Reflexiones

La vida efimera, la muerte eterna

2019-07-06

Lo que uno siembra en su vida lo habrá de cosechar. Los que observan la ley de Dios...

José Manuel Rodríguez Solar - Fraterniad Católica

«Si volvieran los muertos a vivir, ¿qué no harían por la vida eterna?»

Lo que uno siembra en su vida lo habrá de cosechar. Los que observan la ley de Dios tendrán la felicidad en esta vida y en la otra. Los que la rechazan no prosperarán. El Salmo 1 nos habla de la felicidad, al igual que el primer discurso de Jesús que comenzará con ¡Dichosos!...

"Dichoso el hombre que no va a reuniones de malvados, ni sigue el camino de los pecadores ni se sienta en la junta de burlones, más le agrada la Ley del Señor y medita su Ley de noche y día.  Es como árbol plantado junto al río que da fruto a su tiempo y tiene su follaje siempre verde. Todo lo que él hace le resulta. No sucede así con los impíos: son como paja llevada por el viento. No se mantendrán en el juicio los malvados ni en la junta de los justos los pecadores.  Porque Dios cuida el camino de los justos y acaba con el sendero de los malos."

San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, en uno de sus libros (Preparación para la muerte) proporciona meditaciones sobre las verdades eternas para aquellas almas que quieren perfeccionar su vida espiritual:  “En el trance de la muerte, el recuerdo de los deleites que en la vida disfrutamos y de las honras adquiridas sólo servirá para acrecentar nuestra pena y nuestra desconfianza de obtener la eterna salvación... ¡Dentro de poco, dirá entonces el infeliz mundano, mi casa, mis jardines, esos muebles preciosos, esos cuadros, aquellos trajes, no serán ya para mí! Sólo me resta el sepulcro".

“Todo ha de acabar. Y si en la muerte pierdes tu alma, todo estará perdido para ti. Considérate ya muerto—dice San Lorenzo Justiniano—, pues sabes que necesariamente has de morir. Si ya estuvieses muerto, ¿qué no desearías haber hecho?... Pues ahora que vives, piensa que algún día muerto estarás.»

“Dice San Buenaventura que "el piloto, para gobernar la nave, se pone en el extremo posterior de ella. Así, el hombre, para llevar buena y santa vida, debe imaginar siempre que se halla en la hora de morir".

Exclama San Bernardo: "Mira los pecados de tu juventud, y ruborízate; mira los de la edad viril, y llora; mira los últimos desórdenes de la vida, y estremécete, y ponles pronto remedio".

Cuando San Camilo de Lelis se asomaba a alguna sepultura, decíase a sí mismo: «Si volvieran los muertos a vivir, ¿qué no harían por la vida eterna? Y yo, que tengo tiempo, ¿qué hago por mi alma?» “Sabe, pues, aprovecharte de este tiempo que Dios, por su misericordia, te concede, y no esperes para obrar bien a que ya sea tarde, al solemne instante en que se te diga: ¡Ahora! Llegó el momento de dejar este mundo. ¡Pronto!... Lo hecho, hecho está.»

“Llaman los mundanos feliz solamente a quien goza de los bienes de este mundo, honras, placeres y riquezas. Pero la muerte acaba con toda esta ventura terrenal. ¿Qué es vuestra vida? Es un vapor que aparece y dura muy poco.»

Más vale el día de la muerte que el día del nacimiento” (Eclesiástico 7,1)

“El que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará la vida eterna” (Gálatas 6,8).}

 “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás, sino que vivirá para siempre” (Juan 11,25-26).

“Enjugará Dios toda lagrima de sus ojos y no habrá ya muerte, ni habrá llanto, ni clamor, ni dolor; porque el mundo viejo ha pasado” (Apocalipsis 21,4).

“Las almas de los justos están en manos de Dios y no las alcanzará tormento alguno. Creyeron los insensatos que habían muerto, tuvieron por desdicha su salida de este mundo, y su partida de entre nosotros por completa destrucción. Pero ellos están en paz” (Sabiduría, 3,1-3).

“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 4:29-32).

Una cita más de Jesús que encontramos en el Evangelio, para escudriñar y discernir: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón». (Mateo 6,19-23)



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