Internacional - Política

Balas, gas lacrimógeno y romance: las protestas en Sudán

2019-05-07

El Sudán revolucionario se ha convertido en un lugar de escenas extraordinarias....

Por Declan Walsh | The New York Times

JARTUM, Sudán — La camioneta iba a toda velocidad junto al Nilo, zigzagueando en medio del tráfico vespertino. La novia iba sentada en la parte de enfrente con un vestido rosa, un bolso brillante sobre su regazo y los pies envueltos en vendajes.

Samar Alnour, la novia, recibió dos disparos el mes pasado durante el agitado levantamiento que derrocó al antiguo dictador de Sudán, Omar al Bashir. Ahora regresaba al lugar de las protestas a casarse con el hombre que la salvó.

Muntassir Altigani, de 30 años, un trabajador de la construcción, había corrido a ayudar a Alnour mientras estaba tirada sangrando en la calle. Las balas pasaban zumbando a su alrededor. Al igual que ella, se había unido a la revuelta que sonaba como un alarido contra el mal gobierno de Al Bashir. Se enamoraron a lo largo de las siguientes semanas.

“Pensé que era muy valiente”, comentó él.

La revolución no ha terminado.

La camioneta se detuvo al llegar al lugar de las protestas donde miles de personas todavía están acampando a las puertas de los cuarteles del ejército de Sudán; ahí exigen una transición a un gobierno totalmente civil. Alnour, una mujer de 28 años, desempleada, graduada de la universidad, se recogió el vestido para sentarse en una silla de ruedas y unírseles.

Su tío la llevó hacia el centro de la agitada multitud. Pasaron por nuevos cafés donde había soldados relajándose y parejas flirteando; por donde había oradores y poetas callejeros declamando acerca de sus sueños para Sudán, y por donde estaba un músico con rastas tocando canciones de Bob Marley.

Seguida de cerca por una muchedumbre que vitoreaba, se detuvo en el sitio en el que le habían disparado.

Comentó que toda su vida solo había conocido el Sudán de Al Bashir: un lugar sombrío donde la corrupción le impedía conseguir un empleo en el gobierno. Ahora surgía un país nuevo o al menos la promesa de tenerlo.

“Antes no celebrábamos”, señaló. “No podíamos manifestarnos ni alzar la voz. Ahora nos sentimos libres”.

El Sudán revolucionario se ha convertido en un lugar de escenas extraordinarias. Después de décadas de tener un gobierno sombrío y sofocante bajo el régimen de Al Bashir, una ola de entusiasmo ha cubierto la capital, Jartum, donde los jóvenes sudaneses disfrutan de una libertad recién descubierta: para hablar de política, para irse de fiesta e incluso para encontrar el amor.

El epicentro de estos cambios es la zona de las protestas a la entrada de los cuarteles del ejército. Las mujeres se pasean con pantalón de mezclilla sin temor a que las acosen los odiados policías de la seguridad pública, cuyas patrullas han desaparecido de las calles. Las parejas se mezclan con facilidad entre la multitud, algunas tomadas de la mano.

Noche y día, algunos adolescentes chocan piedras contra los costados de un puente de ferrocarril a un ritmo constante que se ha convertido en una especie de latido de la revolución.

A las orillas del Nilo, personas jóvenes se relajan en sillas de plástico colocadas sobre el pasto, fumando tabaco en narguiles, que Al Bashir había prohibido.

Más cerca del agua, algunos hombres beben abiertamente de botellas de araqi, un vino de dátil cuyo consumo es castigado con cuarenta azotes, según la ley islámica de Sudán.

En el ambiente se percibe un dulce olor a hachís. Entre los juerguistas se encuentran soldados uniformados, quienes han prometido proteger a los revolucionarios.

“Al principio, los cambios fueron impactantes”, mencionó Zuhayra Mohamed, una mujer de 28 años que trabaja como directora de proyectos y quien desafió a sus padres para participar en las protestas. “Es como si el régimen hubiera tenido las manos alrededor de nuestro cuello durante mucho tiempo, y ahora existiera algo muy bello”.

Sin embargo, aunque tal vez el antiguo Sudán ya no esté a la vista, no ha desaparecido.

Una mañana reciente, decenas de policías de seguridad pública uniformados estaban sentados tomando té bajo unos árboles fuera de sus cuarteles pintados con colores brillantes en Jartum, cerca de la confluencia del Nilo Azul y el Nilo Blanco. Estaban esperando órdenes, comentó un comandante.

Y mientras los manifestantes celebraban la semana pasada, Amer Yousif estaba siendo azotado, pues este chofer de 35 años fue atrapado con una botella de araqi en el bolsillo cuando salió a comprar cigarros. La mañana siguiente, un juez lo sentenció a cincuenta azotes; incluyó diez más por circunstancias agravantes.

El juez “parecía enojado por la revolución”, dijo Yousif, levantándose la camisa para mostrar un verdugón en la espalda.

Otra joven pareja, Mohamed Hamed y Nahed Elgizouli, también se conocieron durante las protestas, pero no fueron las balas lo que la unió, sino el gas lacrimógeno.

Hamed, un ingeniero de 31 años, se desplomó en el centro de Jartum porque sus pulmones se habían llenado con ese gas. Elgizouli, de 26 años, corrió hacia él y le enjuagó la cara con Coca-Cola. Se conocieron mejor en los meses posteriores, cuando se reunían en los lugares de las manifestaciones, cuando huían a toda velocidad de los rufianes armados del régimen y protestaban contra la muerte de algún amigo común.

La amistad de la pareja se convirtió en romance durante la última ofensiva contra Al Bashir a principios de abril. Yacían juntos en el suelo cuando hubo disparos fuera del complejo militar, y celebraron cuando cayó el dictador.

Ahora se toman de la mano libremente cuando pasan en medio de la multitud. “Este es el nuevo Sudán, con el que soñamos”, afirmó Elgizouli.

Se están difuminando y borrando las diferencias de religión y etnicidad que Al Bashir explotó para fortalecer su autoridad. La semana pasada, llegó un tren repleto de revolucionarios jubilosos desde Atbara, 280 kilómetros al norte. El 30 de abril, llegó una cabalgata desde la lejana ciudad de Darfur.

“La gente se siente más en paz con los demás”, comentó Zuhayra Mohamed, la ingeniera. “Hay una sensación de unidad”.

Las nuevas libertades de Sudán son frágiles y no se sabe si podrán perdurar. En los últimos días, las conversaciones, que ya llevan cuatro semanas, acerca de compartir el poder entre los dirigentes de los manifestantes y el ejército se han tornado tensas. Fuera de la burbuja de las protestas, los partidarios del antiguo gobierno están observando y esperando.

Algunas personas dicen que la lucha apenas ha comenzado. “Es como cuando estás en un lugar oscuro y ves una lucecita”, señaló Elgizouli. “Tenemos un largo camino que recorrer hacia la libertad”.



Jamileth