Trascendental

Buscar el Rostro de Dios

2019-08-12

La expresión Rostro de Dios, no es nueva para cualquiera que haya profundizado un poco en la...

Por: Juan del Carmelo 

Buscar el Rostro de Dios es un camino necesario, que se debe recorrer con sinceridad de corazón y esfuerzo constante. Son estas, unas palabras de Juan Pablo II, en una homilía pronunciada el 13 de enero de 1999, en el aula Pablo VI en el Vaticano. La expresión Rostro de Dios, nos plantea varios interrogantes, así por ejemplo, uno puede preguntarse: ¿Qué diferencia hay entre buscar a Dios y buscar el Rostro de Dios? Desdeluego que la búsqueda de Dios, es un cometido propio de nuestra alma, pues Dios es un espíritu puro, al igual que lo es nuestra alma, creada por Él a su imagen y semejanza y es por medio de ella y no por medio de nuestro cuerpo, que es pura materia, como podemos encontrar al Señor, hablarle escucharles y amarle, funciones estas, para las cuales nuestro cuerpo no nos sirve de nada.

La expresión Rostro de Dios, no es nueva para cualquiera que haya profundizado un poco en la Biblia y por supuesto en los Evangelios, que forman parte de ella. Pero son dos distintas conclusiones a las que esta expresión, nos puede llevar acerca de la pregunta: de que es, o cual es el rostro de Dios. Hay aquí, una conclusión material y otra de orden espiritual. En el orden material los cristianos llevan 2000 años tratando de conocer como era la apariencia física del Rostro del Señor. Se han creado multitud de iconos representando el Rostro del Señor, pero sobre ninguno de ellos se podría asegurar que así era o no era, el rostro humano del Señor. Los artistas, tomando como modelos a personas, de caracteres físicos, lo más perfectas posible lograban encontrar, las escogían de modelo para representar al Señor o en su caso a Nuestra Señora, por lo que los iconos varían mucho en sus aspectos físicos, de acuerdo con los cánones de belleza que regían en la época en que se facturaban las pinturas. En la actualidad partiendo de las huellas impresas en la Sábana Santa depositada en Turín, se han digitalizado varios rostros, proyectando en tres dimensiones estas huellas. Entrando en internet, se pueden ver este rostro, si a algún lector le mueve la curiosidad.

La verdad, es que el hecho del que el Rostro del Señor, sea una imagen más o menos estéticamente agraciada, puede ayudar a determinadas personas, a fomentar en ellas el amor debido a Nuestro Señor. Pero lo importante, es que sean los ojos de nuestra alma, los que miren y contemplen la belleza de Nuestro Señor, que en ningún caso, radica en la materialidad de su aspecto físico como hombre, sino en la belleza infinita de su espíritu, que solo los ojos de nuestra alma pueden llegar a captar y valorar debidamente.

Como es de suponer, cuando Juan Pablo II nos incita a buscar el Rostro de Dios, no se esta refiriendo al rostro material o aspecto de su cara, sino a algo mucho mas importante y transcendente como es el Rostro del Espíritu de Dios. En el A.T. aparece el vocablo rostro 296 veces, muchas de ellas haciendo alusión al brillo o luz del Rostro de Dios, Así en el Pentateuco se nos dice: “El Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. (Nm 6,25-26). Aquí indirectamente, se nos marca una de las cualidades del Rostro de Dios, cual es la de la luz que emana de Él. Esta luz divina, ahora a nosotros nos es directamente inaccesible y por ello San Juan, el discípulo amado, escribe: “A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito que está en el seno del Padre, ese le ha dado a conocer”. (Jn 1,18).

Pero nosotros estamos llamados a buscarle y así en los salmos, en el número 27 de ellos, se puede leer: “Mi corazón sabe que dijiste: Busquen mi rostro. Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí. No alejes con ira a tu servidor, tú, que eres mi ayuda; no me dejes ni me abandones, mi Dios y mi salvador. Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá. Indícame, Señor, tu camino y guíame por un sendero llano”, (Sal 27,8-11). Y no solo estamos llamados a buscar y contemplar, sino a lo que es más importante a ser reflejo de ella, de esa Luz divina que emana del Rostro de Dios. Así San Juan nos dice: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. (1Jn 3,2). Todo esto, nos ha de llevar a considerar que en el momento de nuestra muerte, el velo de la fe que todos tenemos con mas o menos transparencia, no se rasga totalmente, la fe no desaparece de inmediato convirtiéndose en evidencia, excepto para las almas que directamente son introducidas al instante, en la gloria de la visión del Rostro de Dios. Para las que sientan la necesidad de ir previamente al purgatorio la fe subsiste todavía aunque parcialmente.

El alma humana, que no llegue a superar la prueba de amor a la que aquí nos encontramos convocados, jamás podrá contemplar el Rostro de Dios y por supuesto la luz que de Él emana y su participación en los bienes que de ella también emanan. Esta luz divina, es una luz espiritual de amor, que nada tiene que ver con la luz material que el astro sol nos proporciona diariamente, o la luz emitida por el fuego material, que a su vez nada tiene que ver con el fuego de carácter espiritual. Los que al final de su vida no hayan escogido esta Luz de amor, lo suyo serán eternas tinieblas.

En los Evangelios, hay un pasaje muy revelador, en el que el Señor, pone de relieva la importancia que tiene la visión del Rostro de Dios, que solo puede ser contemplado y reflejado, por un alma humana o ser angélico ya glorificado. En este sentido dice el Señor: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”. (Mt 18,10). Si pensamos como seres humanos que somos, enseguida nos preguntamos: ¿Cómo es posible estar viendo constantemente el Rostro de Dios y al mismo tiempo, estar cuidando cada uno de ellos de su protegido? Si tenemos presente las cualidades de un cuerpo ya glorificado, vemos enseguida que esto es lo lógico y no nos puede extrañar.

La continua contemplación del Rostro de Dios, no le priva al alma glorificada de realizar, cualquier otra actividad celestial que le pueda apetecer, aunque esto no debemos de encuadrarlo mentalmente dentro del parámetro tiempo, que para una alma que ya ha salido de este mundo es inexistente, cualesquiera que haya sido su destino final. En la contemplación del Rostro de Dios, sus infinitas cualidades se reflejarán siempre, en el alma glorificada.


 



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