Mensajería

Cultura moderna y pluralismo religioso

2020-03-05

En realidad, ciertas actitudes violentas no nacen automáticamente del suponer que uno...

Por: P. Fernando Pascual, LC 

Adherirse a una o a otra religión supone considerar que una religión sea verdadera.

Según algunos analistas, la cultura moderna (o postmoderna) habría hecho imposible pensar que existiera una religión verdadera y que las demás religiones fuesen falsas.

Pensar de esta manera supone, en primer lugar, que exista una cultura moderna que tuviese características más o menos claras. En segundo lugar, que esa cultura moderna tuviese un modo concreto de afrontar el pluralismo religioso.

Estas dos suposiciones son, sin embargo, problemáticas. Es evidente que existen ciertos modos de pensar que influyen en millones de seres humanos y que pueden encuadrarse con la etiqueta “cultura moderna”.

Pero lo anterior no es suficiente para que los planteamientos de la así llamada cultura moderna se conviertan en un criterio uniforme desde el cual se reflexiona sobre el pluralismo religioso.

Si la mentalidad moderna, según algunos, considera equivocado, incluso imposible, que una religión pudiera presentarse como verdadera, ¿en qué manera esto afecta a los creyentes en concreto¬?

Adherirse a una o a otra religión supone, en un número muy elevado de personas, un presupuesto irrenunciable a la mente humana: considerar que una religión sea verdadera, y que no lo serían las demás religiones.

Es cierto que otras personas se adhieren a esta o a aquella religión de un modo provisional, sin suponer que existan garantías de verdad, y con una mirada hacia las demás religiones como si tuviesen un valor (o falta de valor) semejante a la escogida.

Ello no quita que la adhesión a esta o a aquella religión no implique, aunque fuera implícitamente, un deseo de conseguir, a través de esa religión concreta, algo realmente bueno, correcto, justo, para la propia vida.

Si ello es así en muchos hombres religiosos, se comprende que su adhesión a tal o cual realidad religiosa puede ser acompañada por el deseo de compartir la propia fe para que otros lleguen a descubrir en ella verdades importantes para sus vidas.

La así llamada mentalidad moderna parece condenar este tipo de perspectivas. Incluso, en ocasiones, denuncia a quienes creen que la propia religión sea verdadera como si fuesen peligrosos candidatos al fundamentalismo y al desprecio hacia los demás.

En realidad, ciertas actitudes violentas no nacen automáticamente del suponer que uno está en lo cierto y que los demás están equivocados. Quien afirme esta extraña idea (los violentos son los que están convencidos de poseer la verdad) se autodeclararía violento por pensar de esta manera como si poseyera la verdad sobre este punto.

Las actitudes violentas pueden tener muchas causas, y conviene analizarlas con objetividad y sin prejuicios. Pero no resulta correcto decir que uno es un potencial intolerante por el hecho de considerar como verdaderas sus creencias religiosas.

La así llamada cultura moderna, allí donde exista más o menos consolidada, no puede imponer a nadie la idea de que el pluralismo religioso está unido al relativismo religioso, precisamente porque lo que piense y crea cada uno depende de presupuestos que muchas veces van contra el relativismo.

Por eso conserva su valor ese modo antiguo (también moderno) de afrontar el pluralismo religioso que consiste en preguntar, frente a cada sistema de creencias y de culto, cuáles sean sus fundamentos, qué ofrezca ante las preguntas más radicales de los seres humanos, y en qué manera esté cercano a lo que todos buscamos de modo irrenunciable: la verdad.



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