Mensajería

Páginas de un diario

2020-01-15

Los ojos del alma miran hacia dentro. Hay alegría por un gesto bueno, por ese sacrificio en...

Por: P. Fernando Pascual, LC 

Fue un día que parecía corriente, normal. Arriba, una estrella, con su luz vieja, de cientos de años, no dejaba de brillar y de sorprenderme.

Abajo, los baches de la calle. Algunos, con restos de agua de la lluvia. Otros cubiertos de hojas de los árboles. En las esquinas, la basura tirada por desaprensivos.

Los ojos del alma miran hacia dentro. Hay alegría por un gesto bueno, por ese sacrificio en el que pude dar algo de mí mismo a otros.

Pero también hay pena. Porque tantas veces el egoísmo triunfó. Porque no seguí buenos deseos y me dejé atrapar por mis miedos.

Hay momentos en los que vemos la propia vida como un cuadro impresionista. Brochazos que parecen sin sentido. Manchas dispersas que desagradan a primera vista.

Luego, a distancia, se percibe el conjunto. Puede gustar o desagradar. En ocasiones, resulta muy difícil descubrir el resultado final de tantos hechos.

Quisiera borrar actos vergonzosos, traiciones a amigos, perezas que impidieron a mis brazos y a mis piernas ayudar a quienes pedían auxilio.

Quisiera que hubiera más brochazos luminosos, desde pinceladas de amor que me sacaron de mí mismo y alegraron la vida de un familiar o de alguien que se cruzó por mi camino.

No sé cuánto tiempo me quedará de vida. La sangre de mis venas sigue su flujo interrumpido, mientras mi corazón bombea con fuerza hasta las esquinas más remotas de los dedos.

En cambio, sí sé que desde una mirada al cielo puedo descubrir que, más allá de esa estrella vieja, existe un Dios que todavía confía en mí y me anima a hacer cuanto antes un gesto de amor a quien lo necesita.



regina