Tras Bambalinas

“El ISIS no ha muerto, la guerra sigue”

2019-03-28

Caner, que no quiere desvelar su apellido, es uno de los ocho belgas presos en las cárceles...

Natali Sancha | El País

Qamishli.- Cabizbajo y esposado, el joven combatiente belga Caner, alias Abu Nuh, entra en la sala de un cuartel de los servicios de inteligencia kurdos (Asayih) en el noreste de Siria, cuya localización piden mantener en secreto. Tiene 26 años y hace seis que viajó por primera vez a Siria para sumarse a la lucha yihadista. Más tarde se unió al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). En noviembre de 2017 fue apresado por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), de mayoría kurda, cuando intentaba huir a Turquía, país del que también tiene pasaporte.

“Venir a Siria fue un gran error. Era mayor de edad, pero fui estúpido”, cuenta en francés después de que un soldado le quite las esposas y le invite a sentarse en una silla de plástico. Acepta hablar con este periódico, pero asegura que no ha venido voluntariamente a la entrevista, sino que ha sido trasladado desde la cárcel donde está preso sin ser previamente informado del encuentro.

Caner, que no quiere desvelar su apellido, es uno de los ocho belgas presos en las cárceles kurdas en Siria, donde hay yihadistas encarcelados de otras 49 nacionalidades, mujeres y menores. Nacido y criado en la periferia norte de Bruselas, Caner pertenece a un grupo de 30 jóvenes belgas de la localidad de Vilvoorde que viajaron a Siria e Irak para combatir con los grupos yihadistas.

“Todo empezó a los 17 años, cuando decidí que si era musulmán tenía que rezar cinco veces al día y empecé a ver más a menudo a ese grupo de amigos”, relata Abu Nuh. Allí empezó un recorrido clásico en la radicalización. Visitas más habituales a la mezquita, charlas con los amigos, horas en Internet en páginas para conectar con yihadistas...

Huérfano de padre desde los 10 años, asegura que su madre es musulmana pero no “practicante”. En 2012, Caner se traslada con ella, su hermano dos años mayor y la hermana menor a Estambul, donde mantenía el contacto con sus amigos de Vilvoorde que habían ido a Siria. “A finales de 2012 uno de mis mejores amigos fue el primero en ir a luchar a Siria y me dijo que tenía que ir a defender a los musulmanes, a las hermanas que violaban y mataba el Ejército de Bachar el Asad”.

Un año después, en marzo de 2013, Caner viaja a Siria para sumarse a un batallón de extranjeros en el movimiento insurrecto contra El Asad. El ISIS no existía y el califato no era más que un sueño disparatado para muchos. “Te dan un mes de formación para usar el Kaláshnikov, el lanzagranadas y la ametralladora pesada”. Asegura una y otra vez que nunca mató a nadie en el campo de batalla y que combatía entonces contra muyahidines de Al Nusra (rama local de Al Qaeda en Siria).

Traslado a Raqa

Regresó a Turquía durante varios meses antes de retornar a Siria, esta vez en 2014, ya con el auge del califato del ISIS, y acompañado de su esposa. Un intermediario le puso en contacto con otra joven radical belga de Amberes, Besimi, quien aceptó la propuesta de mudarse con él a Raqa, entonces capital de facto del califato. Allí tuvieron dos niñas y estudiaron árabe.

Caner rehúsa hablar de su periodo como combatiente yihadista, que reduce a pocos meses, puesto que fue herido por metralla en la espalda. El metal le dañó los nervios, cuenta, paralizándole la pierna derecha e inutilizándolo para la lucha. “Claro que se puede ir a combatir y no matar a nadie”, sostiene. Consciente de que sus palabras pueden tornarse contra él en el futuro, Caner alega haber sido un “simple soldado”. “No puedo pasarme la vida entre rejas”. Sin embargo, en Bruselas le acusan de albergar a yihadistas cuando pasaban por Estambul y de reclutar a otros jóvenes, además de ser un soldado del ISIS, por lo que ha sido condenado a 15 años de cárcel en ausencia.

“¡No puedo seguir aquí, llevo ya 16 meses!”, exclama nervioso. Entre rejas pudo recibir una llamada de su mujer, cautiva en un campo habilitado para acoger a los familiares de los terroristas y a sus hijos. “Mi hija menor de un año murió de frío en el campo, ya solo me queda la mayor, de cuatro”. La bebé fallecida es uno de los 136 menores que han muerto en los últimos meses por desnutrición aguda o hipotermia. Caner asegura que al quedar impedido para luchar, su mujer y él recibían una pensión de 100 dólares mensuales para vivir. Una rutina austera y pocas salidas de la casa a la que se mudaron en Tabqa, al suroeste de Raqa. Por ello, niega haber presenciado ejecuciones, aunque sí latigazos a personas castigadas por los yihadistas. En cuatro años con el ISIS, insiste en que nunca mató ni vio matar, al tiempo que se dice víctima de los bombardeos de la coalición internacional liderada por EE UU. Afirma que tampoco tuvo más esposas, ni esclavas yazidíes, que asegura que eran generalmente compradas por saudíes, esa “banda de vagabundos pervertidos y vagos”. A 20,000 dólares cada mujer, según dice haber oído.

Mientras Europa debate la repatriación de sus nacionales, las FDS presionan por que sea efectiva o, en su defecto, por la creación de un tribunal internacional ad hoc. Una posibilidad a la que el Gobierno belga se muestra favorable. “¿Qué va a pasar conmigo?”, pregunta nervioso. “No entiendo. Estas semanas han repatriado a los marroquíes, a los argelinos y a los saudíes. A algunos se los llevan ilegalmente a Irak”.

Dos combatientes belgas han sido juzgados y condenados a muerte por la justicia iraquí y han solicitado conmutar la pena por cadena perpetua. Caner quiere ser repatriado porque alega que está en manos de una milicia (la kurda) que es una entidad no estatal que no ofrece garantías para un juicio justo. “Están los derechos humanos y luego están los no derechos de los terroristas. Porque cuando te tachan de terrorista eres como un animal”. Preguntado sobre los derechos en el califato para juzgar a ciudadanos en Siria, afirma “que no se puede comparar”.

Dice arrepentirse de haber dejado Bélgica. “El Estado Islámico era una mentira, es un Estado terrorista que acabó aterrorizando a su propio pueblo”. El miedo, dice, le impidió dejar el califato porque el ISIS mataba a los suyos si lo intentaban. Pero apunta: “El ISIS no ha muerto y la guerra sigue. Yo estoy en la cárcel, pero los miles de sirios e iraquíes radicales con los que combatí están ahí fuera”, concluye.



Jamileth
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