Tras Bambalinas

La mano negra

2019-07-05

El Ejército y la la Policía Federal tienen un enemigo común. Ese enemigo es el...

Por Beatriz Pagés | Revista Siempre

El Ejército y la la Policía Federal tienen un enemigo común. Ese enemigo es el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador.

La Guardia Nacional que nació en medio de llamados a defender la patria no es más que una una puerta falsa, inventada, para arrojar al desagüe a los enemigos del presidente.

La frase: “Si por mí fuera, desaparecería el Ejército y me quedaría con la Guardia Nacional” no es casual, como tampoco lo es el traspaso opaco y humillante de la Policía Federal a la nueva fuerza de seguridad.

Detrás de ese intento aparente por concentrar el Ejército, la Marina y Policía en una sola entidad, subyace el plan inconfesable de anular a las fuerzas institucionales militares, policíacas y los servicios de inteligencia sobre los que no tiene el control y no gozan de la confianza del presidente.

Esa es la costumbre de los dictadores. En los totalitarismos, como dice Hannah Arendt, no hay gobiernos, solo imposición.

Dice López Obrador que un país pacifista no necesita tener un ejército. La mentira esconde, como ya es costumbre, la verdad. México enfrenta hoy una guerra, como ningún otro país, contra el narcotráfico. La desaparición, entonces, de las fuerzas del orden solo puede beneficiar al crimen organizado.

Pero hay otras razones, de carácter personal, por las que quiere aniquilar a las fuerzas armadas.

Porque no las siente suyas. No le pertenecen. Porque la lealtad de la institución no es a un hombre sino a la nación, porque más allá de reconocer en la figura del presidente al comandante supremo de la fuerzas armadas responde a una Constitución que él no redactó; a una historia que no es “su Historia”, y a disposiciones ajenas a designios unipersonales.

López Obrador pretende crear su propio ejército a través de la Guardia Nacional, nada más que, mientras el primero es resultado de un proceso histórico en el que la institución acumuló méritos y experiencia, glorias y sacrificios, la segunda es producto de una ocurrencia desbocada.

Peligrosa porque en ese afán de llevar la destrucción, crisis y el debate a todo lo que toca, no solo juntó a policías y militares sino que los enfrentó. Los policías federales han sido muy claros en sus demandas: “No queremos estar bajo mando militar”, “No viviremos en cuarteles militares”.

Ojalá y no se le ocurra ordenar al Ejército desalojar por la fuerza a los policías federales en paro porque en ese momento el presidente pondría las semillas de una guerra sin cuartel.

La Guardia Nacional nace en medio de humillaciones y descalificaciones del presidente hacia sus integrantes. Es el creador rechazando a su criatura.

“¿Qué fue el Estado Mayor Presidencial en la historia reciente? Tuvo que ver con la represión del 68 y con el asesinato del exgobernador de Tabasco y expresidente del PRI, Carlos Madrazo. Fue un cuerpo de élite para la represión y eso ya desapareció”, declaró a La Jornada.

Esos mismos a los que hoy vuelve a llamar represores y quiere desaparecer son quienes llegan a los lugares más apartados para llevar asistencia a los más pobres, que mueren todos los días acribillados por la delincuencia y están en las fronteras impidiendo el paso de centroamericanos para evitar que Trump castigue a México por los errores de Andrés Manuel.

Esos mismos que, según él, “se echaron a perder” –en referencia la Policía Federal– detuvieron a “la Tuta” y han participado en un sinfín de operaciones contra los cárteles del crimen organizado.

Sí, en todo esto está la “mano negra” de un gobierno que creó la Guardia Nacional al margen de las instituciones involucradas, de la política y de la dignidad de sus integrantes. Es la “mano negra” de la destrucción.


 



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