Reportajes

Regreso a Chiapas 25 años después de insurrección zapatista

2019-08-27

Veinticinco años después, regresé a Chiapas para una clase muy distinta de...

Por ANITA SNOW

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, México (AP) — Fuimos a las poblaciones de montaña en el estado sureño de Chiapas y nos encontramos de plano con las secuelas de un enfrentamiento del ejército con rebeldes armados.

Era el 2 de enero de 1994, y la Associated Press me había enviado junto con un fotógrafo a investigar los informes de una insurrección en la ciudad de San Cristóbal de las Casas. En las afueras, nos estremecimos al ver los cuerpos de 14 rebeldes tendidos sobre una ladera de hierba y el camino de dos carriles.

Veinticinco años después, regresé a Chiapas para una clase muy distinta de viaje, recorriendo un camino sinuoso de montaña junto a la ladera que había sido escenario de tanta sangre derramada.

Durante la visita, hace algunos meses, vería por fin las cascadas y pirámides que no tuve tiempo de visitar durante los días turbulentos de la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Y esta vez iba con mi novio, en su primera visita a una de las regiones más pródigas de México.

Después de instalarnos en el hotel boutique La Joya en San Cristóbal, contratamos un tour con una empresa local y subimos a una miniván con otros turistas.

Tras un trayecto sinuoso de varias horas por la ruta principal del estado, pasando por pequeñas poblaciones y vegetación selvática, llegamos a las cascadas de las que tanto me habían hablado durante mis viajes como reportera un cuarto de siglo antes: Agua Azul y Misol Ha.

Agua Azul, cuyo nombre se debe al color turquesa del agua provocado por su contenido mineral, es una serie de cascadas, algunas de casi seis metros de altura, en lo profundo de la selva. La espectacular Misol Ha es muy distinta, una sola cascada de 35 metros que cae a una laguna rodeada por la vegetación tropical.

Luego de varias horas más en la miniván llegamos a las ruinas mayas de Palenque, una ciudadela del siglo VII rodeada de árboles centenarios: cedros rojos, zapotes y caobas. A la distancia se escuchaban los gritos de los monos aulladores, y los muros de piedra cubiertos de vegetación evocaban las viejas películas de Indiana Jones.

Regresamos ya entrada la noche a San Cristóbal y a La Joya, un elegante hotel regentado por una pareja estadounidense que ha recibido elogios por sus opíparos desayunos y su amable atención.

Al día siguiente hicimos el breve viaje a la iglesia de muros encalados en San Juan Chamula, donde se combinan antiguos ritos indígenas con la fe cristiana. Las familias se sentaban sobre el piso de tierra cubierto de agujas de pino, encendían grandes cirios sujetos al suelo con cera derretida, bebían copas de licor de caña de azúcar y sacrificaban pollos vivos en ceremonias de sanación.

Paseando por San Cristóbal, vi la misma ciudad que había conocido en mis viajes como reportera: solo había más tiendas de las grandes cadenas, más edificios en la periferia y muchos autos nuevos en las calles.

En una esquina de la plaza principal aún se alzaba el hotel Santa Clara, de muros color naranja, donde se alojaron muchos periodistas que cubrían la insurrección y las posteriores conversaciones de paz en 1994. El hotel La Joya donde nos alojamos ahora estaba oculto discretamente detrás de un muro, sin un cartel en Real de Guadalupe que delatara su presencia.

Cerca de allí se encuentra la catedral construida alrededor de 1528 donde el entonces obispo Samuel Ruiz, ahora fallecido, sirvió de mediador en las primeras conversaciones entre el gobierno y los rebeldes que tomaron el nombre del líder revolucionario Emiliano Zapata. Esta vez la catedral estaba cerrada para reparaciones después de un terremoto.

Ahora como entonces, en el mercado frente al convento de Santo Domingo mujeres indígenas vendían collares y aretes de plata y ámbar, así como pilas de telas coloridas. Eran menos los mayas que llevaban la vestimenta tradicional, aunque muchas mujeres mayores vestían las blusas bordadas llamadas huipiles.

Y en todas partes había señales de que los mayas en uno de los estados más pobres y aislados del país mantienen el espíritu independiente y rebelde en la ciudad que lleva el nombre de fray Bartolomé de las Casas, un dominico del siglo XVI y el primer obispo residente de Chiapas, que escribió sobre las atrocidades cometidas por los colonos españoles a los pueblos indígenas.

“Basta de terrorismo de estado”, dice una de varias consignas desafiantes pintadas en un muro lateral de la alcaldía, que los zapatistas tomaron durante su insurrección hace 25 años.



Jamileth

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