Tras Bambalinas

López Obrador, una identidad religiosa difusa

2019-04-12

La clase política se alejó tanto de la sociedad que creyó encontrar en las...

Por Irma Ortiz | Revista Siempre

Entrevista a Bernardo Barranco 

Hoy la religión y la política sigue siendo uno de los grandes temas, sobre todo por la sobrevaloración que la clase política mexicana ha hecho desde hace diez años del factor religioso y que hoy se ve acentuada con la irrupción política en el poder de grupos evangélicos, sobre todo en la región latinoamericana.

Nuestro país no es la excepción, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha hecho constantes alusiones religiosas que se han transformado en acuerdos particularmente con la Iglesia evangélica para lograr su cuarta transformación.

Una utilización que viola uno de los principios históricos del Estado moderno mexicano, que entra en contradicción con principios históricos que han marcado la historia de México: la separación entre el quehacer político, el ejercicio del poder y el ejercicio de los principios religiosos en las instituciones.

Para el especialista en religiones Bernardo Barranco, la relación del presidente Andrés Manuel López Obrador con la religión no es muy distinta de lo que han hecho anteriores gobernantes, aunque sí, es el que mayor uso ha hecho de ella.

En entrevista con Siempre!, asegura que en este tema hay equívocos muy serios: “uno, la existencia del voto religioso, y dos, el tema de los principios religiosos en la ética social que resultan profundamente preocupantes”. Estas son sus reflexiones:

Sobrevaloración en términos de legitimidad

En el proceso electoral de 2018, las campañas políticas de todos los candidatos —y me refiero a todos— estuvieron sustentadas por esta irrupción política de lo religioso.  Hay miles de ejemplos, Enrique Ochoa cuando era presidente del PRI dijo que todos los mexicanos éramos guadalupanos, pero el que más alusiones religiosas hizo fue el candidato de Morena, López Obrador, para empezar, el nombre del partido: Morena, e inicia campaña el 12 de diciembre.

También está la alianza de Morena con el partido Encuentro Social, un partido de corte confesional; luego los anuncios que hace: una Constitución Moral para otorgar al pensamiento político nuevos paradigmas y promover el amor, la familia, la naturaleza, el reconocimiento del prójimo, la patria…

Ya como presidente, está el coqueteo con la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas, Confraternice, una agrupación que articula el conjunto de grupos sobre todo de corte conservadoramente pentecostal.

Y es que existe un problema, un defecto en la cultura política mexicana desde hace 10 años, una sobrevaloración de lo religioso ante lo político y, sobre todo, sobrevaloración en términos electorales pero también en términos de legitimidad.

La clase política se alejó tanto de la sociedad que creyó encontrar en las Iglesias, fuentes de legitimidad alterna al que les da el voto o el propio ejercicio del poder.

Fenómenos como el que tanto Javier y César Duarte entreguen el Sagrado Corazón a la Inmaculada Virgen María o el entonces gobernador Peña Nieto va al Vaticano y presente su novia al papa Benedicto XVI. Vicente Fox, en sus tiempos, fue uno de los que inicia este proceso cuando antes de su toma de protesta va a la Basílica de Guadalupe y en un acto se le entrega una cruz y besa el anillo del anciano papa Juan Pablo II. Beatriz Paredes, la feminista, la política encumbrada, haciéndose cómplice política en 2009, frente a la repenalización, provocando que decenas de mujeres entraran a la cárcel.

Se opera en este país un lucrativo intercambio de bienes políticos entre las cúpulas religiosas y las cúpulas políticas. Estos vínculos, inimaginables hace más de 10 años, hoy forman parte de un conjunto de equívocos que hay que replantear y pensar en el diseño de políticas públicas.

Hay dos equívocos importantes. El primero: el voto religioso que llevó a Morena a hacer una alianza con el PES coqueteando con ciertos sectores políticos, y se da porque Hugo Eric Flores le vende a López Obrador una gran ascendencia política en las Iglesias evangélicas de tipo pentecostal.

Y efectivamente el voto de los evangélicos va para López Obrador, sin embargo, surge una paradoja, el PES pierde el registro, votan por Andrés Manuel pero no por el partido que promovía el voto por López Obrador.

Se rompe un paradigma que había pretendido vender y surge una contestación, que el voto de los evangélicos no fue en tanto evangélicos, sino fue en tanto ciudadanos.

La misma pregunta la podemos aplicar a los católicos, López Obrador ganó con 30 millones de votos, si el 80 por ciento de esos votos vienen de católicos, hablamos de que 25 millones de votantes fueron católicos. La pregunta es: ¿votaron en tanto católicos porque eligieron hacerle caso las cúpulas, a las élites de la iglesia católica?

Por supuesto que no, hubo muchas cúpulas religiosas que tenían pánico al entrar Andrés Manuel, la Iglesia no alcanza a tener ese nivel digamos de incidencia, votaron en tanto ciudadanos.

No existe el voto religioso

Uno de los primeros equívocos es el peso del voto religioso en México, al menos por ahora, no quiere decir que en el futuro no se dé. No existe el voto religioso y esa concepción la compra la clase política actual, panista, priista y ahora morenista, en torno al papel que tiene lo religioso.

Un ejemplo de esta absurda venta, en 2016 se da el fenómeno de los matrimonios igualitarios; en mayo el presidente Peña Nieto tiene una reunión con grupos gay en el país y acepta, en cierta medida, su apertura al tema del matrimonio igualitario. Se desata la furia de grupos como Provida, del Frente Nacional por la Familia y grupos evangélicos vinculados al PES. Hay un conjunto de marchas y manifestaciones en septiembre y las fricciones se dan precisamente en junio.

En ese triángulo —junio, septiembre, mayo—, se dan las elecciones intermedias donde ya se ve una caída. El PRI pierde en plazas fundamentales, gubernaturas, importantes posicionamientos en diferentes legislaturas del país y viene la renuncia de dirigentes, entre ellas, las de Manlio Fabio Beltrones.

La excusa que usa tanto la clase política como la lectura que hacen Desde la Fe y del entonces arzobispo Norberto Rivera, es que hubo un voto de castigo religioso.

Eso nunca existió, encuestas serias nos decían que solo 12 por ciento de la población sabía todo el entramado de los temas de los matrimonios igualitarios, el resto no tenía ni idea de lo que era, ni qué estaba en juego, si los homosexuales tienen formas nuevas de pareja, pero entre la clase política se vende esto.

Iglesias para apoyar al gobierno

Segundo equívoco, y voy más a lo actual con Andrés Manuel López Obrador, es el tema de la crisis ética de la política, no solo desde el proceso electoral sino desde antes. El presidente ha planteado con insistencia una fractura entre la moral y el poder, una ruptura entre la ética y la política y, por lo tanto, esa fractura ha producido diferentes fenómenos, entre ellos, la corrupción.

Así, la corrupción es justamente esta fractura entre moral y poder, entre ética y política o ejercicio del poder y la respuesta es no solo la constitución moral que pretende eso, sino que las Iglesias pueden y deben ayudar a movilizar conciencias, a moralizar estas rupturas, al dotar a la cultura de lo cotidiano y en la cultura política de los valores religiosos que inspiran los grandes principios de honestidad, de no corrupción, de justicia.

El tema es que esos principios cristianos no solo son útiles para el ejercicio de la política sino son formativos para el conjunto de la población y del pueblo. Por ello, las Iglesias tienen un rol importante en la cuarta transformación, que sería apoyar al Estado, al gobierno, para moralizar a través de los principios religiosos, que nutran a los principios éticos de la política y del quehacer de la esfera pública en la vida del país.

Sin embargo, la utilización de las Iglesias en este proceso de formación e incorporación de principios, en cierto sentido, viola uno de los principios históricos del Estado moderno mexicano, instaurado desde el gobierno de Benito Juárez: la separación histórica entre la política y la religión. Por lo tanto, esta intención de moralizar la política y la formación de la ciudadanía entra en contradicción con principios históricos que han marcado la historia del país en la separación entre el quehacer político, el ejercicio del poder y el ejercicio de los principios religiosos en las instituciones.

Son equívocos muy serios: uno, la existencia del voto religioso, y dos, el tema de los principios religiosos en la ética social que resultan profundamente preocupantes.

Respecto de los símbolos utilizados en la toma de posesión, López Obrador tuvo una clara división en el discurso de la toma de posesión en la ceremonia en el Palacio Legislativo de San Lázaro. Ahí tuvo un discurso republicano pero al salir tuvo una ceremonia cuasi religiosa, en donde se identifica con el pueblo y usa las metáforas mesoamericanas para no solo ungirse del poder político republicano en términos formales, sino también de hacerlo como líder moral.

Hace profundas metáforas religiosas con el pueblo por medio de símbolos como el incienso, el báculo, estar en la plancha del Zócalo, lugar en donde estaba la concentración religiosa más importante de Mesoamérica yendo hacia el norte, hacia el sur, haciendo promesas a instituciones religiosas.

Estamos ante un presidente que en términos religiosos utiliza una serie de símbolos religiosos que son elementos de identificación con el imaginario colectivo popular.

A diferencia de Vicente Fox que hace uso de símbolos católicos, Andrés Manuel utiliza una simbología más ecléctica, es decir, utiliza simbologías protestante y católica pero también una simbología de la religión de los pueblos originarios.

El tema no es que rechace los símbolos patrios sino que los mezcla con símbolos religiosos y plantea una identidad religiosa podríamos decir difusa. Soy cristiano en sentido amplio, soy un seguidor de Cristo, el Cristo que se la jugó con los pobres, con la justicia, por eso lo persiguieron y lo asesinaron, lo crucificaron. Ese es su modelo de cristiano pero se declara en un sentido amplio. Cuando estuvo con los obispos se dijo católico, en su cartera guarda la estampita de la Virgen de Guadalupe pero ante los evangélicos se pone como evangélico y en los hechos ha tenido más acuerdos con los evangélicos que con los católicos.

El hecho de que el presidente Andrés Manuel López Obrador se niegue a cantar el Himno Nacional y rendir honores a la bandera ha provocado cuestionamientos en donde se resalta que él antepone sus creencias religiosas a su investidura como primer mandatario, y demuestra su desprecio hacia la Constitución y las leyes.

Para el presidente del Instituto del Derecho de las Telecomunicaciones IDET, Gerardo Soria, este hecho no tendría mayor trascendencia si se tratara de un niño o de un particular pero cuando se refiere al primer mandatario resulta grave porque entonces resulta incapaz para separar sus obligaciones de sus creencias particulares, lo que resulta peligroso.

“Cada día tenemos más evidencia de esta tendencia. El pasado fin de semana circuló en las redes un video del presidente en un acto público en donde decía quién puede y quién no puede ir a los templos, y hacía referencia expresa a la violación a los mandamientos”.

Soria destaca que para un jefe de Estado y jefe de gobierno, no hay mayor mandamiento que la Constitución, y pretender que existe otra fuente de derechos y obligaciones, como pueden ser los mandamientos de la cultura judeo cristiana, es una violación flagrante a la laicidad del Estado.

Señaló por otra parte que hablar de una Constitución moral resulta una aberración, ya que la carta magna es la ley suprema, y cualquier obligación o derecho derivado de ella,  es una obligación o derecho jurídico, no moral, porque la moral es relativa. Constitución moral, se pregunta, ¿bajo qué concepción religiosa o filosófica?

Lo cierto, apunta, es que resulta muy preocupante el intento de imponer una moral oficial, por encima de los derechos y obligaciones derivados de la Constitución. “Resulta muy riesgoso porque manipular a la masa con conceptos religiosos, nunca ha salido bien. La historia nos lo recuerda y aunque México sea un país con mayoría católica, todas las minorías religiosas, agnósticas o ateas, tienen exactamente los mismos derechos frente a la Constitución y frente al Estado”, asevera.



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