Internacional - Seguridad y Justicia

Mujeres que fueron al EI en Siria ahora se arrepienten

2019-04-23

Las mujeres entrevistadas insistieron en que no fueron activas en el EI y no tuvieron nada que ver...

Por MAYA ALLERUZZO, PHILIP ISSA y ANDREA ROSA, AP

CAMPAMENTO AL-HOL, Siria (AP) — Las mujeres dicen ahora que fue culpa de su fanatismo religioso, de su ingenuidad, de sus ansias de encontrarle sentido a la vida o un arranque de rebelión infantil. Sea lo que sea, fue algo que las llevó a abandonar sus países en occidente e incorporarse al grupo estado Islámico.

Ahora, tras la derrota del último reducto que le quedaba a la agrupación en Siria, dicen que se arrepienten y que quieren regresar a casa.

La AP entrevistó a cuatro mujeres que vinieron del extranjero para ayudar a la construcción del “califato” y que ahora, junto con decenas de miles de personas, en su mayoría mujeres y niños familiares de combatientes del EI, están en atestados campamentos de refugiados en el norte de Siria.

Muchos habitantes de esos campamentos siguen siendo férreos militantes del EI. Muchas mujeres, de hecho, participaron activamente en el régimen radical erigido por el grupo. Algunas se sumaron a la “hisba”, la policía religiosa que hacía cumplir implacablemente las normas islámicas. Otras ayudaron a reclutar a más extranjeras y otras reprimieron a mujeres yazidi, según miembros de esa etnia.

En los confines del Campamento Al-Hol, partidarios del EI han tratado de emular el califato lo más que pueden. Algunas mujeres han recreado la hisba para obligar a la gente a cumplir con los preceptos islámicos, dicen soldados de las fuerzas kurdas que vigilan el lugar. En los momentos en que reporteros de la AP fueron allí, mujeres vestidas con la túnica islámica llamada niqab trataron de evitar que residentes del lugar les hablaran y varios niños lanzaban piedras a los visitantes gritándoles “¡Infieles!” y “¡Perros!”

Las cuatro mujeres entrevistadas por la AP dijeron que sumarse al EI fue un error catastrófico. La milicia kurda Fuerzas Democráticas de Siria otorgó a reporteros de AP acceso a las mujeres en el campamento.

″¿Cómo pude haber sido tan estúpida, tan ciega?” se preguntó Kimberly Polman, una mujer de 46 años que vino de Canadá para incorporarse al EI, y que hace poco se rindió a las FDS.

Las mujeres entrevistadas insistieron en que no fueron activas en el EI y no tuvieron nada que ver en las atrocidades cometidas por la agrupación. Dijeron incluso que sus esposos no eran combatientes del EI. Tales declaraciones, al igual que gran parte de su narración, no pueden ser confirmadas de manera independiente. Las entrevistas tuvieron lugar bajo la mirada de guardias kurdos.

Para muchos quizás estos relatos sonarán como mentiras, exculpatorios o en todo caso irrelevantes. No cabe duda que el grupo al que ellas se incorporaron voluntariamente cometió atrocidades como esclavitud sexual, masacres de civiles y brutales castigos como flagelaciones, crucifixiones, fusilamientos, decapitaciones y lanzamiento desde techos.

Sus ruegos de que se les permita regresar a sus países subrayan el espinoso dilema de qué hacer con los hombres y mujeres que se incorporaron al califato y sus hijos. Numerosos gobiernos del mundo se niegan a recibirlos, así sean ciudadanos suyos. Las FDS se quejan de que se les está obligando a llevar la carga de estas personas.

Al-Hol alberga a 73,000 refugiados que huyeron de los últimos reductos del EI en Siria, incluyendo la aldea de Baguz que cayó bajo el asedio de las FDS en marzo. Casi toda la población del campamento son mujeres y niños ya que los hombres fueron aislados por las FDS para determinar si eran combatientes.

En la sección del campamento reservada para extranjeros -- aislados de los sirios e iraquíes -- mujeres y niños se aglomeraban en la cerca periférica, rogándole a guardias y a empleados de agencias humanitarias que les den suministros o que se les permita regresar a sus países. Muchos tosían o llevaban máscaras protectoras. Al fondo se veían niños brincando en charcos en la tierra y mujeres lavando ropa en recipientes de agua. Las niñas llevaban el velo islámico y los hombres la vestimenta larga llamada dishdasha, típica del Asia Central.

Unas 11,000 personas están en la sección del campamento reservada para extranjeros. Reporteros de la AP conocieron allí gente de Sudáfrica, Alemania, Canadá, Turquía, Rusia, India, Túnez y Trinidad y Tobago.

Las mujeres entrevistas allí por la AP y en el Campamento Roj, donde también mujeres y niños extranjeros, dijeron que fueron engañadas por las promesas del EI de establecer una tierra donde regiría la ley islámica y se respetaría la justicia y un estilo de vida puritano. En lugar de ello, relataron, sus vidas se convirtieron en una pesadilla llena de restricciones, castigos y claustros.

Pero en un reflejo del escepticismo generalizado hacia ese tipo de aseveraciones, muchos gobiernos dicen estar dispuestos a recibir de vuelta a los hijos, pero no a los padres. Por ejemplo, Bélgica está aceptando a ciudadanos suyos menores de 10 años de edad.

“Por ahora, nuestra prioridad es que regresen estos niños porque son, digamos, las víctimas de las decisiones radicales tomadas por sus padres”, declaró Karl Lagatie, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Bélgica.

Aliya, una mujer de Indonesia de 24 años de edad, dijo que en su país fue criada en el seno de una familia musulmana conservadora pero que ella misma no era practicante. Entonces su novio rompió con ella y, despechada, se dedicó a la religión. Para “compensar” por su pasado, dijo que se adoctrinó viendo videos de sermones pronunciados por el EI.

“Creía que eran un verdadero Estado Islámico ... Decían que cuando uno hace la ‘hijra’ (migración al califato), todos los pecados se perdonan”, dijo la mujer que pidió usar sólo su primer nombre.

En el 2015, viajó a Turquía con miras a cruzar a Siria. En Turquía se casó con un argelino que conoció allí y que estaba por incorporarse al EI. Pero él tuvo reservas y sugirió que se vayan a vivir a Malasia.

Fue ella quien insistió que se vayan al “califato”, dijo la mujer. Se establecieron en la capital de facto del EI, Raqqa, y pronto después nació su hijo Yahya en febrero del 2017.

Agregó que la vida allá les decepcionó. Sus pasaportes fueron confiscados, lo que decían era monitoreado. Su esposo fue encarcelado por un mes por el EI por negarse a salir a combatir, y luego trabajó en la oficina de bienestar social del EI.

Dijo que no pudo salir del territorio del EI sino hasta fines del 2017, cuando los islamistas le permitieron la salida a ella y a su hijo, pero su esposo tuvo que quedarse. Desde entonces no ha sabido nada de él aunque cree que está en manos de las FDS.

Los padres de ella están tratando de convencer a las autoridades en Indonesia a que permitan el regreso de la joven.

“Quiero decirle a mi gobierno: Me arrepiento, denme una segunda oportunidad, yo era muy joven entonces”, dijo Aliya. “Sé que hay gente que sigue fiel al EI. Pero yo viví allí, yo ví cómo son, y para mí eso se acabó”.

Gailon Lawson, de Trinidad y Tobago, dijo que ella ya se estaba arrepintiendo de su decisión antes de llegar al “califato”. La noche en que cruzó, con su hijo de 12 años y su esposo, hacia Siria en el 2014, la gente tenía que correr en la oscuridad para evadir a los guardias turcos.

“Cuando ví a la gente correr, allí me di cuenta de que fue un error”, dijo Lawson, de 45 años.

Se había recién convertido al islam y se había casado con un hombre en Trinidad que al parecer se había radicalizado, convirtiéndose en su segunda esposa. Partieron hacia Siria apenas días después de la boda.

“Yo simplemente estaba siguiendo a mi esposo”, declaró la mujer.

Se divorciaron poco después de llegar. La prioridad de Lawson los años siguientes era evitar que su hijo fuera reclutado como combatiente. El niño fue arrestado tres veces por negarse a combatir, aseveró la mujer.

Durante el asedio contra Baguz, ella vistió al hijo como mujer bajo el velo islámico y huyeron en secreto. Pero los guardias kurdos detuvieron al hijo, y Lawson no ha sabido nada de él en un mes.

Samira, una mujer belga de 31 años de edad, dijo que en su juventud en Bélgica, se emborrachaba e iba a los clubes nocturnos. Entonces “quise cambiar mi vida y encontré el islam”. Relató que se creyó la propaganda del EI de que Europa jamás aceptaría a los musulmanes y que sólo en el califato ella sería libre de vivir su religión.

“Era muy estúpida, lo sé”, declaró Samira.



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