Cultura

Cactus, iguanas y prótesis: México a través de la lente de Graciela Iturbide

2019-01-10

No es ninguna sorpresa que Iturbide afirme que la imagen “ya no le pertenece”.

Por EVELYN NIEVES

Graciela Iturbide es posiblemente una de las fotógrafas de más renombre en la actualidad. Tras cinco décadas de trayectoria con una cámara, su obra —mejor conocida por retratar a las comunidades indígenas en su natal México— ha logrado algo triplemente inusual: es admirada por los críticos, alabada por sus colegas fotógrafos y adorada por el público. Sigue viajando, fotografiando y exponiendo su obra en todo el mundo.

Pero se está volviendo imposible hablar de esa obra sin mencionar a la mujer zapoteca que llevaba iguanas vivas en la cabeza.

Iturbide tomó la fotografía después de encontrarse con Zobeida Díaz en el mercado de productos agrícolas, cuando vivía con los juchitecos del sureste de Oaxaca, en 1979. Hubo varios intentos (las iguanas no dejaban de moverse, se caían y hacían reír a la modelo), pero al final, en la hoja de contactos, Iturbide encontró a “Nuestra Señora de las Iguanas”, una imagen tan cautivadora que cuarenta años más tarde su popularidad sigue en aumento.

En México, aquella mujer aparece en murales, afiches, postales y señalamientos viales hacia Juchitán; se le hizo una escultura tamaño natural de bronce en la plaza de esa ciudad oaxaqueña. También cubre un muro de ladrillos en el este de Los Ángeles. Es decir, se ha vuelto viral. Los fanáticos han tomado la imagen en blanco y negro y la han recreado en arte gráfico, autorretratos y videos de YouTube.

No es ninguna sorpresa que Iturbide afirme que la imagen “ya no le pertenece”.

Esa imagen icónica tampoco es la única que hizo despegar la fama de Iturbide. A lo largo de su carrera variopinta y extensa, la fotógrafa de 76 años se ha sumergido en aspectos profundos de su querido país. Ha documentado a los indígenas seris de Sonora, ha captado los festivales de matanza de cabras en la comunidad mixteca de Oaxaca, al igual que ritos funerarios, diversas prácticas culturales, paisajes complejos, aves y a sí misma.

Una selección de estos proyectos –muchos de ellos extraídos de la colección de la artista– ahora forma parte de la exhibición El México de Graciela Iturbide, que se exhibirá en el Museo de Bellas Artes de Boston del 19 de enero al 12 de mayo. Parte de su obra más reciente, tomada en el baño de Frida Kahlo (recientemente abierto al público, cincuenta años después de que Diego Rivera lo cerrara tras la muerte de la artista), se exhibirá del 27 de febrero al 16 de junio, como parte de la exposición Frida Kahlo y el arte popular del museo.

El México de Graciela Iturbide desentraña el viaje artístico de Iturbide conforme captura las capas de las culturas y las tradiciones exquisitamente diversas de México, así como sus conflictos y contrastes.

Por supuesto, incluye a “Nuestra Señora de las Iguanas”, obra en préstamo de la colección permanente del Museo de Brooklyn. También incluye la que podría considerarse la segunda imagen más famosa de Iturbide, “Mujer ángel”, una imagen etérea tomada por la espalda a una mujer seri cuyo cabello largo está por debajo de la cintura, ataviada con un vestido tradicional que parece flotar en el desierto, mientras porta un artículo distintivo de la vida urbana de la época: un estéreo portátil.

Imagen tras imagen, en la obra de Iturbide es evidente que sucede mucho más de lo que se ve a simple vista.

Kristen Gresh, quien ocupa la posición de curación Estrellita y Yousuf Karsh para las fotografías del Museo de Bellas Artes bostoniano, trabajó de cerca con Iturbide para organizar la exposición. Gresh afirmó que lo que hace a Iturbide única en el olimpo de los fotógrafos de la actualidad es su enfoque empático.

“Para ella, la cámara es un instrumento para compartir, para hacer visible lo que, para muchos, es invisible”, comentó Gresh. Agregó que las fotografías de Iturbide ofrecen “una visión poética de la cultura contemporánea inspirada en un sentido de las sorpresas y los misterios de la vida”.

Iturbide, quien radica en Ciudad de México tiene un enfoque relativamente sencillo. Con luz natural, sin tripié, flash ni lentes de telefoto, sigue su curiosidad y, en cuanto ve algo que le gusta, toma fotografías, siempre en blanco y negro. Se rinde ante la magia de la sorpresa cuando analiza sus hojas de contacto. Rompe con las etiquetas (nunca le preguntes si pertenece al surrealismo o al realismo mágico) y se llama a sí misma “cómplice” de sus modelos.

Iturbide siguió su pasión por la fotografía tras renunciar a los cómodos confines de una crianza católica y adinerada; se divorció y comenzó a estudiar cine a los 27 años. Cambió a la fotografía fija después de conocer a su mentor, Manuel Álvarez Bravo, considerado el padre de la fotografía mexicana moderna. (Iturbide siempre menciona su influencia).

La fotógrafa también le da crédito al aclamado oaxaqueño Francisco Toledo por su primer proyecto exitoso, pues la invitó a fotografiar Juchitán, la ciudad natal del artista plástico. Después, en 1998, Toledo la invitó a tomar fotografías del recién inaugurado Jardín Etnobotánico de Oaxaca, diseñado para contar la historia de la relación cultural y ecológica de los oaxaqueños con sus plantas endémicas. A Iturbide le fascinaron las plantas y los cactus (hasta los enfermos y vendados) que revelaban dicha interconexión de manera explícita y simbólica, tal como demuestran las imágenes de la exposición del Museo de Bellas Artes de Boston.

Ante la pregunta de qué la inspira, respondió: “Mi inspiración artística está en la vida: en lo que veo y en lo que hago”.
 



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