Del Dicho al Hecho

Brazos abiertos y puertas cerradas

2019-06-21

No hay lección sin memoria. No podemos, no debemos olvidar la traición...

Por Agustín Basave | Proceso

Empiezo por dos perogrulladas: 

1) No hay frontera en el mundo que una y separe a dos países más asimétricos, ni existe una relación bilateral más difícil de manejar que la de México con Estados Unidos (una que salvaguarde nuestra soberanía y dignidad, porque una de postración es relativamente fácil). 

2) La superpotencia militar y económica junto a la cual vivimos es presidida por un bully, un narcisista con método en su locura (en los exabruptos e insensateces de Donald Trump subyace un patrón conductual que retuerce la racionalidad a fin de que su temperamento mercurial se vuelva rentable). Esta desventura geopolítica, motivo de nuestro muñón fronterizo, nos tiene en uno de los momentos más críticos de nuestra diplomacia. Si negociar con otros presidentes de Estados Unidos ha sido dolorosamente complicado para México, con Trump lo es aún más, no sólo porque es beligerante sino particularmente porque nos ha convertido en el blanco predilecto de su beligerancia. Su retórica antimexicana, con el inefable muro como emblema, fue clave en su triunfo electoral, y sus acciones antiinmigrantes son la argamasa que solidifica su base social. Hoy se puede evitar la sangre mas no el sudor ni las lágrimas.

No hay lección sin memoria. No podemos, no debemos olvidar la traición histórica que cometieron Peña Nieto y Videgaray. Ellos le hicieron un acto de campaña en Los Pinos al candidato Donald Trump y luego, ya en el poder, lo consintieron hasta la ignominia. No fue la suya una actuación pragmática sino un error garrafal seguido de la soberbia que les impidió reconocerlo y de un despliegue inaudito de entreguismo y cobardía. No se esperaba que se pusieran a las patadas con Goliat pero sí, como en su momento lo expresé metafóricamente, “que David agarrara la honda”. Es decir, que en vez de apapachar a Trump tuvieran la inteligencia y los arrestos para defender aunque fuera mínimamente los intereses de México. Lo único que consiguieron con su abyección fueron guiños personales y humillaciones nacionales. Fueron ineficaces e indignos, y culminaron su indignidad con un último escupitajo a los mexicanos: el Águila Azteca a Jared Kushner.

El presidente López Obrador y el secretario Ebrard han de recordar esas dañinas aberraciones para estar a la altura del desafío. Empezaron bien, porque lograron meter en la agenda un punto crucial para nuestra América, el de la cooperación de Estados Unidos para el desarrollo de Centroamérica, a fin de reducir la migración vía la mitigación de la pobreza y la violencia que asuelan a las comunidades expulsoras. Pero su reacción ante la amenaza de imponer aranceles a nuestros productos incluye, a juicio mío, signos preocupantes. Por un lado, creo que la disposición a conceder demasiado por evitar el castigo arancelario pone a México en una posición de mayor vulnerabilidad frente a Donald Trump, quien comprobó que esa extorsión funciona y volverá a recurrir a ella cuantas veces lo aconseje su cálculo electorero; por otro, si bien felicito al canciller por haber detenido los aranceles del 5% (no sé si habrían sido menos graves si no se hubiera perdido margen de maniobra al cancelar el aeropuerto y tomar ciertas decisiones en torno a Pemex, y sí sé que tenían el rechazo de tirios y troyanos dentro de Estados Unidos), no me queda claro el análisis costo-beneficio con respecto a las concesiones migratorias. ¿Cuánto nos costará fungir como “tercer país seguro” en cámara lenta y sellar Chiapas o Tehuantepec? ¿Cuánto pagará AMLO por una crisis humanitaria en la frontera norte y las inevitables violaciones a los derechos humanos en la frontera sur?

Trump actúa con la lógica pueril del grandulón abusador. Amaga y arrebata y, si su víctima cede más, redobla sus agresiones. Confrontar a un agresor compulsivo tiene un precio para el agredido (recibir una paliza y ser seriamente lastimado) pero también una recompensa (ganar respeto y parar las agresiones). AMLO, experto en doblar apuestas a sus adversarios, haría bien en planear algo semejante para Donald Trump. Con sagacidad, sin bravatas, podría ser más firme en sus próximas negociaciones con él. Intentar aplacarlo con un discurso amistoso de nada le sirve y mucho lo desgasta, porque ese señor siempre juega sucio, porque ofendió y ofenderá a los mexicanos y porque tratarlo con sobriedad, distancia y firmeza dan mejores resultados. Cierto, no hay nada en la trayectoria de AMLO que lo perfile como repetidor de la sumisión priñanietista, y pese a que desconoce y desdeña las relaciones internacionales la realidad las pondrá en su lugar, pero hay algo incuestionable: prometer a los migrantes un país de brazos abiertos y acabar en uno de puertas cerradas va a pegarle donde más le duele: en su congruencia. Sea como sea, aun si el pavoneo trumpiano sobre acuerdos secretos es bluff, sabemos que las tuercas se pusieron en Miami y se apretaron en Washington y que Trump porfiará en sus ofensas y chantajes. Quiero pensar que AMLO no los aguantará y que, así como el voluntarismo de Donald Trump lo ha obligado a apechugar, será el suyo propio el que lo hará enfrentarlo. Por desgracia, una dosis de conflicto y sufrimiento es inexorable.

Trump dice que nosotros los necesitamos y que ellos no nos necesitan. Pese a la endemoniada dificultad de lidiar con una superpotencia gobernada por un bully, AMLO cambiaría la correlación de fuerzas si le demostrara que no sólo les somos necesarios, sino que la cooperación de México es vital para Estados Unidos. Ese podría ser su legado en el ámbito de la política exterior. 


 



regina
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