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Retos para 2020

2020-01-15

La UE tiene muchos frentes abiertos en 2020 y es difícil acertar el acontecimiento...

Política Exterior

Nuevo año, nueva década y nueva Comisión para afrontar  los retos y tareas pendientes de una Unión Europea amenazada por tensiones externas (la rivalidad China-Estados Unidos) e internas (una falta de consenso respecto a lo que quiere ser en el futuro). La cuestión, en primer lugar, es identificar estos asuntos. Preguntamos a diferentes expertos cuáles dominarán la agenda europea en 2020.


Nacho Alarcón | Corresponsal de El Confidencial en Bruselas

La UE tiene muchos frentes abiertos en 2020 y es difícil acertar el acontecimiento más relevante, aunque mi apuesta sigue siendo por el Brexit. A partir de febrero, dará comienzo la negociación del futuro acuerdo entre la Unión y Reino Unido, con unos primeros meses absolutamente claves: la fecha límite para pedir una extensión del periodo transitorio (que finaliza el 31 de diciembre de 2020) es el 1 de julio, seguramente la fecha más determinante de 2020. En la Comisión Europea no tienen demasiadas razones para creer que Boris Johnson vaya de farol cuando dice que no pedirá una prórroga. Por eso los próximos meses serán un esfuerzo europeo por convencer a Londres de que dé ese paso. Si finalmente no lo piden, la segunda mitad del año consistirá en gestionar los efectos tremendamente negativos de un acuerdo comercial de mínimos, que es lo único a lo que se puede aspirar en diciembre de 2020.

Si Bruselas convence a Johnson y hay prórroga del periodo transitorio, la presión se reducirá y la segunda mitad del año se podrá dedicar a otros asuntos pendientes coincidiendo con la presidencia alemana del Consejo de la UE, la última de Angela Merkel. Los diplomáticos alemanes prometen una agenda cargada y mucha actividad. Al mismo tiempo, desde diciembre se negocia a contrarreloj el Marco Financiero Plurianual (2021–27) para el que se empieza a agotar el tiempo de negociación. Se espera que en febrero se celebre una cumbre extraordinaria que puede ser clave.


Laura Ballarín | Secretaria de Política Europea e Internacional del PSC

El 2020 empieza marcado por la oficialización del divorcio entre Reino Unido y la UE, casi cuatro años después del referéndum que dijo “sí” al Brexit. Se ha utilizado demasiado tiempo, esfuerzo y recursos para lograr el mejor acuerdo de retirada posible (o el menos malo) para ambos lados, y ahora es momento de que se vote y apruebe en ambos Parlamentos, y se pueda iniciar una nueva fase –que no será fácil ni corta– para establecer las bases de las nuevas relaciones.

A nivel de política, la agenda europea de este año estará marcada por la agenda verde con el desarrollo del Pacto Verde Europeo y del Mecanismo de Transición Justa. La nueva Comisión Europea quiso iniciar su mandato con una clara señal: la UE quiere estar en la vanguardia de la lucha contra la emergencia climática global, pero quiere hacerlo de manera justa, sin penalizar a aquellas regiones o ciudadanos más vulnerables. Un reto enorme del cual depende nuestra supervivencia.

Pero el acontecimiento que puede marcar más el futuro de la agenda europea del futuro no va a ocurrir en Europa, sino en EU con sus elecciones presidenciales de noviembre. De sus resultados va a depender que estos últimos años de desacuerdos entre la UE y EU en valores, intereses y respeto al orden liberal global sean un paréntesis en la historia, o se consolide para siempre el enfriamiento de las relaciones transatlánticas, con las enormes consecuencias que ello tiene.


Belén Becerril | Subdirectora del Instituto Universitario de Estudios Europeos

¿Brexit. What else?

Creo que 2020 será recordado, en la historia de la integración europea, por la primera retirada de un Estado miembro. Una novedad en un proceso que hasta ahora se había caracterizado, a pesar de las sucesivas crisis, por el crecimiento progresivo de sus competencias y del número de Estados miembros.

Tras la aprobación del Acuerdo de Retirada por una mayoría de 99 votos en la Cámara de los Comunes, Reino Unido dejará la Unión, con toda probabilidad, el 31 de enero. La incertidumbre política se ha despejado. Sin embargo, lejos de quedar atrás, el Brexit seguirá marcando la agenda europea a lo largo de todo el año. Las negociaciones se reanudarán, con mucho más en juego y un calendario, si cabe, más apremiante que en el pasado.

En realidad, el acuerdo de retirada, que ha dado lugar a la batalla campal de los últimos años, tan solo abordaba tres asuntos que la Unión insistía en solventar inicialmente: el estatuto de los ciudadanos, el compromiso financiero británico y la frontera norirlandesa. Todo lo demás está por negociar: comercio de bienes, servicios, pesca, protección de datos, investigación, seguridad… La Unión insiste en que un acuerdo de libre comercio sin cuotas ni aranceles requiere que se garantice la competencia leal –a level playing field–. El gobierno británico, sin embargo, difícilmente aceptará un alineamiento dinámico con la legislación europea.

Si Reino Unido no solicita una nueva prórroga del período transitorio por uno o dos años (cosa que solo podría hacer antes del 1 de julio), las partes deberán alcanzar un acuerdo, a más tardar, en octubre, de modo que dispongan de dos meses para culminar el proceso de ratificación. Solo así el acuerdo podrá entrar en vigor cuando, el 31 de diciembre, finalice el periodo transitorio. Tan solo unos meses…  y, de nuevo en el horizonte, la amenaza del precipicio. Tenemos Brexit para rato.


Carme Colomina | Investigadora en Cidob (Barcelona Centre for International Affairs

Es difícil centrarse en un solo acontecimiento en esta UE post-Brexit que debe arrancar nueva agenda comunitaria y reafirmarse internacionalmente en plena transición interna –cuando no competición– por el liderazgo y la visibilidad en política exterior. Sin embargo, entre los retos a corto plazo figura la negociación del próximo presupuesto comunitario –el marco financiero plurianual 2021-27–, que debe concluir este año. Un nuevo ejercicio de tacañería, alterado ahora por la salida de Reino Unido y por la intención de incluir, por primera vez, la idea de “condicionalidad” en los fondos estructurales, que permitiría suspender temporalmente la aportación comunitaria a aquellos Estados Miembros que violen el estado de derecho. La UE quiere instrumentos de presión sobre aquellos gobiernos –Hungría, Polonia, Malta, Rumania…– donde se demuestre que no se respetan los derechos fundamentales. A propuesta de la Comisión, y con el apoyo de Alemania, la idea se ha ido asentando en detrimento de voces más críticas convencidas de que una congelación de fondos destinados al desarrollo económico penalizaría no solo a los gobiernos, sino también a la ciudadanía de estos países.

Históricamente, de cada negociación presupuestaria se ha salido siempre, como mínimo, con rasguños y frustraciones. Si a ello sumamos los temores que levantan ciertos aspectos de la agenda verde y digital de la Comisión, como por ejemplo el plan de descarbonización que preocupa a Polonia, Hungría o República Checa, nuevos frentes políticos y geográficos se vislumbran ya en este horizonte cercano.


Jeremy Cliffe | Director de international en the New Statesman

Estoy tentado a argumentar que el acontecimiento más importante para la agenda europea este año sucederá lejos de las costas del continente: la elección presidencial en Estados Unidos. Donald Trump ha cambiado el debate europeo de todas las maneras posibles, especialmente forzando al continente a considerar la necesidad de una autosuficiencia geopolítica. Sea o no reelegido, la elección tendrá enormes consecuencias en el papel de la UE en su vecindario (respecto a Irán, Rusia y África del Norte) así como en sus amplias alianzas globales.

Pero, de hecho, un acontecimiento en el corazón de Europa será el más importante a largo plazo. En septiembre, europeos y chinos se reunirán en Leipzig (Alemania) durante la presidencia alemana de la UE. Será el intento de Angela Merkel para forjar una posición común europea respecto a China. Hasta ahora, Pekín ha bilateralizado con éxito las relaciones en un grado significativo: negociando individualmente con las capitales europeas y transformando la ventaja que le otorga su tamaño en una gran influencia en países como República Checa. Incluso la poderosa Alemania es propensa a este modo de actuar, como lo demuestra el debate actual en Berlín sobre si permitirle a Huawei construir la infraestructura de internet 5G.

Hasta ahora ha habido esfuerzos para crear un frente europeo más unido; por ejemplo, la nueva directiva de control de inversiones de la UE, para supervisar ciertas compras chinas de activos dentro de la Unión. Pero este esfuerzo no ha sido sistemático. El giro será fundamental para que Europa hable con una sola voz en un siglo marcado por una poderosa rivalidad militar, tecnológica y económica entre China y EU. La cumbre UE-China será el mejor test hasta la fecha para ver si Europa puede finalmente transformar un mundo G2 en uno G3.


Ruth Ferrero-Turrión | Profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense

Los retos a los que se enfrentará la UE durante el año que comienza serán muchos y variados. La nueva Comisión tiene en su hoja de ruta varios hitos, entre los que destacan el Green Deal o la transformación digital. Una vez se produzca la salida efectiva del Reino Unido a finales de enero veremos cuáles son, efectivamente, los pasos que sigue Bruselas. Varios serán los ámbitos en los que, en principio, se pretende avanzar.

En el ámbito económico comenzará la negociación sobre el marco financiero plurianual 2021-2027, que marcará parte de las agendas de las presidencias rotatorias, con pesos específicos muy distintos en el marco comunitario, Croacia y Alemania. Del resultado de esa negociación veremos quién gana cuotas de poder en el pulso existente entre, fundamentalmente, París y Berlín, con los países de Visegrado ganando cada vez un mayor peso en la UE.

Esta autodenominada Comisión geopolítica ya se ha enfrentado a su primera crisis, Irán. Por el momento, no se han observado grandes cambios en el modus operandi, ya que Bruselas continua intentando aplacar al gobierno de Teherán. Es decir, manteniendo operativo su supuesto poder normativo. Será quizás en este ámbito dónde la UE deberá tomar decisiones importantes que afectarán a su propia naturaleza. Esto es precisamente lo que se planteará en el Debate sobre el Futuro de Europa que está previsto que comience este mismo año. Dos almas conviven en esta Unión: la más apegada a la modernidad y la necesidad de construir un poder duro propio y aquella que aspira a ser referente de los valores de una postmodernidad verde y violeta. Aquellos que quieren reforzar la más social –y roja– se encuentran en minoría.

El debate no es sencillo y las posiciones en el seno de la UE son múltiples. Se avecinan meses intensos y, sobre todo, de toma de decisiones que definirán el futuro de la UE en el medio y en el largo plazo.


Salvador Llaudes | Asesor en el gabinete del secretario de Estado para la Unión Europea

Un año más, y a pesar de los importantísimos dosieres que están pendientes (las negociaciones del Marco Financiero Plurianual, el Pacto Verde Europeo o la puesta en marcha de una verdadera política migratoria común, entre otros), el Brexit será el acontecimiento que probablemente ocupe más portadas en este 2020. Es lógico que así sea, pues la salida de un socio del club comunitario no tiene precedentes. Hasta la fecha, los restantes 27 hemos sido capaces de mantener una unidad inquebrantable en la negociación con los británicos, cuestión capital a la hora de lograr nuestros objetivos. A partir del 31 de enero, fecha en la que se producirá finalmente la salida, se podrá empezar a negociar la relación futura entre la UE y Reino Unido. No nos engañemos: será una negociación durísima, cuya fecha límite para llegar a un acuerdo concluye el 31 de diciembre de 2020 (salvo una ampliación del plazo, hoy improbable). Es decir, tendremos menos de un año para acordar una nueva relación que contenga al menos un acuerdo de libre comercio centrado en bienes, incluyendo los productos agrícolas y vinculado a un acuerdo de pesca, así como disposiciones sólidas en materia de level playing field (terreno de juego en igualdad de condiciones). A todo esto se le habrían de añadir disposiciones en materia de seguridad interior y exterior.

En nuestra historia comunitaria, los acuerdos con terceros países han sido para profundizar la relación, no para limitarla. La magnitud del reto ante el que nos enfrentamos es, por tanto, extraordinaria.


Dietmar Pichler | Fundador y director de stopovereurope.eu y miembro del consejo de Vienna goes Europe

El Brexit será el acontecimiento del año; lo que suceda después del 31 de enero, para ser más preciso.

En primer lugar, debemos tener en cuenta que, con independencia de cómo sean las futuras relaciones comerciales entre la UE y Reino Unido, la situación política y el poder de la Unión cambiarán. Si la UE mantiene una relación cercana y amistosa con Reino Unido, tanto en cuestiones políticas como económicas, el daño potencial para ambos puede minimizarse. Sin embargo, eso daría lugar a un “mal ejemplo” para otros Estados miembros. Este riesgo, no obstante, se ha reducido en muchos Estados miembros, donde los partidos euroescépticos han dejado de promover una salida de la UE debido al desastre de las negociaciones del Brexit.

La pregunta crucial es si la UE podrá desarrollar una nueva relación cooperativa y, al mismo tiempo, independiente con Reino Unido y Estados Unidos. Es posible esperar que, durante la presidencia de Donald Trump, EU busque unas relaciones cercanas con Reino Unido, especialmente con el Partido Conservador dirigido por Boris Johnson. La UE todavía necesita a ambos países, no solo como socios económicos sino como aliados en materia de seguridad e inteligencia.

Tras la implementación del Brexit, se pondrá fin a la participación política e institucional de Reino Unido en la Unión. Esto abre una ventana de oportunidad para una integración política más profunda, así como para el progreso de la Unión y sus instituciones. Por supuesto, esto dependerá de los Estados miembros. Por ejemplo, al observar la actitud de Francia respecto a la ampliación a los Balcanes Occidentales, podemos ver que no solo Londres es capaz de ralentizar los procesos.


Susana del Río | Doctora en Ciencias Políticas, directora del grupo de expertos “Convención sobre el futuro de Europa” y profesora de UE en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales

La Conferencia sobre el Futuro de Europa marcará la nueva legislatura 2019-24 e influirá en las prioridades y retos de la agenda política europea de 2020. Las instituciones convocan esta conferencia para crear un espacio político conjunto de escucha directa a los representantes de la sociedad civil y, por tanto, a los ciudadanos europeos. En la primera sesión plenaria del Parlamento Europeo de este año se debatirá sobre esta gran conferencia.

Democracia representativa y democracia participativa se enlazarán permanentemente haciendo más tangible la democracia supranacional y el proceso de integración europea. En este marco, es importante que se impulse una nueva convención europea. Sería la tercera después de la que elaboró la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, vinculada jurídicamente al Tratado de Lisboa, y la que elaboró el tratado por el que se instituye una Constitución para Europa, que no avanzó.

Hay cuestiones que requieren una revisión a fondo de los tratados como son el paso de la unanimidad a la mayoría cualificada, la recuperación del spitzenkandidat o el debate sobre las listas transnacionales. En este trabajo, con anclaje de gran política, tendría que llevar las riendas la nueva convención; un modelo de suma con impronta real en la acción política. Llamar a una Constitución para la UE debería ser un vector central. Un proceso constituyente que lograría que los ciudadanos se sintiesen más identificados con el proyecto europeo.


Pablo R. Suanzes | Corresponsal de El Mundo en Bruselas

La respuesta no es original, el ángulo no es incisivo y la cuestión, a estas alturas, satura, pero no puede ser otra: Brexit. Hay asuntos importantes, como la presentación de una ley climática con los objetivos de neutralidad en 2050. Intentar culminar la Unión Bancaria antes de verano. Redefinir las directrices de la política exterior y las bases de una política comercial en un mundo cada vez más hostil. Pero si hay dos fechas que van a marcar la agenda europea de 2020 (y de la próxima década) son el 31 de enero y el 30 de junio, y ambas por lo mismo.

La primera es la fecha de la salida, de la ruptura, el fin a más de medio siglo de construcción y ampliación. Hasta ahora había dudas, esperanzas, sueños. De una marcha atrás, un nuevo referéndum, algo inesperado, pero tras el resultado de las elecciones británicas del 12 de diciembre no queda nadie en Bruselas que contemple otro escenario. Westminster, con una mayoría aplastante, debería sellar el punto y final en las próximas semanas. Y la Eurocámara tiene previsto ratificar el Acuerdo de Salida para que en la medianoche del 31 de enero arranque el periodo de transición.

Serán 12 meses de infarto en los que Reino Unido ya no será parte de la UE, pero tendrá que respetar sus leyes y decisiones. Sin voz, voto o veto prácticamente. La segunda fecha es el 30 de junio. A la mañana siguiente, Alemania vuelve a asumir la presidencia temporal de la UE. Pero es, además, el último día para que Bruselas y Londres se pongan de acuerdo para extender ese periodo de transición. Resumido y simplificado: si para entonces no está claro que un acuerdo comercial pleno y las bases de la relación futura se vayan a completar antes de final de año (y no hay nadie en todo el continente que crea que algo así es posible) quedarán dos opciones: a) pedir una prórroga de esa situación interina (y Johnson quiere prohibirlo por ley) o b) rezar para que el 31 de diciembre con lo que se lleve hecho, el Brexit sea lo menos doloroso y duro posible.

El mundo sigue girando, los problemas se acumulan, el escepticismo se enquista, pero un año más, lo que va a tener ocupados y distraídos a todos en el continente es el Brexit. Sabiendo, además, que la fase que se abre ahora es la difícil de verdad: los últimos 36 meses eran solo el calentamiento.


Idoia Villanueva | Eurodiputada y respondable de la Secretaría Internacional de Podemos

En un contexto de cambio de paradigma internacional es complicado elegir un solo hito determinante para la UE. Más bien, la cuestión crucial y que va a determinar probablemente la próxima década, es qué actor decide ser la Unión ante las diferentes expresiones de este cambio de paradigma: ante la tensión con Irán, el nuevo rol de Rusia en Libia, el devenir de la guerra comercial que estamos viviendo o la salida de EU del acuerdo de París.

Debe decidir si quiere ser un actor relevante en el nuevo orden mundial. Para eso tiene que redefinir sus valores, decidir si quiere una Europa unida y social con mirada propia. En estos momentos se está trabajando en una conferencia para redefinir el futuro de Europa. Es esencial que, en ese proceso, la UE trabaje para construir las condiciones para su autonomía política, lo que debe implicar terminar con la subordinación estratégica a EU. En 2020 lo que ocurra en América Latina, la relación con Rusia y la distensión en Ucrania; o las crisis en Oriente Próximo, que Donald Trump está agravando, serán las piedras de toque que marcarán el camino para avanzar hacia una política más autónoma en el nuevo contexto o a hacia la irrelevancia del seguidismo a EU. Políticas que no afectan sólo a la política exterior sino al propio devenir de Europa en el mundo.



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