Diagnóstico Económico

Tregua comercial

2020-01-20

El acuerdo supone en síntesis que solo dos tercios del comercio chino se verá...

Editorial, El País

El reciente acuerdo entre EE UU y China es más bien una tregua en su guerra comercial y un armisticio —por el que ambos gigantes se comprometen a reducir algunos de los daños que ya se han inferido mutuamente y, en todo caso, a no aumentar sus hostilidades— que un verdadero tratado de paz.

Ese carácter limitado del pacto no implica que no pueda surtir efectos positivos para el comercio mundial, que se ha resentido gravemente de esa guerra en 2019. Y aunque se trata solo de la primera fase de un acuerdo más global, que condiciona el inicio de la segunda etapa a su buen fin completo, es poco discutible que contribuirá de momento a la recuperación de los intercambios.

El acuerdo certifica, además, que la teoría de Donald Trump según la cual las guerras comerciales son buenas y es fácil ganarlas, amén de estridente, resulta falsa. De un lado, porque la presión interna le ha obligado a suavizar la última fase de sus nuevos aranceles: la escalada perjudicaba a sus agricultores al cercenar parte de su mercado exportador a China e incrementaba la urgencia de apaciguarlos mediante compras estatales, poco compatibles con la retórica neoliberal. Dañaba a industrias clave, como las tecnológicas, al encarecerles la compra de productos intermedios. Y hacía lo mismo con artículos de primera necesidad (ropa) a consumidores populares.

Por otro, la no reversión completa de las barreras comerciales izadas en dos años coloca hoy los aranceles en una media del 20% para cada lado, cuando era del 3% sobre los productos chinos y un 8% sobre los estadounidenses. Cierto que Pekín pierde en ventaja relativa, pero ambos pierden mucha más ventaja absoluta de precios.

El acuerdo supone en síntesis que solo dos tercios del comercio chino se verá afectado por los aumentos de la imposición aduanera, en vez del 100% con que Washington había amenazado en diciembre pasado, y que además son, en bastantes casos, de inferior cuantía a los anunciados. O sea: la situación actual mejora la de 2019, pero sigue siendo peor que la anterior a 2018.

Otros elementos van también en buena dirección. Son los compromisos asumidos por China en materia de protección de la propiedad intelectual industrial; la compra de productos agrícolas y la promesa de no manipular la divisa. Aunque se echan en falta avances sobre el fraude digital o las subvenciones públicas distorsionadoras de la competencia.

Más inquietud suscita el rudimentario mecanismo adoptado para encauzar los litigios bilaterales. En esencia, consiste en una carta blanca por la que Washington podrá reanudar la escalada arancelaria si considera que Pekín incumple sus pactos, lo que indica a sensu contrario que China obtiene bastantes más ventajas de las que las explicaciones oficiales de Washington dejan entrever. Si ese esquema se transformase en modelo para otros casos supondría un nuevo revés para el multilateralismo y la segunda muerte de la Organización Mundial del Comercio (OMC) tras la desaparición de su mecanismo de resolución de disputas, causada en diciembre por Trump.

Toda tregua es buena para la primera y más abierta potencia comercial mundial, es decir, para la Unión Europea, que ha sufrido los recesivos daños comerciales colaterales del pulso sino-americano. Siempre que Washington no pretenda apalancarse en la contención de su flanco al Pacífico para incrementar la tensión en el Atlántico.



Jamileth
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