Pan y Circo

López-Gatell desprecia el debate

2020-05-12

Parte de la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador en 2018 se debió...

Salvador Camarena, El Financiero

Parte de la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador en 2018 se debió al ambiente de crítica y debate que México había construido desde los años noventa.

Es cierto que los cuestionamientos de AMLO a sus opositores de distintas épocas también contribuyeron a la apertura del país. Pero López Obrador no fue el iniciador de esa ruta –son ahí más valiosos Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y Porfirio Muñoz Ledo, entre otros políticos en los que deben ser destacados también algunos del viejo PAN.

Al denunciar desde finales de los ochenta corruptelas del PRI en Tabasco, la sociedad atendió los reclamos de Andrés Manuel y los fue incorporando a la agenda nacional del debate público.

Andrés Manuel ejerció la crítica con el derecho de quien planteaba cosas justas –limpieza electoral y una agenda más equitativa, por ejemplo–, y con la representatividad que se ganó mucho antes de ocupar puestos directivos en un partido opositor.

La paradoja no del todo sorpresiva es que ahora, como presidente de la República, López Obrador está empeñado en marginar la crítica y reducir el debate. En esa ruta, descapitaliza además la democracia mexicana que otrora él ayudó a nutrir.

El método de López Obrador para descremar el diálogo nacional es poco original, mas efectivo. Todos los días crea mucho ruido mediático, y pretende que se confunda la efervescencia del parloteo político surgido en Palacio Nacional con algo de sustancia, con vitalidad deliberativa.

Hay muchas declaraciones, pero no hay debate. Hay muchas opiniones, pero ni se contrastan ni se sintetizan buscando lo mejor de las diferentes perspectivas, sólo se superponen en el hilo del cronómetro de medios y redes sociales.

Esto ocurre porque en la lógica de López Obrador lo que importa es que haya opiniones, no el contraste de las mismas. No sólo lo ha dicho en varias ocasiones, la más reciente de ellas hace unos días, sino que ya ha contagiado de esa 'filosofía' a su espadachín mediático de moda, Hugo López-Gatell.

La semana pasada, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud protagonizó un ríspido episodio con una colega. Nurit Martínez, de El Sol de México, quería saber qué respondía el vocero de la estrategia antipandemia de las críticas que extitulares de Salud, entre otros personajes, han formulado a los números y las medidas gubernamentales para el Covid-19.

Al desdeñar a la colega Martínez, López-Gatell incurrió en una conducta dañina hacia la democracia.

Martínez pudo ser, o no, más puntual en sus preguntas, pero el funcionario quiso dárselas de vivillo y decidió desestimar el cuestionamiento por la forma en que fue planteado, y evadir el fondo, que es siempre lo más importante en un encuentro entre gobierno y prensa.

No sólo porque cobra un salario de los impuestos, sino porque se le ha conferido una importantísima función en esta coyuntura, López-Gatell estaba y está obligado a contestar no sólo la pregunta de Nurit, sino el trasfondo de la misma. Es decir, debió hasta agradecer a Martínez la oportunidad de abordar el tema que ella, como medio, llevaba a la conferencia vespertina, pero que ya tiene semanas instalado en la opinión pública: las dudas sobre los números y el enfoque sanitario de López-Gatell.

En vez de ello, el doctor nos mostró a qué nivel se ha mimetizado con el presidente López Obrador. Ese día no sólo desdeñó el papel de la prensa, sino que adoptó el credo amlista que, condescendiente, rechaza el debate diciendo que bienvenidas las opiniones y la libertad de expresión, pero no le entra a la sustancia.

Porque si López-Gatell honrara su formación como científico, más que “respetar” las opiniones que cuestionan sus datos se afanaría en sostener un debate público que despejara las dudas no de los exsecretarios, no de la reportera Martínez, sino de la ciudadanía. El subsecretario estaba obligado a atender esas dudas incluso si no se las planteaban en la rueda de prensa, pues el cuestionamiento existía independientemente de si lo retomaba o no una reportera.

Mas López-Gatell no cree en el debate; lo que ha demostrado en ya varias salidas es que más bien tiene gusto por avasallar e imponer su visión. Con una petulancia de supuestas buenas maneras, y siempre desde la condescendencia.

Ya no es un científico, es un político. Allá él. En esa arena es nuevo y no necesariamente ducho, como ha quedado claro cuando pierde los estribos y descalifica a la prensa, nacional e incluso internacional.

Ese es el otro error de López-Gatell: suponer que la prensa busca fastidiarle o atacarle. Al formular un sospechosismo ramplón mina un deber democrático: respetar la función de la prensa, que es la de cuestionar al poder, guste o disguste a este vocero de AMLO que, como su jefe, desprecia el debate que antes les benefició.



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