Hank y Olegario Vázquez Raña.

Estas aparentes contradicciones, algunas de las cuales ha puesto o pondrá en consulta ciudadana como para curarse en salud por si fallan, son parte de esta estrategia de ejercer el poder, de permanecer en la cuerda floja, un ejercicio político que pocos saben ejecutar en tiempo y forma.

Andrés Manuel López Obrador no se formó en la izquierda mexicana, aunque hoy muchos lo ubiquen en esa corriente. Hecho en la vieja escuela del priismo revolucionario institucional, el próximo presidente tiene todo un proyecto político y económico basado en el desarrollo de la economía nacional, en el fortalecimiento del Estado social, en el respeto a las instituciones que han sido pilares en la historia nacional, como las fuerzas armadas, y en el manejo de los medios de comunicación para justificar su programa de gobierno. Es decir en el nacionalismo revolucionario.

Para conseguir su proyecto que se antoja transexenal, ha tomado decisiones en apariencia contradictorias pues mientras hace alianzas estratégicas con empresarios, líderes políticos, sociales y sindicales, les da la espalda a otros. Es pragmático y sigue a pie juntilla aquella frase de MacLuhan: “el fin justifica los medios”.

Solo que este pragmatismo político tiene costos que ya comienzan a reflejarse en donde más le importa: el apoyo de la ciudadanía a la que le prometió seguridad, terminar con la corrupción y apoyo económico. Si falla, el equilibrista cae sobre una red, pero si el político fracasa no solo se cae sino que se lleva consigo a los millones que lo apoyaron generando una desilusión social que tardará mucho tiempo en recuperar su confianza.

Por cierto… Según una encuesta de El Universal, la primera de una serie que habrán de salir en estos días, López Obrador perdió en este periodo de transición aproximadamente 9 puntos en la simpatía ciudadana, así como la confianza de inversionistas nacionales y extranjeros que han sacado del país mil 866 millones de dólares entre julio y septiembre. Hay expectativa sobre si el discurso que dará en el Congreso de la Unión el próximo sábado 1 de diciembre generará certidumbre y confianza, más allá de la fiesta que prepara en el Zócalo como inicio de la “Cuarta Transformación” como bautizó a su sexenio.



regina