Testimonios

¡Tarde me hallé, tarde te encontré, Señor!

2019-02-11

San Agustín de Hipona lo dice de otra manera, con una experiencia mucho más real y...

 

Pedro Chaves Rico

San Agustín de Hipona lo dice de otra manera, con una experiencia mucho más real y viva de Dios que yo: Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva…

Como a Dios no se le puede engañar, y si uno lo hace con los hombres, a quienes nos engañamos es, ante todo, a nosotros mismos; porque la verdad siempre termina por abrirse paso. Tengo que decir, que tarde empecé a conocer a Dios, porque amar, lo que se dice amar a Dios, es una palabra que, hoy por hoy, aún me queda demasiado grande. Alguno se extrañará de que diga esto, porque todo el que me conoce sabe que Dios, de un modo u otro, siempre estuvo en mi pensamiento. Pues bien, no se equivocan, porque realmente es cierto; sin embargo, una cosa es tener a Dios en el pensamiento y otra muy distinta, ser un verdadero discípulo de Jesús y, sobre todo, amarlo. Pienso que un discípulo que decide seguir a su maestro o guía, si lo hace, es porque cree que le puede ayudar a alcanzar el objetivo que busca. El discípulo, para serlo, antes que plantearse amar a su maestro (en el buen sentido del término, entiéndaseme) lo que procura con denuedo, además de aprender las lecciones teóricas, es obedecer en todo a su gurú e imitarlo para alcanzar cuanto antes las metas anheladas, que suelen coincidir con la misma perfección del maestro. Lo de la empatía y el cariño vendrá después, si tiene que venir, caso de que haya una relación de complicidad.

Más adelante se comprenderá porqué he escrito el preámbulo anterior. Ahora, Dios mediante, voy a contar algo que durante la oración me quitaba el sosiego esta tarde: pues bien, estaba yo cavilando sobre lo siguiente, sobre que fuerza mayor había estado afectando mi vida para que hubiese tenido que afrontar tantas y tantas adversidades como me han ido llegando a través de los años (ya sé que cada uno tiene las suyas, pero a mí, como es natural, me duelen las mías) y porqué aún, a día de hoy, sigo con tantas incertidumbres en mi vida de cristiano.

Al igual que en otras ocasiones fui a indagar en la Biblia, para ver si el Espíritu Santo tenía a bien aclararme dicha situación, eligiendo una página al azar en la misma; sin embargo, está vez, a diferencia de otras, no hubo respuesta ya que me la tenía reservada para más adelante. Así sucedió, horas más tardes, cuando me dirigí a leer la lectura de la Palabra del día; allí el Señor me abrió los ojos para rebelarme a qué se debía que mi trayectoria por la vida, sobre todo en algunas etapas (bastantes prolongadas, por cierto), hubiese sido cuasi de pesadilla. La Palabra de Dios, hablándome en positivo, porque no enumeraba mis pecados sino lo que había dejado de hacer bien, me estaba poniendo de manifiesto, lo que ya comentaba al principio de este artículo, que había sido un mal discípulo, un discípulo indisciplinado; un discípulo que había seguido mi propio consejo o, cuando menos, el consejo de mi Maestro a medias. En esa lectura se hallaba el quid para que, aún en el presente, no desaparezcan de todo mis miedos y complejos, a pesar de haber dado un salto cualitativo en el seguimiento de Jesús.

La lectura que corrió el velo de mi desinteligencia y desasosiego, la que ha dado argumento para este artículo, fue la de Isaías (48,17-19): Esto dice el Señor, tu libertador, el Santo de Israel: «Yo, el Señor, tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir. Si hubieras atendido a mis mandatos, tu bienestar sería como un río, tu justicia como las olas del mar, tu descendencia como la arena, como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido aniquilado, ni eliminado de mi presencia».

Pd: Sabemos, no obstante, que Jesucristo después de Isaías, por su sangre, selló un nuevo pacto con el hombre, para que retomara en cualquier momento, por la misma obediencia, el camino de la libertad, del amor, de la paz y de la justicia.

Oración: Señor por esta palabra que hoy me das, me comprometo estar más comprometido con tu Palabra para indagar en ella tu voluntad divina, siempre perfecta y eficaz. Deseo amarte como tú mereces Señor, aunque lo haga un poco tarde. Y, desde el fondo de mi corazón, ya casi me surgen las palabras de San Agustín, pero aún no me atrevo a pronunciarlas.       



regina
Utilidades Para Usted de El Periódico de México