Migración

Temor en campos de refugiados por falta de pruebas de virus

2020-04-22

Aunque el relativo aislamiento de muchos de los campos de refugiados puede haber ralentizado la...

Por JOSEPH KRAUSS, RISHABH R. JAIN y CARA ANNA

En todo el mundo hay más de 70 millones de personas a las que las guerras y los disturbios han obligado a abandonar sus casas, hasta 10 millones de ellos llenan campos de refugiados y asentamientos informales, y casi ninguno se ha sometido a las pruebas para detectar el coronavirus.

Aunque el relativo aislamiento de muchos de los campos de refugiados puede haber ralentizado la propagación del virus, ninguno de ellos está sellado herméticamente. Sin pruebas, el coronavirus puede expandirse sin control hasta que los contagiados comiencen a mostrar síntomas. Si esto ocurre, habrá muy pocas o ninguna cama en unidades de cuidados intensivos ni respiradores. Puede que no haya siquiera guantes y mascarillas.

“Las pruebas son escasas incluso en Nueva York y Noruega, y no existen en la mayoría de los países del sur (del planeta) para la gente a la que tratamos de ayudar”, señaló Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para Refugiados (NRC, por sus siglas en inglés), a The Associated Press.

El grupo realizó recientemente una evaluación de los 30 países en los que opera y no halló apenas pruebas realizadas antes de la gente enferme.

En la provincia sira de Idlib, devastada por la guerra, solo un pequeño centro médico está equipado para recibir posibles casos de COVID-19, la enfermedad causada por el virus. En Bangladesh, los trabajadores humanitarios trabajan contrarreloj para levantar unidades de aislamiento en el campo de refugiados más grande del mundo. En dos inmensos campos en Kenia, los somalíes que sobrevivieron a décadas de hambruna y guerra, temen que lo peor esté por llegar.

“Si esto está matando a gente a diario en Estados Unidos, ¿qué cree que nos ocurrirá a nosotros?”, preguntó Mariam Abdi, que vende verduras en el campo de Dadaab, Kenia, donde 217,000 personas viven en interminables hileras de tiendas de campaña. “Todos moriremos”.

En muchos campos, las condiciones de hacinamiento y las deficientes infraestructuras pueden hacer imposible practicar la distancia social y el lavado frecuente de manos.

Los países occidentales, que para entonces podrían haber contenido ya sus propios brotes, tendrán que tener en cuenta que si el virus encuentra refugio entre los más vulnerables del mundo, podría regresar en cualquier momento.

No existen cifras oficiales sobre el número de refugiados que viven en campos, pero Egeland estima que son entre el 10% y el 15% del total de refugiados y personas desplazadas, una población que según Naciones Unidas ascenderían a más de 70 millones.

Ya habido positivos al coronavirus entre refugiados en Italia, Alemania, Líbano, Irán, Australia y Grecia, donde las autoridades dijeron el martes que 150 personas que vivían en un hotel para solicitantes de asilo en cuarentena habían contraído la enfermedad.

La mayoría de los contagiados sufren síntomas leves y moderados aunque en algunos casos, especialmente entre mayores y personas con enfermedades previas, el virus puede provocar patologías graves e incluso la muerte.

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UN “MILAGRO” QUE NO SE HAYAN DETECTADO CASOS

El coronavirus ya ha hecho acto de presencia en Siria, donde una guerra civil de una década ha desplazado a más de la mitad de sus 23 millones de habitantes. Al menos 350 instalaciones de salud han sido bombardeadas, en su mayoría por el gobierno. Más de 900 trabajadores sanitarios fueron asesinados y muchos más han huido.

Pero por el momento no se han reportado casos en la provincia de Idlib, en el noroeste del país, donde una ofensiva gubernamental desplazó a cerca de un millón de personas a prinicpios de año y donde las autoridades realizaron alrededor de 200 pruebas de detección.

Zaher Sahloul, un doctor sirio en Chicago que dirige la ONG médica internacional MedGlobal, dice que esto es un “milagro” y afirma que un brote allí sería “catastrófico”.

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“NINGÚN DOCTOR PODRÁ SALVARNOS”

En Cox’s Bazar, la región de Bangladesh donde más de un millón de miembros de la minoría musulmana rohinya abarrotan el mayor campo de refugiados del mundo, se han efectuado muy pocas pruebas, si es que ha habido alguna.

En el país hay una “capacidad de pruebas muy limitada” y la mayoría se realizan en la capital, explicó Kate White, coordinadora de emergencias médicas de Médicos Sin Fronteras.

Aunque se han reportado casos en el distrito, ninguno de ellos se detectó dentro del campo.

La agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, está levantando centros de aislamiento y tratamiento con capacidad para entre 150 y 200 pacientes.

Sakina Khatun, que vive con su esposo y sus siete hijos en una pequeña choza de bambú y lona, dijo que “el virus matará todo lo que toque” si entra a los campos. “Ningún médico podrá salvarnos entonces”.

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“SEGURAMENTE VOLVERÁ”

El mismo presentimiento se repite en las zonas en conflicto en Africa.

En Burkina Faso, 800,000 personas escaparon de los ataques de yihadistas en los últimos meses.

Aguirata Maiga dice que el jabón es tan caro para ella que tiene que elegir entre lavar las manos a sus hijos o su ropa.

El frágil sistema de salud del país tiene solo 60 plazas en cuidados intensivos y un puñado de respiradores para una población de unos 20 millones de personas.

En el atestado campo de refugiados de Kakuma, en Kenia, más de 190,000 somalíes viven en tiendas de campaña con apenas 19 pozos para todos.

Ni en Kakuma ni en Dadaab hay pruebas para detectar el coronavirus, señaló el coordinador sanitario de IRC en Kenia, John Kiogora. Tampoco hay UCIs ni respiradores.

“Si el coronavirus se propaga desde Europa, a través de Turquía, a Idlib, y se hace fuerte allí, con toda seguridad volverá a Europa”, dijo Egeland.



Jamileth
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