Internacional - Política

¿Ganará Trump de nuevo? Pregunte en Wilkes-Barre

2019-06-17

La sanidad es uno de los elementos que agitaron a los votantes demócratas en noviembre y...

Por AMANDA MARS, El País

Wilkes-Barre (Pensilvania) 18 JUN 2019 - 01:23    CEST A cuatro horas en coche desde Washington y dos desde Nueva York, se encuentra uno de esos condados donde Hillary Clinton se dio el morrazo político de su vida. No elegía Luzerne un presidente republicano desde 1988; había votado y vuelto a votar a Barack Obama, pero en las presidenciales de 2016, los vecinos de este pedazo del cinturón industrial americano optaron por Donald Trump. Joe Padavan, el presidente regional del sindicato de trabajadores del acero, no daba crédito en los meses previos: “Había de todo, tipos que votaron a Trump, tipos que querían a Bernie Sanders y luego no quisieron votar a Clinton… Hay que ver esta vez, si se presenta Joe Biden… Es de aquí al lado de Scranton, puede ganar”, opinaba este sábado.

El presidente lanza formalmente hoy en Orlando su campaña para la reelección a la presidencia, si bien, en puridad, Estados Unidos no parece haber salido nunca de ella. Una economía en el ciclo expansivo más largo de su historia, la mayor rebaja de impuestos desde la era Reagan y la simple y llana fidelidad de partido, mayor entre republicanos que entre demócratas, juegan su favor. La mayor movilización de estos últimos, que se demostró en su victoria en las legislativas de noviembre, puede dar la vuelta a la situación. La única certidumbre para 2020: la polarización.

“Yo no veo su base erosionada en este condado, la diferencia esta vez van a ser los demócratas de este condado, no los que votaron a Trump, los que se quedaron en casa. Si los demócratas logran un candidato que los movilice y los lleve a las urnas, tienen una oportunidad”, opina Bill O'Boyle, un veterano reportero y columnista del diario local Times Leader. “Los demócratas tienen que ver por qué un tipo vulgar y ególatra se convirtió en portavoz de la América trabajadora, él les habló de cosas que les importan, como recuperar empleos que se fueron del país y proteger las fronteras”.

Es sábado, 10 de la mañana, en la plaza pública de Wilkes-Barre, la principal ciudad del condado. Dos docenas de personas se reúnen para oír hablar de Sanidad al congresista del distrito, el demócrata Matt Cartwright, decidido, dice, a dar la batalla de la sanidad accesible para todos. “Uno no debe tener que elegir entre pagar sus medicinas y pagar su hipoteca”, clama. Marlee Stefanelli, de 41 años, madre de un niño de siete años con diabetes tipo 1, dice literalmente que la reforma sanitaria de Obama, uno de los asuntos más contestados por los republicanos, le cambió la vida. “Ahora pagamos un seguro mensual de 1,000 dólares para los cuatro miembros de familia que somos, pero sin Obamacare sencillamente no tendríamos ningún seguro, no nos aceptarían”, afirma.

La sanidad es uno de los elementos que agitaron a los votantes demócratas en noviembre y Dwayne Heisler, jefe territorial del caucus progresista, cree que lo mismo ocurrirá ahora. “Lo de 2018 fue muy alentador, yo no veo mucho cambio entre los votantes de Trump pero sí que los demócratas se han movilizado mucho más, la comunidad latina especialmente, se han incorporado al caucus, van a muchos actos…”.

El pueblo, de unos 40,000 habitantes, tiene algo de postal de suburbio estadounidense en su época dorada. Rodeado de montañas, las casas bajas con porche y bandera de barras y estrellas dominan el paisaje, aunque las naves cerradas y lo desvencijado de muchas viviendas recuerda que este trozo de América lo ha pasado mal en las últimas décadas. The Forgotten (Los olvidados), un libro escrito por Ben Bradlee Junior después de las presidenciales, relata una tormenta perfecta: las minas de carbón empezaron a cerrar y las factorías en las que muchos hijos de aquellos mineros encontraron trabajo, también. La gran fábrica de lápices Eberhard Faber se fue a México a mediados de los 80 y hoy ya no queda ni el solar. Los empleados de mono azul se sustituyeron por servicios, peor pagados. Y mientras, la población hispana del condado se multiplicó por 10 con el tirón, sobre todo en Hazleton, que ha vivido una revolución demográfica en el lapso de solo 15 años: en 2000, el 95% de sus habitantes eran aún blancos; en 2016, eran el 44% y los hispanos, mayoría, el 55%.

El congresista republicano Lou Barletta se erigió en azote de la inmigración irregular en 2006, como alcalde de Hazleton, aprobando unas ordenanzas —suspendidas en los tribunales— según las cuales cualquier empresario que, con conocimiento de causa, diese empleo a un irregular, perdería la licencia de su negocio, igual que un casero si alquilaba una vivienda a un extranjero indocumentado. “La inmigración sigue siendo un asunto muy importante para la gente de este condado. La lucha contra la ilegal no es antiinmigrante, y la prueba es que la población hispana no dejó de crecer mientras yo fui alcalde”, afirma por teléfono.

Barletta se presentó al Senado en las últimas legislativas pero perdió frente al demócrata Bob Casey. Annie Méndez, de 48 años, reivindica parte del crédito de ese resultado. “Hicimos mucha campaña contra él, la comunidad latina se está movilizando mucho ahora”, afirma. La de Mendez , descendiente dominicana criada en New Jersey, fue una de las primeras familias hispanas en mudarse a Hazleton, en 1994 y luego en 2000, dice. “También abrimos unos de los primeros negocios latinos, un taller de reparaciones, como pusimos la banderita y hablábamos español venían mucho latinos, yo ayudaba mucho a otra gente que no se entendía bien inglés a hacer gestiones, a ir al médico, fuimos creando una comunidad”, explicaba este sábado en un almuerzo comunitario dentro de los eventos organizados en junio con motivo de la celebración del Orgullo Gay.

Eran, “los newcomers”, los nuevos, los recién llegados. Ahora los hispanos son mayoría en la población y a Michelle W. le llevan los demonios muchas veces. “Esto está muy mal, hay muchísimo crimen, aquí han venido muchas cosas malas y mucha gente de toda la vida se está marchando”, asegura esta empleada administrativa de 50 años. El número de robos se ha sextuplicado entre 2000 y 2014, según los datos del FBI. Cuando se le pregunta si relaciona el aumento de los delitos con la inmigración responde sin dudas: “Absolutamente, absolutamente”.

Una serie de inercias ayuda a Trump en esta campaña. En general, el candidato que pugna por mantenerse en el cargo suele tener más probabilidades de ganar y aquel que viven un ciclo alcista de la economía, también. Para Geoffrey Skelley, analista electoral de FiveThirtyEight, “la polarización del país también juega en su favor, ya que, aunque el neoyorquino es muy impopular [apenas ha llegado al 40% durante toda su presidencia], una vez los demócratas nominen a un candidato, los republicanos moderados, incluso aquellos a los que no les gustan Trump, pueden acabar alineándose con él para evitar que gane el otro”. Su popularidad entre los republicanos, de hecho, sigue por encima del 80%.

Esa lógica, la lealtad al partido es lo que explica principalmente la victoria del republicano en 2016. La figura del trumpista febril y enfadado, tan común en los mítines y en las crónicas periodistas, esa imagen del obrero demócrata revirado, es una proporción muy menor de los votantes de Trump, aunque estridente. Al magnate lo eligieron, en realidad, los republicanos de toda la vida, un 80% de ellos, y muchos, preguntados lejos del calor de los actos electorales, respondían que el candidato no les gustaba, pero que jamás votaban demócratas y sabían que les bajaría los impuestos y aseguraría jueces conservadores en el Tribunal Supremo.

Y así ha hecho. En general, ha cumplido en aquello que no le ha impedido el Capitolio o la justicia, desde trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, hasta aplicar mano dura contra los inmigrantes. Ha llevado a cabo la mayor rebaja de impuestos desde la era Reagan y colocado a dos jueves conservadores en la más alta institución judicial estadounidense, una medida que tiene repercusión en muchas políticas durante décadas. La economía está a punto de batir su récord de expansión más prolongada, pese a los problemas de productividad y las desigualdades. En Luzerne, a primeros de 2018, compañías como Patagonia o Adidas anunciaron la apertura de centros logísticos en el condado, la compañía Berkshire Hathaway Guard, la aseguradora de Warren Buffett, ubicó su sede internacional en Wilkes-Barre.

“Mi casa ha mejorado en valor, unos 20,000 dólares más, y ahora lo que falta es trabajadores, cuesta encontrar un fontanero o alguien que te arregle el tejado”, explica Ernie Schmid, que lleva desde que era un crío trabajando junto a su hermano en el diner S&W, abierto desde 1954 por su abuelo, Lorenzo, un exminero de origen italiano.

La partida se juega en un tablero de gran fractura. Demócratas y republicanos se hallan cada vez más alejados entre sí en su visión de lo que el país necesita. Según The York Times, por primera vez en un siglo, todos los Estados salvo Minnesota, tiene sus parlamentos estatales (la cámara baja y la alta) controladas por un solo partido, en muchas ocasiones, también con un gobernador del mismo color, lo que está haciendo casi imposible la política bipartita.

La última crisis abierta por el republicano con México a cuenta de la inmigración ha resultado satisfactoria. Sus votantes despertaron un día con el presidente amenazando al país vecino con aranceles a sus importaciones si no imponía más controles en inmigración y al cabo de unos días leían los titulares de que el Gobierno mexicano llenaría de militares la frontera con Guatemala y se quedarían con más solicitantes de asilo.

Theodor H. White, autor del clásico The Making of a President (La construcción de un presidente, 1960), decía que los estadounidenses eligen a su presidente en un equilibrio entre su pasado y su futuro. “El pasado consiste en su bagaje étnico, en lo que su padre votaba, los cuentos que su madre le contaba, los prejuicios que ha acumulado y el estatus social heredado”, escribió, mientras que el mientras que el futuro tenía que ver con los sueños y en los miedos: “Si es un granjero, el miedo de perder el trabajo, si es un negro, su aspiración a la libertad igualitaria…”.

Marlee Stefanelli votará pensando en las inyecciones de insulina de su hijo, Michele W. en las últimas cifras de robos de la ciudad y Annie Mendez en que no quiere volver a sentirse nunca una newcomer. El menú que ofrece Trump es conocido, con alguna variación de temporada: en 2015 hablaba de muros, ahora la cosa va de aranceles. El que diseñen los demócratas es el que puede variar el resultado.



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