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De resistir a quebrarse: la rutina de un repartidor de cenizas en Perú ante avance de COVID-19

2020-06-10

En los últimos dos meses y medio, Orellanqui ha entregado hasta 200 urnas de mármol...

Por Marco Aquino

LIMA, (Reuters) - Cada vez que regresa a casa por la noche, Héctor Orellanqui no puede olvidar los rostros de las personas que reciben de sus manos las cenizas de un familiar muerto por COVID-19.

En los últimos dos meses y medio, Orellanqui ha entregado hasta 200 urnas de mármol con restos cremados por el nuevo rol que debió asumir en una funeraria en medio del brote del coronavirus en Perú: repartidor de cenizas a domicilio.

“Siento un dolor por dentro, porque si yo me quiebro cómo le entregó las urnas a los familiares: les doy aliento, ánimo”, dijo a Reuters Orellanqui, de 65 años, enfundado en un sobretodo y mascarilla de color blanco en un alto de su trabajo.

Pero el hombre canoso, casado y con dos hijos, afirma que luego “se quiebra” como todo ser humano tras entregar las urnas. “Cuando regreso a mi casa me siento solo y hay veces que se me salen las lágrimas”, dijo el repartidor de cenizas.

El crematorio Piedrangel en el que trabaja ha incinerado a al menos 3,500 fallecidos por COVID-19 o bajo la sospecha de haber contraído la enfermedad en el país sudamericano, que con más de 200,000 casos de coronavirus registra la segunda mayor cifra de contagios de América Latina, después de Brasil.

El número oficial de muertos por el virus ya supera los 5,700, pero la cifra podría ser mayor porque muchos han fallecido con síntomas del mal sin haberles realizado la prueba de descarte de la enfermedad y no figuran en los registros.

Según el registro nacional de defunciones del Gobierno, entre abril y mayo de este año la cifra total de fallecidos en todo el país -incluyendo los muertos por COVID-19- ascendió a 35.268, casi el doble frente a los mismos periodos del 2019 y del 2018.

La empresa Piedrangel no sólo crema a los muertos por la pandemia, sino también ha sido contratada por el Estado peruano para recoger los cadáveres desde hospitales, viviendas o a veces desde la calle donde algunos han sucumbido ante el virus.

Orellanqui, quien trabaja como chofer en el crematorio desde hace cinco años, recogía cadáveres al inicio de la pandemia pero por ser mayor de 60 años fue designado a realizar una labor de menor riesgo de contagio, pero quizá más dura y difícil.

“A veces se emocionan, (piensan) que van a tener los restos de sus seres queridos”, dijo el hombre sobre el comportamiento de los familiares cuando entrega la urna. “Digo que la muerte es ganancia para el señor (Dios) y allí se tranquilizan un poco”.

RESPALDO VENEZOLANO

Antes del 19 de marzo cuando apareció la primera víctima mortal de la enfermedad en Perú, el crematorio Piedrangel tenía 35 trabajadores y ahora llegan a 120 empleados en tres turnos, las 24 horas del día, para atender una demanda que sigue creciendo.

Miguel Gonzáles, administrador de Piedrangel, afirmó que casi un 70% de sus trabajadores son inmigrantes venezolanos quienes mayormente acopian los cadáveres, algunas veces desde barrios pobres y otras desde zonas residenciales de Lima.

“Ellos han encontrado una oportunidad, nos sentimos bastante contentos con ellos. Se les paga un sueldo digno”, manifestó.

En los últimos años millones de venezolanos han huido de la crisis económica en su tierra natal y ahora luchan a diario en varios países de Sudamérica para pagar alimentos y arriendos en tiempos de coronavirus. En Perú viven 860,000 venezolanos, el segundo mayor receptor de estos migrantes después de Colombia.

Alexander Carvallo, uno de los migrantes, dijo que aunque el empleo es duro tiene que esforzarse para poder enviar dinero a su familia. “Le tenía pánico a los muertos, en Venezuela mi trabajo era de mecánico, más que todo en rectificación”, refirió.

El crematorio cobra unos 3,100 soles (905 dólares) por el recojo, cremación y entrega de cenizas y la remuneración mensual de un acopiador es de al menos 4,000 soles -más de cuatro veces el sueldo mínimo en Perú-, dijo el administrador Gonzáles.

“Estamos recogiendo un promedio de 70 a 80 muertos diario: Ha habido días que le decimos al hospital que ya no podemos recoger porque la capacidad ya no nos da”, dijo en diálogo telefónico.

El crematorio ubicado en el distrito limeño de Chorrillos tiene siete hornos, que con temperaturas superiores a los 1,000 grados incineran un cadáver. Tras un promedio de dos horas de trabajo recogen 1,2 kilos de cenizas de un cuerpo.

“Los cadáveres que no podemos incinerar por falta de tiempo, lo enumeramos, con sus nombres, y los tenemos en un frigorífico a la espera de su cremación, de su turno”, manifestó Gonzáles.

NUEVA CULTURA FUNERARIA

El administrador del crematorio dijo que ante la falta de suministro de insumos, la empresa misma ha tenido que fabricar bolsas de lona para recoger los cadáveres, ataúdes para su transporte y hasta las urnas de mármol para las cenizas.

Para la entrega de los restos, la compañía ha creado una brigada de seis grupos, integrados por tres personas cada una incluido el conductor del vehículo funerario.

“Al inicio no había problemas con la entrega en la misma funeraria, pero la aglomeración de familiares en la puerta de cementerio jugaba en contra nuestra por el riesgo de contagio; así que decidimos entregarlos a domicilio”, dijo Gonzáles.

Perú informó su primer caso de coronavirus el 6 de marzo y tardó 25 días en llegar a 1,000 contagios. Tomó dos semanas más para llegar a 10,000 casos el 14 de abril. La cifra actual de contagios es el doble de la que tenía el 19 de mayo.

El país andino fue uno de los primeros de Latinoamérica en decretar a mediados de marzo una cuarentena en busca de frenar la enfermedad, medida que se ha extendido hasta fines de junio para cumplir uno de las confinamientos más largos en el mundo.

Gonzáles afirmó que por ser una labor de riesgo, cada 10 días todos sus trabajadores pasan por una prueba de descarte en prevención. “Todos hasta ahora gozan de buena salud”, dijo.

Con la entrega a domicilio de las cenizas prácticamente han desaparecido las ceremonias fúnebres y los parientes ya no pueden llorar a sus seres queridos en un ritual religioso.

“La cultura de un entierro era velar al muerto, era el despido a un nuevo destino. Ahora no, la cultura funeraria ha cambiado totalmente”, expresó Gonzáles.



Jamileth

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