Reportajes

Los combatientes mexicanos que fueron a la guerra junto con Estados Unidos

2020-05-27

El gobierno mexicano forzó a gran parte de la gran población japonesa a reubicarse en...

Richard Parker, The New York Rimes

Más allá de la guerra que conocemos

En 1945, el Escuadrón Aéreo de Pelea 201 ayudó a las Fuerzas Aéreas del ejército de Estados Unidos a derrotar a Japón, en una alianza que transformaría drásticamente la relación entre ambos países después de la guerra.

El más reciente artículo de “Más allá de la Segunda Guerra Mundial que conocemos”, una serie del Times que documenta las historias menos conocidas de la guerra, recuerda a las Águilas Aztecas, un escuadrón de cazas mexicano que se entrenó en Estados Unidos y luchó contra los japoneses junto a tropas aliadas en el pacífico asiático en 1945.

En los últimos días de mayo de 1945, un escuadrón de pilotos en sus P-47 Thunderbolt descendió sobre un convoy militar japonés. Más arriba, varios pilotos estadounidenses albergaban dudas sobre estos novatos, que se estrenarían en la liberación de Filipinas y, encima, mexicanos.

En su corpulento y rápido P-47 Thunderbolt, el teniente Reynaldo Pérez Gallardo se abalanzó sobre el convoy, volcando rondas de calibre .50 sobre los camiones japoneses, en ataque a baja altura. Entonces, cuando los vehículos estallaron en llamas, Gallardo ascendió su caza sobre el cielo del Pacífico, en una vuelta de la victoria, exponiéndose al fuego enemigo. Por la radio, una voz estadounidense crepitó: “¡Mira a ese mexicano loco!”.

Loco o no, este nuevo grupo de combatientes —unos 30 pilotos de una fuerza de 300 del Escuadrón 201 de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, apodado como las Águilas Aztecas— ahora estaba en la lucha para liberar al pueblo filipino.

El 201 no tuvo un efecto importante en el resultado general de la gran guerra en el Pacífico hace 75 años. Pero al final del conflicto, estos hombres fueron aclamados por su valentía y letalidad en sus máquinas, amados tanto por los filipinos como por los estadounidenses debido a su ferocidad. Y su participación junto con los estadounidenses ayudó a mejorar las relaciones entre México y Estados Unidos después de la guerra, argumenta Gustavo Vázquez Lozano en su libro El Escuadrón 201: La historia de los pilotos mexicanos de la Segunda Guerra Mundial, publicado en 2017.

Además de Brasil, que envió tropas para pelear en Italia, México fue la única nación latinoamericana que luchó activamente contra el Eje, específicamente el Imperio japonés, una decisión cuidadosamente tomada por el presidente mexicano Manuel Ávila Camacho, él mismo un antiguo soldado.

Al principio hubo una gran simpatía por la Alemania nazi entre los intelectuales mexicanos. Y Ávila Camacho era reacio a ponerse del lado de Estados Unidos, enemigo perpetuo de su nación con sus reiteradas invasiones e incursiones. Después de todo, el mismo general Douglas MacArthur había participado en la breve toma estadounidense del puerto de Veracruz, en 1914.

Pero el 14 de mayo de 1942, un petrolero mexicano frente a las costas de Florida fue interceptado por un submarino alemán, que torpedeó el barco, derramó 6000 toneladas de petróleo y mató al menos a 13 de los 35 tripulantes. Una semana después, los alemanes atacaron otro petrolero y mataron al menos a siete marineros mexicanos.

Fue suficiente. El 28 de mayo de 1942 se escuchó por la radio al presidente Ávila Camacho. “Aquella voz grave y sin emoción que declaró la guerra a las potencias del Eje hizo sentir a los mexicanos que la conflagración se acercaba a casa”, escribió Vázquez Lozano.

Sin embargo, en secreto, México estaba convencido de que su enemigo más mortal no estaba en el corazón de Europa sino en el océano Pacífico: Japón. El ejército mexicano interceptó un plan japonés para invadir Estados Unidos a través del mar de Cortés, en la costa del Pacífico. Las tropas aterrizarían en el estado de Sonora y conducirían hacia el norte en dirección al vulnerable suroeste de Estados Unidos.

El gobierno mexicano forzó a gran parte de la gran población japonesa a reubicarse en áreas designadas, y algunos incluso fueron a campos de detención. Los mexicanos se presentaron en las bases del ejército en todo el país como voluntarios para el entrenamiento, pero Ávila Camacho se había adelantado: ya había organizado al 201 y lo había enviado a Estados Unidos a entrenar, incluso antes de anunciar a la fuerza públicamente.

Los hombres, todos voluntarios, venían de una muestra variada de México. El comandante, coronel Antonio Cárdenas Rodríguez, era un veterano de combate que ya había volado con las Fuerzas Aéreas del ejército de Estados Unidos en el norte de África; aún así, algunos estadounidenses no sentían que Rodríguez fuese lo suficientemente proestadounidense e intentaron, sin éxito, que lo remplazaran. Gallardo, teniente cuando se presentó, era descendiente de una poderosa familia mexicana que se había transferido desde la caballería.

Los hombres del 201, todos voluntarios, provenían de distintos lugares en México.Credit...PJF Military Collection/Alamy

De camino a la guerra, los hombres del 201 se detuvieron primero en San Antonio, Texas, donde recibieron entrenamiento de las pilotas del Servicio de la Fuerza Aérea de Mujeres. Luego fueron enviados al norte de Texas y luego a Idaho, a entrenar en el avión que los llevaría a la guerra: el Republic P-47 Thunderbolt. Diseñado como un caza, el avión también era un tanque volador: capaz de dar soporte aéreo desde cerca, lanzando bombas de más de 220 kilos y descargando sus cañones calibre .50 con una ferocidad generosa. La armadura reforzada por la parte inferior también hacía que el avión fuera capaz de sufrir tantos daños como dispensarlos.

A Gallardo le encantaba llegar al límite con su gran avión de combate. Cuando el escuadrón fue a Greenville, en el norte de Texas, salió de formación en su Thunderbolt y zumbó sobre la ciudad —y voló justo encima de la calle principal—. Al aterrizar, fue arrestado y enviado a trabajo de escritorio. “Estaba muy triste”, dijo después en un recuento de historia oral para la Universidad de Texas en Austin. “Pero sabía que volvería a volar un día, y lo hice”. Fue restablecido en breve, a tiempo de concluir su entrenamiento en Texas e ir al entrenamiento avanzado con el resto de la unidad.

Lejos de casa, los mexicanos experimentaron algo que nunca habían conocido: discriminación durante el entrenamiento. El dueño de un restaurante se rehusaba a atenderlos, a pesar de sus uniformes, porque eran mexicanos. Muchos en el escuadrón sospechaban que los estadounidenses dudaban de sus habilidades como combatientes.

Mientras tanto, la contraofensiva estadounidense comenzó a dar frutos, aunque a un costo humano asombroso. La batalla del mar de Coral obstaculizó a la armada japonesa; la batalla de Midway destruyó sus preciados portaaviones. Las invasiones anfibias del ejército y la Marina estadounidenses evitaron una invasión de Australia y luego retiraron lentamente el control japonés de las islas que se extienden al sureste de Filipinas, incluso cuando se perdieron miles de vidas en batallas agotadoras, como sucedió en la de Guadalcanal.

Al fin, el premio quedó a la vista: Filipinas y las islas periféricas como Guam y Tinian. A partir de ahí, los Aliados volverían a estar dentro del alcance para bombardear las principales islas japonesas, y después invadirlas. Entonces, MacArthur regresó, y la principal fuerza de invasión estadounidense aterrizó en la isla filipina de Luzón el 9 de enero de 1945, entablando una lucha campal con los japoneses.

Al llegar a Filipinas a bordo del U.S.S. Fairisle el 30 de abril de 1945, el 201 fue asignado a la Quinta Fuerza Aérea de Estados Unidos. El 201 entró en acción por su cuenta cerca de Vigan, donde los japoneses estaban atrincherados y la única manera de sacarlos era volar cerca de la cordillera, ejecutando peligrosos bombardeos en picada. Los mexicanos cumplieron con el trabajo, para asombro de los estadounidenses, que los apodaron “narices blancas” por la pintura en sus cubiertas. Los pilotos habían volado tan cerca d
e los japoneses que uno de los primeros aviones recibió “dos impactos en las alas”, según Vázquez.

El 1 de junio de 1945, el 201 planificó un ataque a un depósito de municiones japonés. Debido a tres altos acantilados y a las baterías antiaéreas, tendrían que ir en picada desde grandes alturas y entonces intentar elevar y sacar sus pesados aviones. Los estadounidenses lo consideraron un suicidio; los mexicanos nunca habían bombardeado en picada en combate.

Cuatro pilotos despegaron. Carlos Garduño Núñez explicó después: “Fausto venía detrás de mí, pegado prácticamente. Primero yo solté mis bombas y salí inmediatamente rasurando el mar”. Subiendo rápido, recuerda, “vino el blackout y cuando recuperé la visión y mi avión iba subiendo, volteé a ver si Fausto me seguía… pero era otro avión”.

“¡Le dieron a Cachito!”, crujió la radio. “Cachito” era el apodo del piloto más joven del escuadrón, el teniente segundo Fausto Vega Santander, quien era de Veracruz y tenía solo 22 años. Varios relatos describen que fue alcanzado por fuego japonés o que perdió el control. Su poderoso P-47 se sacudió dos veces hacia la derecha y luego dio un tumbo hacia el Pacífico a 560 kilómetros por hora.

El 201 continuó al ataque de posiciones japonesas día tras día hasta junio. A medida que comenzaba la temporada de lluvias, el 201 entró en combate para atacar a la infantería japonesa y los cañones antiaéreos restantes en el norte de Luzón y el valle de Marikina, al este de Manila. Las pérdidas del escuadrón aumentaron en julio.

MacArthur ordenó a sus fuerzas que dirigieran su atención hacia el norte, al territorio japonés de Formosa, ahora Taiwán. La batalla por Filipinas había terminado a un costo de 13,000 vidas aliadas y más de 300,000 japonesas. Ahora, la batalla sería llevada directamente al enemigo.

Los mexicanos restantes volaron peligrosas misiones de seis horas a ras de las olas, sobre nada más que océano abierto, para atacar a los japoneses en Formosa con bombas de media tonelada. “Vimos aviones de Japón más frecuentemente en ese viaje de 1000 kilómetros que nunca antes”, dijo Miguel Moreno Arreola en una entrevista en 2003. “Pero ellos no querían pelear con nosotros, porque sabían que nuestros P-47s eran mejores que sus Mitsubishis. Podíamos volar más alto y más rápido”. Estas misiones fueron tan agotadoras que cuando regresaron, los pilotos tuvieron que ser removidos de sus cabinas y ayudados a salir de la pista.

Desde la cercana Guam, los grandes bombarderos estadounidenses rugieron para incendiar Japón. A pesar de las pérdidas, no hubo reemplazos y con 14 aviones destrozados, el 201 se estaba volviendo ineficaz en el combate. Tantos de sus pilotos fueron asesinados y aviones destruidos que el 201 fue dejado en Filipinas cuando los combatientes estadounidenses se trasladaron a Okinawa.

Entonces, una noche en agosto, los hombres se reunieron en una tienda de campaña en Clark Airfield. Se enteraron de que Estados Unidos había soltado bombas atómicas sobre dos ciudades japonesas, y que el enemigo finalmente estaba ofreciendo rendirse.

La guerra había acabado, y los hombres volvieron a casa para participar en desfiles y recibir flores. “Puedo recordar vívidamente nuestra bienvenida a casa en México”, dijo el capitán Luis Pratt a un entrevistador de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en 2003. “Mientras viajábamos a través de los pueblos hacia la capital de México fuimos recibidos por multitudes que nos aclamaban, confeti y bandas de música”.

Por sus contribuciones al esfuerzo de guerra, México recibió uno de los primeros asientos rotativos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, junto con los miembros permanentes, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, la Unión Soviética y China.

Las relaciones entre Estados Unidos y México se descongelaron permanentemente. El ejército mexicano recibió ayuda financiera de Estados Unidos; durante la Guerra Fría la CIA estableció secretamente la oficina más grande para la inteligencia de Estados Unidos en el hemisferio occidental en Ciudad de México. Finalmente, México recibió ayuda y entrenamiento militar de Estados Unidos, que continúan hasta nuestros días; los infantes de marina mexicanos, por ejemplo, entrenan en Camp Pendleton, California. El libre comercio no habría sido posible sin una atmósfera más relajada entre ambos vecinos norteamericanos, para bien o para mal.

El general Henry Harley Arnold dijo en 1945 que el escuadrón 201 puso fuera de combate a 30,000 soldados japoneses. Al registrar 2000 horas de salidas a combate, la unidad arrojó 1457 bombas sobre los japoneses.

Este año, murieron tres veteranos del escuadrón, según su asociación, y la unidad fue conmemorada en un monumento en Ciudad de México el 9 de febrero, como ocurre cada año. “Lamentablemente, no hay mucha gente que se acuerde”, dijo Martín del Campo Alfredo, miembro de la junta directiva de la asociación, cuyo abuelo fue un pionero de la Fuerza Aérea Mexicana. Sin embargo, al ejército y a las familias todavía les importa, dijo en una entrevista: “Aunque queden menos y menos hombres, vamos a seguir dedicados a su memoria”. Solo diez veteranos de la guerra siguen vivos y uno es un piloto: Carlos Garduño, quien recientemente cumplió cien años.



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