Mensajería

La Fe, fundamento y fuente de la vida moral

2019-03-29

Virtud sobrenatural por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado.

Por: Miguel Carmena Laredo 

"Virtud sobrenatural por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado"

Definición y Naturaleza de la Fe

Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Le dan vida a todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para que por medio de ellas, el hombre sea capaz de actuar como hijo suyo y de ese modo alcanzar la salvación. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en el ser humano.

Por la fe el hombre se entrega libremente a Dios y por ella se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. Por eso se dice que la fe es el fundamento de la vida moral ( Catec. n 2087). Es el don más grande que puede recibir el hombre, es más grande que la vida. De hecho, la fe da sentido a la vida, enseña a comprender el dolor y el sufrimiento, da sentido a lo cotidiano, llena la vida con la presencia de Dios.

La fe, que es la virtud sobrenatural por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado y que la Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Es decir, es la virtud sobrenatural por la que creemos ser verdadero todo lo que Dios ha revelado. Es imposible sin tener fe, tener un contacto íntimo con Dios.

Es una virtud que nos viene dada por Dios (virtud teologal) pues casi todas las verdades que creemos exceden la capacidad natural de la mente humana y hace falta una gracia especial de Dios para que se pueda dar el asentimiento. Nos es dada en el Bautismo.

La fe es un requisito fundamental para alcanzar la salvación. Todo el que cree en Cristo se salvará, esto nos dice el Evangelio en Mc. 16,16: “el que creyere y fuere bautizado se salvará y el que no creyere se condenará”. Pero, hay que tener cuidado en no caer en la visión protestante de que sólo la fe basta, las obras no importan. Así como el que carece de fe no se salva el que, teniendo fe, no las convierte en obras, tampoco se salva. “Como el cuerpo sin el espíritu es muerto, así también es muerta la fe sin obras”. Sant. 2, 26. La fe es decir sí a las verdades reveladas por Dios.

La fe no es un simple sentimiento de la presencia de Dios en la vida sino fiarse de Dios, confiar en Él. No tiene como fin primario capacitar al hombre para su tarea en este mundo, sino iniciarle a la vida divina que sólo alcanzará su perfección en la vida eterna. La fe es adhesión de la inteligencia a la palabra de Cristo (Evangelio) y entrega confiada a Él de toda la persona. Tiene, por tanto, un carácter intelectual y una dimensión existencial (que abarca a toda la existencia en sus múltiples facetas).

Por tanto, en la fe entran la inteligencia y la voluntad; los actos de fe son actos humanos. Por ello no podemos reducir la fe sólo a sentimientos o a emociones, ni considerarla como algo irracional o absurdo que simplemente obedecemos sin buscar su significado profundo o su coherencia interna. La fe es racional aunque a veces al hombre le cueste encontrarle sentido. La dificultad, en este caso, no es de la fe sino de la limitación humana.

Deberes que la fe impone

Los deberes que impone la fe al que la posee son: conocerla, confesarla y preservarla de cualquier peligro.

1. Conocerla

No sólo saber de que se trata sino que también hay que interiorizarla. Todo hombre dependiendo de su estado y condición tiene el deber de conocer las principales verdades de fe. Es un deber gravísimo. Cuando menos hay que conocer:

Los dogmas fundamentales, contenidos en el Credo.

Lo que es necesario practicar para salvarse: los Mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia.

El Padrenuestro.

Los medios de salvación: Los sacramentos.

Estos apartados coinciden con las cuatro divisiones del Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana.

2. Confesarla

Manifestándola con palabras y hechos. Así, por ejemplo, al recitar el Credo conscientemente estamos haciendo una confesión de fe en las verdades fundamentales que nos ha revelado Dios. Al hacer una genuflexión ante la Eucaristía, manifestamos nuestra fe en la presencia de Cristo bajo las especies de pan y vino. Muchas veces, estos gestos sin la presencia de la fe resultarían incomprensibles o grotescos.

A través de la coherencia entre lo que creemos y hacemos en la propia vida, por medio de las obras. En nuestra vida cotidiana, en nuestras palabras y, si es necesario, en la confesión clara y explícita, aun a costa de la propia vida, debe manifestarse nuestra fe. En determinadas ocasiones se podrá ocultar o disimular la fe (ante la persecución, por ejemplo), pero nunca es lícito negarla.

En los tiempos actuales en que la fe se debilita en muchos hombres, en que el paganismo avanza y parece ponerse de moda el vivir como si Dios no existiese, los católicos tenemos un deber especial de extender el Evangelio, de predicar, de utilizar todos los medios a nuestro alcance para iluminar a los hombres con la revelación de Cristo igual que hacían los primeros cristianos. Esto supone una vivencia auténtica de la fe, un verdadero amor a Cristo y una justa valoración de lo que significa la salvación de una alma.

Por la práctica del apostolado, que nos lleva a hacer partícipes a otros del don que poseemos.

3. Preservarla

Es obligatorio evitar todo lo que la pueda poner en peligro o debilitarla por ser la fe un don sobrenatural de inmensa riqueza. Una manera de preservarla es cumliendo fielmante los mandamientos y demás compromisos del cristiano. Las crisis de fe son generalmente crisis de conducta.

Pecados contra la fe

Se puede pecar contra la fe por negarla interiormente, por no confesarla exteriormente y por exponerla a peligros.

1. Por negarla

La fe puede ser negada de varias maneras (Catec. n. 2089):

Incredulidad: es la carencia culpable de la fe ya sea total (ateísmo) o parcial (falta de fe). Supone El rechazo del principio y fundamento de la salvación eterna.

Por negligencia en la instrucción religiosa;

Por rechazar o despreciar positivamente la fe después de haber recibido la instrucción religiosa básica.

Apostasía: abandono total de la fe cristiana recibida en el bautismo. No es una pérdida paulatina, como en la infidelidad, debida al desprecio, a la vida de pecado o a la negligencia en la propia formación, sino una opción clara y global: cambio de religión o adhesión intelectual al panteísmo, racionalismo, marxismo, masonería...

Herejía: es el error voluntario y pertinaz contra alguna verdad definida como dogma de fe. En realidad, la herejía, al rechazar una verdad de fe, está rechazando toda la fe y está rechazando implícitamente la autoridad de dios que revela. Es, por tanto, un pecado gravísimo pues se rechaza formalmente a Dios. Por eso, la Iglesia denuncia las herejías para proteger a los fieles.

Dudas contra la fe. Si estas dudas se vencen sometiendo humildemente nuestro entendimiento a la revelación, a Dios, hacemos un acto virtuoso. Sin embargo, si estas dudas son admitidas deliberadamente o no se ponen los medios para salir de ellas, se está incurriendo en una falta contra la fe.

2. Por no confesarla externamente por vergüenza o temor

Este defecto consiste en la vergüenza de confesar externamente la fe por miedo a la opinión que los demás puedan formarse sobre mí. Puede llevar a omitir preceptos graves (por ejemplo, no voy a Misa el domingo por temor a que se enteren mis amigos con los que estoy pasando el fin de semana), o a veces puede suponer desprecio de la religión o ser causa de escándalo (por ejemplo, no responder ante un ataque al Papa en una conversación).

3. Por exponerla al peligro

Es el pecado de los que no se apartan de todo lo que puede hacer daño a la fe. Se puede presentar de muchas formas: conversaciones, lectura de libros contrarios a la fe, películas, conferencias, negligencia en la formación religiosa, supersticiones (la guija, espiritismo, etc).

Cuando se perciba alguna ocasión de peligro para tu fe, conviene acudir a un director espiritual o confesor fiel a la Iglesia y consultarle sobre las dificultades o los peligros que puedan aparecer.



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