Atrocidades

Mugabe: de libertador a opresor

2019-09-06

Confinado durante los años que le quedaban de vida entre Singapur, donde recibía...

Por MacDonald Dzirutwe y Ed Cropley | Reuters

Robert Mugabe fue el héroe de la liberación africana y campeón de la reconciliación racial cuando llegó al poder por primera vez en Zimbabue, una nación dividida por casi un siglo de dominio colonial blanco.

Casi cuatro décadas después, muchos en el país y en el extranjero lo denunciaron como un autócrata obsesionado por el poder dispuesto a soltar escuadrones de la muerte, amañar elecciones y destrozar la economía en su implacable ansia por el control.

Mugabe, que murió en Singapur a la edad de 95 años, fue finalmente expulsado por sus propias fuerzas armadas en noviembre de 2017.

Demostró su tenacidad —algunos dirían terquedad— hasta el final, negándose a aceptar la expulsión de su propio partido ZANU-PF y aferrándose al cargo durante una semana hasta que el Parlamento comenzó a impugnarlo tras lo que en la práctica fue un golpe de Estado.

Su renuncia desencadenó grandes celebraciones en todo el país, que cuenta con 13 millones de habitantes. Para Mugabe, fue un acto “inconstitucional y humillante” de traición por parte de su partido y su pueblo, y le hundió en la desolación.

Confinado durante los años que le quedaban de vida entre Singapur, donde recibía tratamiento médico, y su enorme mansión “Blue Roof” en Harare, un Mugabe enfermo sólo podía observar desde lejos el escenario político en el que antaño fue protagonista. Nunca le abandonó la amargura por la forma de su salida.

En vísperas de las elecciones de julio de 2018, las primeras sin él, dijo a los periodistas que votaría por la oposición, algo impensable sólo unos meses antes.

Educado y urbanita, Mugabe tomó el poder en 1980 después de siete años de una guerra de liberación y fue —hasta la toma del poder por el ejército— el único líder que había tenido Zimbabue, antes Rodesia, desde su independencia de Reino Unido.

Pero a medida que la economía se desmoronaba a partir del año 2000 y mermaba su salud mental y física, Mugabe encontraba menos personas en las que confiar, mientras trataba de allanar el camino a la sucesión de su esposa Grace, cuatro décadas más joven que él y a quien sus críticos conocían como “Gucci Grace”, por su supuesta afición a las compras de artículos de lujo.

“Es el final de un capítulo muy doloroso y triste en la historia de una nación joven, en el que un dictador, al envejecer, entregó su corte a una banda de ladrones en torno a su esposa”, dijo a Reuters Chris Mutsvangwa, líder de los influyentes veteranos de la guerra de liberación de Zimbabue, tras la expulsión de Mugabe.

“UNA JOYA”

Nacido el 21 de febrero de 1924, en una misión católica cerca de Harare, Mugabe fue educado por sacerdotes jesuitas y trabajó como maestro de escuela primaria antes de ir a la Universidad de Fort Hare en Sudáfrica, entonces un caldo de cultivo para el nacionalismo africano.

Volviendo al territorio entonces conocido como Rodesia en 1960, entró en la política, pero fue encarcelado durante una década cuatro años más tarde por oponerse al dominio blanco.

Cuando su hijo pequeño murió de malaria en Ghana en 1966, a Mugabe se le negó la libertad condicional para asistir al funeral, una decisión del Gobierno del líder de la minoría blanca Ian Smith que, según los historiadores, desempeñó un papel en la explicación de la amargura posterior de Mugabe.

Después de su liberación, subió a la cima del poderoso Ejército de Liberación Nacional Africana de Zimbabue, conocido como la “guerrilla del hombre pensante” por sus siete licenciaturas, tres de las cuales obtuvo entre rejas.

Más tarde, mientras aplastaba a sus enemigos políticos, se jactó de otro título: “licenciatura en violencia”.

Tras el final de la guerra en 1980, Mugabe fue elegido primer ministro negro del país.

“Has heredado una joya en África. No lo manches”, le dijo el presidente de Tanzania, Julius Nyerere, durante las celebraciones de la independencia en Harare.

Inicialmente, Mugabe ofreció perdón y reconciliación a antiguos adversarios extranjeros y nacionales, incluido Smith, que permaneció en su granja y siguió recibiendo una pensión del Gobierno.

En sus primeros años, presidió una economía en auge, gastando dinero en carreteras y presas y ampliando la escolarización de los zimbabuenses negros como parte de un desmantelamiento generalizado de la discriminación racial de la época colonial.

Con la disminución de la tensión entre blancos y negros, a mediados de la década de 1980 muchos blancos que habían huido a Reino Unido o Sudáfrica, entonces todavía bajo el yugo del apartheid, estaban tratando de volver a sus hogares.

SIN RIVALES

Pero no pasó mucho tiempo antes de que Mugabe comenzara a reprimir a los contrincantes, incluido su rival en la guerra de liberación, Joshua Nkomo.

Ante una revuelta a mediados de los años ochenta en la provincia occidental de Matabeleland, de la que culpó a Nkomo, Mugabe envió unidades del ejército entrenadas por Corea del Norte, lo que provocó una protesta internacional por las supuestas atrocidades cometidas contra civiles.

Organizaciones humanitarias dicen que murieron 20,000 personas, la mayoría de ellas de la tribu minoritaria Ndebele, de la que procedían en gran medida los partidarios de Nkomo. El descubrimiento de fosas comunes dio lugar a acusaciones de genocidio.

Después de dos mandatos como primer ministro, Mugabe reforzó su control del poder cambiando la constitución y se convirtió en presidente en 1987. Su primera esposa, Sally, a quien muchos veían como la única persona capaz de detenerlo, murió en 1992.

A finales de la década se produjo un punto de inflexión cuando Mugabe, que ya no estaba acostumbrado a atender la voluntad del pueblo, sufrió su primera derrota importante a manos de los votantes, en un referéndum sobre otra constitución. Culpó de la derrota a la minoría blanca, a la que calificó de “enemigos de Zimbabue”.

Días después, una oleada de ira negra por el lento ritmo de la reforma agraria comenzó a desbordarse y pandillas de zimbabuenses negros que se autodenominaban veteranos de guerra comenzaron a invadir las granjas de los blancos.

La respuesta de Mugabe fue inflexible, calificando las invasiones como una corrección de las injusticias coloniales.

“Quizás cometimos un error al no terminar la guerra en las trincheras”, dijo en 2000. “Si los colonos hubieran sido derrotados por el cañón de un arma, quizás no estaríamos teniendo los mismos problemas.”

Las expropiaciones agrícolas contribuyeron a arruinar una de las economías más dinámicas de África, con un desplome de los ingresos agrícolas en divisas que desencadenó la hiperinflación.

La economía se contrajo en más de un tercio entre 2000 y 2008, lo que provocó una tasa de desempleo superior al 80 por ciento. Varios millones de zimbabuenses huyeron, la mayoría a Sudáfrica.

Haciendo caso omiso de las críticas, Mugabe se presentaba a sí mismo como un nacionalista africano radical que competía contra las fuerzas racistas e imperialistas en Washington y Londres.

TOCANDO FONDO

El país tocó fondo en 2008, cuando una inflación de 500,000 millones por cien impulsó a la gente a apoyar el desafío del exdirigente sindical Morgan Tsvangirai, apoyado por Occidente.

Al enfrentarse a la derrota en una segunda vuelta presidencial, Mugabe recurrió a la violencia, obligando a Tsvangirai a retirarse después de que decenas de sus partidarios fueran asesinados por matones del ZANU-PF.

Sudáfrica, vecino de Zimbabue por el sur, forzó a los dos a formar una coalición de unidad precaria, pero el arreglo ocultaba el control del poder de Mugabe a través de su continuo control del ejército, la policía y los servicios secretos.

A medida que la vejez ganaba terreno y se intensificaban los rumores sobre el cáncer, disminuyó su animosidad hacia Tsvangirai y los dos hombres disfrutaron de reuniones semanales con té y bollos, una tradición que mostraba el gusto de Mugabe por algunas tradiciones británicas.

En vísperas de las elecciones de 2013, Mugabe rechazó las críticas de autocracia y comparó su relación con Tsvangirai con un enfrentamiento en el ring. “Aunque boxeamos, no es tan hostil como antes”, dijo a los periodistas.

Mientras hablaba, los agentes de Mugabe estaban ocupados ultimando los planes para conseguir una victoria electoral mediante la manipulación del censo electoral, según los partidarios de Tsvangirai.

Era típico de Mugabe su capacidad para pensar más rápido que sus oponentes -y, cuando era necesario, golpear rápido que ellos-, un rasgo que despertó el respeto de sus críticos más severos.

En un cable de 2007 publicado por WikiLeaks, el entonces embajador de Estados Unidos en Harare Christopher Dell reflejaba las opiniones de muchos: “Al César lo que es del César, es un estratega brillante.”



Jamileth

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