Mercados Bursátiles

Aramco: el gigante saudí hace saltar la caja

2019-12-08

Pese al revés encajado en su primer intento por salir a Bolsa, a la petromonarquía le...

Ignacio Fariza, El País

El calendario siempre es caprichoso. Justo cuando los líderes mundiales tratan de buscar una salida al laberinto de la crisis climática en el marco de la COP25 —la cumbre mundial que se celebra estos días en Madrid—, los funcionarios saudíes apuran las horas para sacar lustre a la campana de la Bolsa de Riad para que la petrolera más grande del mundo, Saudi Aramco, protagonice el mayor estreno bursátil hasta ahora. “La historia”, escribió hace casi un siglo el poeta y dramaturgo Bertolt Brecht, “ama las paradojas”. Esta es potente: con los gigantes del sector en el punto de mira y tratando de emprender una reconversión —y un lavado de cara— inclinándose hacia las renovables, y con aseguradoras como la francesa Axa tratando de desligar su nombre de los combustibles fósiles, Aramco, la empresa que más ha contribuido a las emisiones de gases de efecto invernadero en las cinco últimas décadas, busca el favor de los inversores.

No lo tendrá fácil, pese a haber rebajado sus propias expectativas. La primera tentativa de salir al mercado, iniciada hace más de tres años también bajo la batuta del príncipe heredero Mohamed Bin Salmán, se saldó con un sonoro portazo del gran capital, que veía muy alta su valoración y acabó forzando su aplazamiento. Hoy, con el folleto de emisión ya impreso, el precio por acción fijado y la próxima semana como fecha para el toque de campana, la sensación generalizada es de que Riad, sencillamente, no puede permitirse otro fiasco. El plan pasa por sacar al mercado el 1,5% del capital de la gran joya de la corona saudí —lejos del 5% que consideraron en la primera intentona—, un coloso que bombea por sí solo la décima parte del crudo que se consume en el mundo, que tiene en la siempre pujante Asia emergente a su principal cliente y que empequeñece a cualquier compañía que trate de compararse con ella de tú a tú.

Ante la duda, agregue ceros a la derecha y no fallará: con solo 76,000 empleados, casi la mitad que Apple, Aramco declaró el año pasado un beneficio de 111,000 millones de dólares (algo más de 100,000 millones de euros), casi el doble que la todopoderosa firma de la manzana. Bombeó 10 millones de barriles diarios, una cifra que merece contexto: únicamente tres países (EE UU, Rusia y Arabia Saudí) y una compañía (la propia Aramco) pueden medir en doble dígito los millones de barriles que producen cada día. Y cualquier movimiento —al alza o a la baja— en su producción es capaz de zarandear el mercado del crudo, aún alimento de la gran maquinaria productiva global y gran obs­táculo en la lucha contra el calentamiento.

Pese al revés encajado en su primer intento por salir a Bolsa, a la petromonarquía le urge la venta de su mayor activo, del que mantendrá, no obstante, el 98,5% del capital y un control total en la toma de decisiones. Obstáculos al margen, aquí los números también abruman: será la mayor salida a Bolsa de la historia, relegando la de la china Alibaba en un ya lejano 2014; y supondrá la entrada del país más potente del golfo Pérsico en el libro Guinness de los récords de la economía.

Carburante político

Hasta ahí la pompa y el boato. Vuelta a la realidad: Riad necesita ingresos extraordinarios y los necesita pronto, para cuadrar unas cuentas públicas que atraviesan su peor momento, con la balanza fiscal en negativo por quinto año consecutivo y que en 2020 rozará los 50,000 millones de dólares de déficit (más de 45,000 millones de euros; el 6,5% el PIB). Para salir de números rojos sin nuevos ingresos extraordinarios necesitaría que el barril de Brent vuele por encima de los 80 dólares, casi una quimera hoy, cuando a duras penas supera los 60. “Incluso después de la salida a Bolsa de Aramco y dada la intención de mantener la deuda pública por debajo del 30% [cerrará el año solo siete puntos por debajo de este umbral, según el FMI], Arabia Saudí necesita precios altos del crudo para hacer mover su economía. Al menos, hasta que pueda diversificarse”, apunta Oswald Clint, de Bernstein Research, en referencia al ambicioso plan de inversiones que quiere poner en marcha el país del Golfo de aquí a 2030.

El primer comodín para asegurar una salida más o menos airosa al parqué serán los inversores locales, entre ellos algunas de las familias señaladas por el propio heredero por supuesta corrupción en una potente purga de la que ahora se cumplen dos años. Riad ha puesto toda la carne en el asador, con la banca nacional redoblando las ventajas financieras —con tasas de interés cero a tres meses— para que sus ciudadanos puedan comprar acciones a crédito y el regalo de una acción por cada 10 compradas a título individual siempre y cuando se cumpla un compromiso de permanencia de al menos 180 días en el valor. La segunda muleta descansa en sus aliados regionales: Kuwait, que prepara la chequera de dinero público para entrar con 1,000 millones de dólares en el capital de Aramco, y Abu Dhabi, que aportará otros 1,500. Dos empujones nada despreciables para una operación diseñada por y para el mercado local y regional ante el escaso apetito exterior. La fase internacional, de llegar, tendrá que esperar.

Más allá de lo puramente recaudatorio, el inicio de cotización de Aramco es, también, una forma de desligar el rumbo de Arabia Saudí —aunque solo parcialmente— de un sector abocado a una tendencia inequívocamente en declive.

Adictos a la energía sucia

Su dependencia es especialmente significativa, con 5 de los 10 mayores campos petroleros del planeta en su territorio y casi el 90% de las exportaciones y más del 40% del PIB bailando al cambiante son del mercado del crudo. “Somos adictos [al petróleo]. Es peligroso: ha retrasado el desarrollo de otros sectores”, reconocía el propio Bin Salmán cuando anunció los primeros planes de salida a Bolsa de Aramco en un ya lejano 2016, antes de recibir el jarro de agua fría del mercado y cuando los planes de venta eran mucho más ambiciosos: hoy no le queda otra que conformarse con cotizar en el índice local, el Tadawul. El tiempo apremia.

Con todo, Aramco juega con unas cartas que ya quisiera para sí la competencia. La promesa a los inversores es clara: participar, si acaso mínimamente, de una actividad que ha llevado al reino del desierto a más que duplicar su renta per cápita en menos de tres décadas, con un dividendo nunca inferior a 75,000 millones de dólares al año en el próximo lustro —una cifra enorme, como todas las que rodean a la estatal saudí, pero que desluce si se calcula en términos relativos: 4% de rentabilidad anual, por debajo de otras firmas del sector—, la certeza de que tiene uno de los costes de extracción más bajos del mundo y de que cuenta con unas reservas vastísimas, equivalentes a la suma de las 12 firmas que le suceden en la clasificación de las mayores petroleras del mundo: de la estadounidense Exxon a la rusa Rosneft, pasando por la china Sinopec. Ninguna le tose. Ni de lejos.

Pocos dudan de que los mejores años del sector han pasado ya y de que invertir en energías fósiles es, además de éticamente discutible —la presión medioambiental no dejará de aumentar sobre sus hombros—, financieramente arriesgado. Los motivos para dudar de su salud futura se imponen por su propio peso: el avance de la electrificación, el abaratamiento de las baterías y la eficiencia en el transporte adelantarán el pico de demanda de petróleo a mediados de la década de 2030, unos años antes de lo que se preveía, según los últimos cálculos de la Agencia Internacional de la Energía.

Las grandes de la industria, en fin, se van convirtiendo poco a poco en un pesado legado más del siglo XX y nada hace presagiar un horizonte en el que el precio del crudo vuelva al triple dígito, como a principios de la década que está a punto de echar el telón. “Aun así, hay que tener en cuenta la gran ventaja de Aramco: tienen, por mucho, el petróleo más barato del mundo y serán los últimos en sacar crudo”, apunta Gonzalo Escribano, director del programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano. “En los lugares más baratos de extracción por fracking en EE UU, el coste ronda los 40 dólares por barril. Ellos, en cambio, están extrayendo a seis dólares. Si hay una petrolera, es esta”.

El fin de la adicción al crudo como única vía posible para reducir la huella global de carbono no es, sin embargo, el único nubarrón en el futuro de un sector en el que la competencia no ha dejado de crecer, con cada vez más actores compitiendo en la gran liga petrolera mundial. Septiembre fue el primer mes desde 1978 en el que Estados Unidos, hasta hace no tanto el gran glotón mundial de crudo, pasó —gracias a la fracturación hidráulica— a ser exportador neto. Brasil (que con los hallazgos de los últimos años ha incrementado en un 40% sus bombeos en la última década), Canadá (+60%) y hasta Kazajistán (+30%) se han sumado a una fiesta que tiene fecha de caducidad, conscientes, quizá, de que todas las reservas que no extraiga en los próximos años quedarán bajo la tierra o bajo el agua. Incluso con Venezuela —el país con los mayores yacimientos, por delante de la propia Arabia Saudí— en barrena, México fuera de juego y Oriente Próximo en permanente tensión —de las que los recientes ataques a instalaciones de la propia Aramco son testigo—, el mundo se aproxima a una avalancha de combustibles que mantendrá los precios a raya.

Riesgos dentro y fuera

“La salida a Bolsa de Aramco también arroja una luz incómoda y brillante sobre la desaceleración de la demanda de crudo”, subrayan los analistas de Bloomberg en un estudio reciente. “Arabia Saudí puede estar considerando que es mejor seguir adelante ante la perspectiva de que el precio del petróleo siga bajando”. Hay, además, una serie de “riesgos que hacen que, claramente, Aramco no sea una opción para todos los inversores: los recientes ataques a sus instalaciones en Abqaiq han subrayado su potencial vulnerabilidad ante el riesgo geopolítico y, aún más importante, las políticas que buscan limitar las emisiones de carbono pueden impactar negativamente en la demanda y el precio del crudo a largo plazo”, zanjan desde el departamento de análisis de Bernstein.

Aramco acarrea, además, un considerable retraso en un proceso de diversificación que, a diferencia de otros gigantes mundiales del sector, pasa más por añadir fases de la cadena de suministro de carburantes que por una transición hacia las renovables, llamadas a ser centro de gravedad global del sector energético en los próximos años. Mientras buena parte de las petroleras occidentales, con Shell, BP y Repsol a la cabeza, han redirigido su actividad —con más o menos ímpetu y más o menos éxito, el tiempo dirá— hacia la generación de energía limpia, el camino trazado por la firma saudí pasa por crecer en el sector del refino —en 2030 casi duplicará su capacidad actual: de cinco millones de barriles a entre ocho y diez— y los petroquímicos, donde triplicará su producción en la próxima década.

El cambio de 180 grados en la estrategia de buena parte de su competencia se queda en un mero giro de 90 grados en los cuarteles generales de Dhahran (costa este saudí, frente a Bahréin). Aramco, como prueban las cuentas de la primera mitad del año, en las que la debilidad en la cotización del Brent y el Texas derivó en un recorte del 12% del beneficio neto, seguirá dependiendo, y mucho, de los precios internacionales del crudo.

Cuando el petróleo, la materia prima por excelencia desde la II Revolución Industrial, está de por medio, una operación a priori puramente empresarial trasciende de lo económico para adentrarse en el siempre intrincado terreno de lo geopolítico. Con su todavía inmenso poder de influencia en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Arabia Saudí ha movido ficha esta semana para asegurarse de que el cartel que lidera —y que bombea el 40% de la oferta global— siga limitando el suministro y oferta con nuevos recortes. Con la extensión del pacto hasta, al menos, mediados del año que viene —un paso que la consultora de riesgos Eurasia vincula directamente con un intento por sostener la valoración de Aramco—, Riad se asegura un tramo inicial de cotización lo más tranquilo posible. A partir de entonces, y con todas las alarmas climáticas activadas, todo está en el aire.

Un país señalado por violaciones de derechos humanos

Los constantes señalamientos sobre el régimen de Riad por torturas y otras violaciones de los derechos humanos no han puesto las cosas fáciles a Aramco. En primer lugar, porque Arabia Saudí —muy especialmente desde el asesinato del periodista Jamal Khashoggi— está en el punto de mira de la plana mayor de organizaciones internacionales del ramo y los inversores —al menos sobre el papel— tienden a esquivar no solo los riesgos financieros sino también los reputacionales. En segunda instancia, y quizá más importante, porque supone una importante barrera en el momento en el que decida ir más allá de la Bolsa local y trate de acceder a los parqués internacionales, mucho más rigurosos en el escrutinio de todos los aspectos de una empresa. También en lo tocante a los derechos humanos: la ley estadounidense, por ejemplo, faculta a las víctimas de terrorismo a demandar a instituciones extranjeras vinculados a los ataques. Un extremo que, recuerdan los analistas de Bloomberg, podría derivar en un litigio contra la petrolera.



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