Editorial

¿Quién miente aquí?

2020-05-18

No se sabe de un político que, al ser confrontado por la prensa al respecto de cualquier...

Antonio Ortuño, El País

No se sabe de un político que, al ser confrontado por la prensa al respecto de cualquier irregularidad, error o insuficiencia, reconozca de buena gana su falta y se aplique a remediarla. No: lo que suelen hacer los políticos, y en especial los contemporáneos, es negar todo y, aprovechándose de la proliferación del concepto-paraguas de “Fake News”, tachar a la prensa que revela sus tropelías de mentirosa, corrupta o vendida. No hace falta ser un genio para distinguir entre los medios que trabajan con rigor y los emisores de paparruchas. Sin embargo, la gente común tiene la mala costumbre, lea lo que lea o escuche lo que escuche, de creer solo aquello que ya creía antes. Y, demasiadas veces, le resulta fácil tragarse el anzuelo de la descalificación de un político en el que, por el motivo que sea, confía.

Pero no nos pasemos de inocentes. Tampoco podemos partir del supuesto de que la prensa está conformada por puras blancas palomas. Por supuesto que hay intereses vivaqueando en los medios. Pero estos suelen manifestarse bajo formas mucho más complejas de las que logra entender un fanático y, no pocas veces, el político mismo. Veamos: un medio suele albergar directivos, editores, colaboradores y reporteros con idearios, agendas e intenciones muy diversas. Y no se diga hasta qué grado aumenta esa complejidad cuando hablamos de plataformas tan diferentes como los periódicos (locales, regionales, nacionales o de alcance mundial), las televisoras, los grupos radiofónicos, los portales de noticias en red… Despachar toda esa miríada de esfuerzos, ideas y programas de acción con generalizaciones tan burdas como "es que los medios mienten” no sirve, en pocas palabras, de nada. Es como decir “los mexicanos son bigotones” o “las enfermeras son bajitas”.

El político que afirma por sistema que los medios mienten lo hace porque le conviene sembrar la confusión y porque asume, además, que los medios son manejados con el mismo estilo vertical y autoritario con que opera él su gobierno, partido o movimiento. Si el poderoso de marras impone una línea y azuza o manda azuzar a sus incondicionales y bots para prodigar ataques personales, con nombre y apellido, contra rivales y críticos, pues es lógico que sostendrá que todo león es de su condición. Solo que no: basta con haber trabajado en un medio, o al menos ser un lector con criterio e inteligencia, para darse cuenta de que las cosas no funcionan así de lineales. No hay un solo medio autónomo (acá no cuentan las agencias, publicaciones y emisoras oficiales), ni siquiera los más descaradamente posicionados, en el que todos y cada uno de los directivos, editores, reporteros y colaboradores opinen igual y actúen coordinados, como en tabla gimnástica. De hecho, una multitud de reporteros, editores y colaboradores entran en batalla todos los días con editores y directivos, por más encumbrados que sean, para defender sus historias, investigaciones y maneras de ver el mundo. El que quiere ver “acuerdos turbios” y “nados sincronizados” entre competidores en las coberturas solo revela que él mismo opera de esa forma y entiende la realidad bajo esa luz.

No nos engañemos: la sumisión, la abyección, la genuflexión ante lo que diga al jefe, aun si eso implica falsear, amenazar o manipular la información, son costumbres nacidas de la política, no del periodismo. Y, de nuevo: eso no significa que el periodismo sea perfecto. Hay medios que investigan muy mal. Hay reporteros que no se documentan ni intentan comprender siquiera los temas que abordan. Hay editores que pierden la perspectiva de lo que es relevante y se van por “latidas” y obsesiones personales. Hay directivos que piensan más en la publicidad y los ingresos que en dotar de estabilidad y herramientas a sus equipos. Y el periodismo pobre en recursos y apoyos también suele estar mal hecho (pues los buenos trabajadores salen corriendo y se quedan los ganapanes). Ese periodismo abunda y se hace al aventón, sin capacitación, sin revisiones ni enfoques críticos. Y claro que hay medios manchados por los intereses, con columnistas que son voceros oficiosos, editores que razonan como militantes y directivos que se esfuerzan por “agarrar” la línea que les dé más dinero. Pero incluso eso, que tanto y tan alto vociferan los fanáticos, es culpa directa de sus políticos preferidos. Es el poder el que se esfuerza por cooptar a la prensa, por distorsionar la información hasta dejarla irreconocible, por convertir en aparentes verdades sus falsedades y mentiras.

Y, a fin de cuentas, un periodista que miente no pasará de ser una marioneta sin credibilidad. En cambio, el político que miente cada mañana suele llegar a los puestos más altos (gobernador, presidente, líder de la primera potencia mundial) si hay detrás de él suficientes tontos que le crean.



JMRS