Ciencia, Tecnología y Humanidades

La carrera espacial, símbolo político

2019-07-29

Con la derrota del nacionalsocialismo alemán y el fin de la Segunda Guerra Mundial...

Por Morelos Canseco Gómez | Revista Siempre

Hace unos días conmemoramos el quincuagésimo aniversario del alunizaje de Neil Armstrong y Edwin Aldrin, quienes a bordo del Apolo 11 culminaron una hazaña de la humanidad. Hazaña inscrita en el escenario de la Guerra Fría y la lógica de la destrucción mutua asegurada entre las superpotencias que emergieron del triunfo de los Aliados sobre las potencias del Eje. Por un lado, la doctrina comunista de la Revolución de Octubre de 1917 con la Unión Soviética y, por el otro, la doctrina democrática liberal con los Estados Unidos al frente. En la geografía de esa confrontación dos modelos económicos: en el oeste el mercado y en el este del Estado, como elementos preponderantes.

Con la derrota del nacionalsocialismo alemán y el fin de la Segunda Guerra Mundial habían surgido dos vertientes para el tránsito de los pueblos del mundo hacia un nuevo estadio. Opciones que, en la afirmación del contraste, buscaban la promoción y avance de su propuesta y, en sí, la hegemonía.

Acreditada la capacidad de destrucción con las armas nucleares, la Unión Soviética inició y avanzó en la exploración del espacio exterior. El teatro de la afirmación de la superioridad de las opciones en pugna se trasladó a la conquista del espacio. El conocimiento de los cohetes como portadores de armas de destrucción masiva se encauzó a la idea del ser humano en el espacio. Los avances fueron notables: trasponer la atmósfera y llegar al espacio exterior, llevar al espacio a la perrita Laika, lograr que una nave circunvolucionara el globo terráqueo y alcanzar el viaje tripulado alrededor del planeta con el cosmonauta Yuri Gagarin.

Estos hechos y las imágenes que los registraron movían no sólo a la admiración y curiosidad mayor en el mundo, sino a la reflexión política de un joven senador estadounidense.

John F. Kennedy (JFK), quien había buscado sin éxito la candidatura a la vicepresidencia en los comicios de 1956, había vivido tanto la Segunda Gran Guerra como el nacimiento de la ONU y asumía el derrotero de la confrontación entre las ideologías profesadas por su propio Estado y por el Estado soviético, intuía que la percepción mundial sobre las ventajas y superioridades de un sistema político u otro se vincularía indisolublemente a los logros que se concretaran en el espacio. La atención mundial se movería a observar y valorar los resultados del esfuerzo de las formaciones estatales en pugna, y de sus sociedades, a lo que ocurriera en la carrera espacial.

Cuando Kennedy pronunció su mensaje inaugural como presidente el 20 de enero de 1961, los Estados Unidos no sólo acusaban un rezago apreciable en la investigación y el desarrollo de la tecnología espacial, sino que no tenían, en realidad, un programa espacial.

En la primera comparecencia de JFK ante el Congreso para referirse al estado de la Nación (30.01.1961), expuso la intención de colaborar con todas las naciones, incluida la Unión Soviética, en el desarrollo de programas científicos para beneficio colectivo en los que se comprendía la exploración espacial.

En la Unión Soviética el liderazgo a cargo de Nikita Khruschov, quien asumiría esa función a la muerte de José Stalin, tenía un panorama de ventajas comparativas: el acceso al poder en 1953 y el programa espacial Soyuz.

Más allá del reto por el espacio exterior, los terrores de la Guerra Fría contrastaban al hombre nacido en 1894 con el joven presidente nacido en 1917. Por ello, las primeras conversaciones que tendrían en Viena el 3 y 4 de junio de 1961 servían de termómetro a la observación mundial.

Cuando ocurrió ese encuentro, la diferencia entre el avance soviético y el camino por recorrer para los estadounidenses en materia espacial era muy considerable: éstos apenas habían logrado ubicar satélites en la órbita terrestre y aquéllos eran reconocidos por el exitoso viaje de Gagarin.

Las conversaciones de Viena refrendaron el escenario, la disputa entre Este y Oeste permite el diálogo, pero no cancela la confrontación y la división del mundo en dos propuestas no conciliables que buscan mantener y extender zonas de dominio y áreas de influencia por razones de seguridad nacional; por un lado, la OTAN y, por el otro, el Pacto de Varsovia, y la identificación de todo conflicto nacional por la conducción del Estado como una expresión parcial de la Guerra Fría.

En mi especulación, la intuición de que la carrera espacial sería la medida inmediata del mundo para valorar a los sistemas en confrontación se transformaría en una decisión política de la mayor trascendencia: el rezago en este campo sería grave y quizás irreversible para los Estados Unidos. Había no sólo que establecer y sustentar económicamente el programa espacial estadounidense, sino también desplegar sus esfuerzos hacia un objetivo político contundente. ¿Cómo acreditar superioridad en esta materia? Con un símbolo. Con la posibilidad de posar una persona en la luna.

En el discurso pronunciado por JFK en la Universidad de Rice en Houston el 12 de septiembre de 1962 -unos meses después de su visita a nuestro país- sobre el Esfuerzo Espacial de los EU, manifestó: “Escogimos ir a la luna. Escogimos ir a la luna en esta década y hacer otras cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque esa meta servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades, porque es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, que no estamos dispuestos a posponer, y que intentamos ganar…”

Como una decisión política derivada de la Guerra Fría se transformó la política de los Estados Unidos en torno al espacio exterior; se fundó la NASA; se modificaron y se crearon programas de investigación científica y tecnológica para alcanzar un propósito, y se destinaron recursos humanos y financieros para que las tareas se desarrollaran 24/7. La meta se alcanzó en el tiempo planteado: el 21 de julio de 1969 dos seres humanos colocaban la bandera estadounidense en la superficie lunar.

El magnicidio ocurrido en Dallas el 22 de noviembre de 1963 impidió que JFK disfrutara ese momento culminante. Sin embargo, la decisión de ir a la luna no se modificó y, paradójicamente, el candidato derrotado en los comicios de 1960 era el presidente de los Estados Unidos ese día de 1969. Richard M. Nixon volvería a contender en la elección presidencial de 1968 y el Partido Republicano se alzaría con la victoria.

La carrera espacial continuó, pero con otro énfasis y sentido político. Para los Estados Unidos la superioridad estaba acreditada en lo económico y lo científico y, sobre todo, se había generado -en menos de una década- una percepción pública mundial distinta: la vanguardia hacia el futuro de la humanidad está en el Oeste, está en ese país.

La carrera espacial fue un escenario singular de la Guerra Fría, tanto por su simbolismo como por la capacidad para organizar la disponibilidad de recursos públicos a un objetivo enorme con el respaldo de la población, en ambos extremos. Al final, la capacidad económica de quienes competían fue inclinando la balanza de manera definitiva.

Fue, además, un claro objetivo nacional; una meta más allá de las diferencias políticas internas. En política los símbolos cuentan y, a veces, articulan la voluntad colectiva en torno a un propósito compartido. La carrera espacial dirigió el conocimiento científico para un fin político.


 



regina

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