Summum de la Justicia

El formalismo jurídico

2019-04-30

El segundo en tomar la palabra fue el médico, un reconocido internista. Más que...

Por JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ, El País

30 ABR 2019 - 12:31    CDT Tres amigos se encontraron tras años de no verse. Luego de conversar de sus vidas, se preguntaron por la importancia de la profesión que habían elegido. El primero en hablar fue el ingeniero. Estando en el restaurante de una alta torre con vista a la Ciudad, consideró a su área muy relevante por la estructura en que estaban instalados y las enormes construcciones que podían mirarse a través del ventanal. Su saber, dijo, permitió esas posibilidades habitacionales, la electricidad y mucho del confort del que los vecinos gozaban.

El segundo en tomar la palabra fue el médico, un reconocido internista. Más que obras, calculó el número de personas en el edificio y de los habitantes en la Ciudad. Luego apuntó la importancia de su ciencia para la preservación y la remediación de la salud de todos ellos. El tercer convidado, licenciado en derecho, los miró con calma. Dio un sorbo a su bebida y señaló lo impresionado que estaba con los logros apuntados por sus amigos. Después preguntó: ¿cómo saben ustedes que son ingeniero y médico? ¿cómo saben que la calidad de lo que beben es adecuada y los precios correctos? ¿cómo saben quién es el dueño del edificio en el que se encuentran y, si colapsa, quién será responsable por ello? ¿cómo diferencian entre padres e hijos, propietarios y arrendatarios, delincuentes y observantes de la ley? Sus amigos, inteligentes como él, lo detuvieron. Hemos entendido los ejemplos dijeron: ¿qué quieres demostrarnos?

El “abogado”, como le decían, se sintió agradecido. El derecho, les dijo, no es solo un orden coactivo de la conducta. Sus normas no solo o no siempre terminan sancionando a quienes las incumplen. Lo que el derecho hace, les dijo, es formalizar una parte importante de las relaciones sociales. Para demostrarlo volvió a sus ejemplos. Les preguntó cómo sabían que eran profesionales. Ambos, con cierto desprecio, respondieron que habían acudido a la universidad, estudiado y acreditado los exámenes correspondientes. El “abogado” señaló que ello era necesario, pero no suficiente, pues la calidad requerida se demostraba con el título y la cédula emitidos y registrados y, sin ellos, el ejercicio de sus actividades era delictivo.

Como sucede con los de su profesión, el licenciado comenzó a describir abundantemente las condiciones contractuales, administrativas, mercantiles y familiares de todo lo que desde el ventanal contemplaban. El éxito de su explicación fue tan grande, que sus amigos se fueron. Él se quedó un rato más. En el televisor del establecimiento se transmitía el noticiero vespertino. En el cintillo leyó que varios políticos hablaban a favor de un memorando emitido por el presidente de la República. Se acercó a la barra y escuchó que los personajes se referían a los críticos del memorando como acartonados y formalistas. Como nada de ello le pareció nuevo, abandonó el lugar.

En el camino, viendo a quienes hacían cola para subir a los autobuses, las caras de quienes caminaban hacia algún destino, las muchas posibilidades de vinculación entre seres humanos para hacer el mal o el bien, las cosas que la radio transmitía de las muertes en algunas ciudades del país, recordó lo hablado con sus compañeros: las ventajas de la formalización de las relaciones sociales mediante el derecho. Estaba tan absorto en esos pensamientos, que chocó. Cuando se recuperó de la sorpresa, el agente de tránsito le pedía su licencia de conducir y su tarjeta de circulación. Le pareció absurdo el requerimiento. ¿Qué sentido tenía esa formalidad si no pensaba escapar? Pensó que el oficial era acartonado y formalista. Después, más tranquilo, entendió que hacía lo correcto. ¿Acaso no eran esas las formalidades necesarias para comenzar a identificar responsables y asignar responsabilidades? ¿De qué otra manera podía comenzar a hacerse el derecho?



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