Migración

Regresan a casa salvadoreños que murieron en el río Bravo

2019-07-01

Por razones de logística, las autoridades decidieron transportar por tierra desde la ciudad...

Por MARCOS ALEMÁN

LA HACHADURA, El Salvador (AP) — Los cuerpos de Óscar Alberto Martínez y su pequeña hija Valeria, que murieron ahogados cuando trataban de cruzar el río Bravo en una tragedia captada en una fotografía que provocó indignación mundial, regresaron el domingo a El Salvador.

Por razones de logística, las autoridades decidieron transportar por tierra desde la ciudad mexicana de Matamoros los cuerpos de las dos nuevas víctimas de la migración irregular.

Los cadáveres ingresaron al país por la frontera de La Hachadura, a 90 kilómetros al oeste de la capital salvadoreña. El ministro de Gobernación, Mario Durán, llegó al lugar para supervisar los trámites en la aduana.

Los funcionarios del gobierno salvadoreño no quisieron hablar con los periodistas y sólo se permitió tomar fotografías cuando un carro fúnebre cruzó la frontera desde Guatemala y luego cuando partió en caravana hacia San Salvador.

Los cuerpos serán velados en la funeraria municipal de la capital. El entierro será el lunes en el cementerio La Bermeja, una ceremonia privada a la que sólo asistirán familiares.

Tania Vanessa Ávalos, esposa de Óscar Alberto Martínez, madre de Valeria y sobreviviente de la tragedia, regresó el viernes al país acompañada de funcionarios de la cancillería salvadoreña.

A Martínez y a su hija los arrastró la corriente del río el domingo entre Matamoros y Brownsville, Texas, y sus cadáveres fueron hallados a la mañana siguiente.

La fotografía de ambos bocabajo junto a la ribera, con la niña metida debajo de la camisa de su padre y con el brazo alrededor de su cuello, ilustra claramente los peligros que los migrantes y los solicitantes de asilo enfrentan al intentar llegar a Estados Unidos.

Martínez, de 25 años, Vanessa, de 21, y Valeria, de 23 meses, vivían en Altavista, un populoso barrio ubicado en la periferia de la capital salvadoreña, el cual padece de la violencia de las pandillas.

La familia vivía con los padres de Martínez, quienes decidieron compartir su humilde casa de dos cuartos, ya que lo que él ganaba trabajando en una pizzería y el sueldo que su esposa recibía en un restaurante de comida rápida apenas les alcanzaba para sobrevivir.

Se estima que unas 130,000 personas viven en Altavista, un vecindario que se extiende por tres municipios del departamento de San Salvador. La mayoría de la gente vive en casas de una planta y dos recámaras con una combinación de cocina, sala y comedor, y cuyo costo aproximado es de 10,000 a 15,000 dólares.

Para los residentes de Altavista, esta realidad de la migración no es un tema desconocido. Muchos han viajado ilegalmente a Estados Unidos, algunos debido a la inseguridad y otros por las carencias económicas.

“Es triste, impactante. El papá y la niña son el rostro de la tragedia que viven todos los salvadoreños que salen para Estados Unidos y que mueren cuando se suben a la Bestia (un tren), se meten a los ríos”, dijo a la AP Catalina Sánchez, una mujer de 28 años que confesó que ya ha pensado en emigrar, “pero con esto lo estoy pensando un poco más”.

Incluso con la situación en calma, Martínez y su esposa tomaron la decisión, sin importar los riesgos y pese a los ruegos de sus familiares, y el 3 de abril se embarcaron en su odisea en busca del llamado “sueño americano”.

“Por eso se fueron, porque lo que ganaban no era suficiente para comprar una casita; no se querían quedar para siempre, sólo querían ahorrar para la casita”, comentó Rosa Ramírez, la madre de Martínez, a The Associated Press.



Jamileth

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