Ecología

Cambio de hábitos

2019-08-09

Un centenar de expertos de 52 países han calculado que sólo el desperdicio de...

Editorial, El País

Una vez que la sociedad se ha persuadido de la realidad del cambio climático, lo que ha hecho ha sido echarle la culpa a la industria energética, a los empresarios depredadores que deforestan el Amazonas para obtener biocombustible, y a cualquier otro sospechoso que haya incurrido en prácticas poco ortodoxas sin ninguna coartada. Y todo eso es cierto, pero solo escribe la mitad de la historia. La otra mitad es la responsabilidad individual, la que corresponde a cada uno de los habitantes del mundo. El último informe de los científicos de la ONU apunta directamente a sus estómagos. Comer como se come en los países desarrollados, y cada vez más en los que se van desarrollando, calienta el planeta. Frente a la costumbre habitual de echar balones fuera, es hora de que cada uno adopte unos hábitos de consumo más frugales, racionales y sostenibles.

Un centenar de expertos de 52 países han calculado que sólo el desperdicio de alimentos causa el 10% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero de origen humano, de los que el principal es el CO2. Producir alimentos emite CO2, desde la agricultura que le come terreno al bosque hasta el transporte por camión, avión o barco. Y no hay que olvidar que tirar unos filetes caducados a la basura es solo una de las formas de desperdiciar alimentos. La otra es comérselos sin hambre ni necesidad, que es una manera más elaborada de tirarlos, esta vez al retrete. Ya se conocían las graves consecuencias que estos hábitos tienen para la salud. Ahora se sabe que también afectan al clima.

Existen dos formas de consumir las proteínas y demás nutrientes necesarios para un día: una es comer directamente las legumbres, verduras, frutas y cereales que obtienen los agricultores; la otra es utilizar esos productos de la tierra para alimentar a una vaca durante años y después comer un filete. Esta última requiere más terrenos para los pastos y más agua para el ganado, y además emite muchos más gases que la otra. Los climatólogos se unen así a los médicos para aconsejar los mismos alimentos. Reducir el consumo de carne y grasas animales es una responsabilidad personal con todas las credenciales científicas en regla. Este mensaje debería calar sobre todo en los jóvenes que devoran hamburguesas, pero no solo en ellos. En realidad, la responsabilidad de alimentarse bien es de cada individuo, y la lucha contra el cambio climático se convierte así también en algo personal.

Un lema favorito de los negacionistas es que las proyecciones de los climatólogos suelen ser para fin de siglo o para más adelante, lo que parece un futuro lejano en comparación con la efímera duración de la vida humana. Pobre argumento en este caso. Hay ya millones de personas —muchas en África y el Mediterráneo— que están expuestas a unos fenómenos meteorológicos extremos, sequías, desertificaciones y pérdidas de biodiversidad que suponen en sí mismos un riesgo para la agricultura. Solo la responsabilidad personal, la de cada uno, puede contribuir a romper ese círculo vicioso.



Jamileth