Detrás del Muro

La maldita vecindad

2019-03-06

El fatalismo de la geopolítica avecindó a México con el país más...

Por Francisco José Cruz y González | Revista Siempre

El título no se refiere al grupo mexicano de rock nacido en los años 80 sino a los vecinos de nuestro país. El del norte que a menudo es tema de conversación, casi siempre insoportable, cuando se trata de Trump, del que hoy no tengo otro remedio que hablar. Aunque hoy también haré comentarios de nuestros vecinos latinoamericanos —e incidentalmente, de la Unión Europea.

Inicio mis comentarios recordando que México es un país condenado a una complicada convivencia con sus vecinos —lo son también, por ejemplo, Polonia, entre Alemania y Rusia y Ucrania, también entre la Rusia de Putin y la Unión Europea. En ambos países fui embajador.

El fatalismo de la geopolítica avecindó a México con el país más poderoso del mundo que nos despojó de más de la mitad del territorio y que nos obliga a defendernos permanentemente de su arrogancia y sus frecuentes ucases.

Aunque es cierto también que esta vecindad nos reporta ventajas económicas cuando la diplomacia y los hombres de negocios mexicanos actúan con inteligencia y sin complejos —así ha sido, a pesar de sus asegunes, con el TLCAN y lo será probablemente con el TMEUC. Además de que nos aprovechamos de la tecnología, de punta, de este vecino.

Hay que tener presente, asimismo, que el sur estadounidense y el norte mexicano constituyen ya un espacio económico y de cooperación rico y dinámico y que la autollamada Unión Americana es la residencia permanente —y para muchos la patria— de millones de mexicanos: 37.5, según datos del prestigiado Centro de Estudios Pew, para 2016. Habría que añadir que los hispanos —la mayor parte mexicanos— son la primera minoría en ese país: 17.6 por ciento contra 12.3 por ciento correspondiente a los afroamericanos.

También es complicada nuestra convivencia con los vecinos del sur. Las envidias de ellos y nuestra arrogancia y desprecio hacia ellos envenenan las relaciones; además de que sufrimos los efectos —y presiones— de su pobreza y subdesarrollo, como lo testimonian últimamente las caravanas de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos que cruzan México con destino a Estados Unidos.

Por si fuera poco, hoy tenemos que ser la antesala de quienes aspirar a ser admitidos en el país vecino y una suerte de cesto de desechos al que son lanzados los centroamericanos —e inmigrantes de otras nacionalidades— que rechaza Washington.

En el caso del norte tenemos que seguir conviviendo con Trump, que si se reelige será la compañía de López Obrador durante toda la gestión del tabasqueño, hasta 2024. Un vecino grosero, imprevisible, que insulta todos los días a los mexicanos, principalmente a partir de dos temas: nuestra frontera y la migración.

Aunque, dicho sea entre paréntesis, hasta hoy la relación del estadounidense con López Obrador ha sido muy cuidadosa y hasta de elogios. Quizá porque, como reza el dicho —y así lo recordó un periodista mexicano— “dos aleznas no se pican”.

Pero, volviendo a Trump, nos ha ofendido hasta en cuestiones que deberían ser ajenas a la política, ¡como el Óscar!, cuando en 2015, ante la concesión de ese galardón a Alejandro González Iñárritu, espetó: “los Óscares fueron una gran noche para los mexicanos; ¿y por qué no?, si ellos han estafado a Estados Unidos casi como ninguna otra nación. Este tipo —González Iñárritu— seguía levantándose y subía una y otra vez. ¿Qué está haciendo? ¿Se va a quedar con todo el oro? ¿En realidad es tan bueno? Yo no he escuchado eso. Sin duda fue una gran noche para ellos.” Veremos —digo— qué se le ocurre ante el éxito de Cuarón y Roma en los Óscares de este año.

Vuelvo a los temas clave de las agresiones de Trump a México: el de la frontera: el muro de la ignominia que pretende construir en su frontera sur, que ha sido promesa de campaña y es emblemático para el mandatario y la muchedumbre de ignorantes, blancos en su mayoría, que lo apoya. Para ello exige incansablemente, con virulencia, recursos. Una maniobra que impulsaría su reelección si obtiene recursos suficientes y construye aunque sea un pedazo insignificante de muro; pero que —advierten los expertos— puede significar su muerte política si no logra superar el veto de los demócratas, dirigidos con inteligencia y eficacia por Nancy Pelosi, la Speaker de la Cámara de Representantes, a sus pretensiones.

Por lo pronto, los fondos que estaría en vías de conseguir para el muro han dado lugar a demandas para bloquearlos, promovidas por los estados de California, Nevada, Nuevo México, Nueva York, Oregón, Hawái, Minesota, Colorado y Nueva Jersey, entre otros.

La inmigración es el otro tema —en realidad es el mismo del muro— que usa Trump como espantajo, afirmando que los inmigrantes son drogadictos, criminales y que hay entre ellos ¡hasta yijadistas! Una alarma que él enciende, para lo que le viene muy bien la aparición, estos últimos tiempos, de las caravanas —“hordas”, diría de ellas el mandatario— de centroamericanos que recorren México pretendiendo asilarse en Estados Unidos.

En tanto obtiene recursos para el muro, Trump anunció, en tono dramático, haber ordenado que la Guardia Nacional vigile la frontera sur para evitar la entrada al país de tanto “indeseable y criminal”. Pero sus órdenes están siendo incumplidas, en abierto desafío al presidente, por gobernadores, como los de California, Wisconsin, que tiene efectivos en Arizona, y Nuevo México, ninguno de los cuales considera que haya situaciones graves en la frontera que lo justifiquen. Por el contrario, califican al presidente de farsante que ha inventado una crisis de seguridad que no existe.

El tema de “la invasión de hordas de centroamericanos”, nos remite, sin embargo, a una cuestón sumamente importante, que es imperativo enfrentar y solucionar, con el concurso de los gobiernos —y otras instancias: empresarial, de la cultura, universitaria; la sociedad civil, en síntesis— de Estados Unidos, México y del Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras. Porque se trata de un esfuerzo multilateral para desarrollar el sureste mexicano y los mencionados países centroamericanos, que hará innecesario el éxodo de centroamericanos a Estados Unidos y a México, porque los países del istmo garantizarán a sus nacionales seguridad y trabajo.

Es imperativo, como digo, que los países mencionados enfrenten situaciones graves de injusticia, inseguridad y violencia y del futuro, hoy hipotecado, de sus sociedades, que afecta a todos los países y en las que todos comparten responsabilidades; de hecho, México y Estados Unidos se han pronunciado sobre el tema y han ofrecido recursos financieros multimillonarios para enfrentarlo: en números redondos, 25 mil millones de dólares por parte de México y 6 mil millones como aportación de Estados Unidos, conforme a la “Declaración entre México y Estados Unidos sobre los Principios de Desarrollo Económico y Cooperación en el sur de México y Centroamérica” —aunque se trata de un compromiso de factura estadounidense, gravoso e incompleto.

    El sur estadounidense y el norte mexicano constituyen ya un espacio económico y de cooperación rico y dinámico.

Sea como fuere, este mini Plan Marshall —que se antoja ilusorio, pero también realista— debe ser prioritario para México y exigirá la acción de una diplomacia experta y no de advenedizos premiados por el nuevo gobierno con puestos en la cancillería o en nuestras misiones. Para presionar a Washington a fin de que asigne los recursos multimillonarios que ha ofrecido y conforme con nosotros —y en su caso con los mencionados países centroamericanos— grupos de trabajo de alto nivel que se aboquen a los múltiples temas de un proyecto multinacional tan importante.

México deberá, asimismo, asumir su papel de potencia regional para presionar —obligar— a los gobiernos centroamericanos a cumplir con sus responsabilidades ante su sociedad civil, a pesar de que haya dudas sobre su eficiencia y casi certeza sobre su corrupción: Jimmy Morales, presidente de Guatemala, es un personaje corrupto y entregado a la secta evangélica aliada al judaísmo político —que falsea el verdadero, respetable, judaísmo—; el hondureño Juan Orlando Hernández cometió fraude para mantenerse en el poder, aunque las encuestas lo juzgan como eficiente; y los salvadoreños Salvador Sánchez Cerén, de izquierda, que va de salida y Nayib Bukele, político antisistema —whatever it means— que asume el 1 de junio.

Tengo que referirme, brevemente, a Venezuela, para lamentar de nuevo que nuestra diplomacia, hoy de advenedizos y chambona, haya condenado la acción de México a la irrelevancia y al ridículo; y ha dejado la solución de la crisis en manos de Estados Unidos, personificado en el vicepresidente Mike Pence, cristiano, conservador, opuesto al control de armas y a las energías renovables; y partidario del Tea Party —vale decir un integrista— con acólitos como el presidente colombiano Iván Duque, un “cachorro del imperio”, diría Hugo Chávez.

La inacción de México trató de justificarse interpretando, conforme a realidades y criterios del siglo pasado, el principio constitucional mexicano de la no intervención; ignorando que las normas jurídicas deben interpretarse conforme a realidades cambiantes y desconociendo la prioridad que, conforme a la Consitución mexicana y a los criterios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, debe asignarse al respeto de los derechos humanos.

México pudo haber sido el conductor, con todo derecho por su brillante y ejemplar tradición diplomática y por su condición de potencia latinoamericana, de una estrategia, a la que pudo haber incorporado a la Unión Europea —o a países europeos clave en la región, como España— y a algunos latinoamericanos, de presión eficaz a Maduro para convocar a elecciones presidenciales creíbles.

México además, y hoy con mayor razón por contar con un gobierno de izquierda, podría haber convencido a Cuba —el padrino de Venezuela— de presionar a Maduro a una salida honorable para él y el chavismo que dé fin a la crisis y aleje el fantasma aterrador, factible, de una intervención armada estadounidense. Y me pregunto yo si no podría nuestro gobierno, a cambio de la buena disposición de La Habana, obtenerle de Estados Unidos algún beneficio. Al fin y al cabo la isla está “condenada” a reintegrarse, en no tan largo plazo, a la sociedad capitalista.



Jamileth