Vuelta al Mundo

Francia y el racismo: Las protestas por George Floyd inspiran un debate en el país europeo

2020-06-20

La nación siempre ha buscado la justicia social a través de un compromiso con ciertos...

Por Norimitsu Onishi, The New Tork Times

La nación siempre ha buscado la justicia social a través de un compromiso con ciertos ideales universales. Pero una generación más joven exige el reconocimiento del racismo y pide soluciones.

Luc Pechangou nunca había ido a una manifestación, ni siquiera cuando su propio vecindario, ubicado a las afueras de París, se estremeció debido al violento arresto de un joven negro de la zona en 2017.

En cambio, su motivación para unirse a una manifestación antirracismo fue la muerte de George Floyd en Mineápolis y, según él, eso le permitió ver las cosas con más claridad en Francia, su propio país.

“Fue el impacto que necesitaba para despertar”, dijo Pechangou, de 20 años. “El privilegio de los blancos es real. Los blancos tienen acceso a empleos. No los detiene la policía. No tienen que preocuparse por lo que traen puesto o si llevan sus identificaciones”.

“Pero nosotros, como negros, tenemos que estar preocupados todos los días”, agregó Pechangou, quien nació en Camerún, una excolonia francesa de África, y vive en Hector Berlioz, un inmenso complejo de viviendas subsidiadas en Bobigny, un municipio cercano al noreste de París. “La gente nos mira con sospecha. Nos preguntan qué estamos haciendo. Cuando tomo el transporte público, debo mostrar lo que llevo en la mochila. No es justo vivir así”.

Después del asesinato de Floyd, se han propagado reflexiones angustiantes sobre la raza mucho más allá de Estados Unidos. En Francia, han detonado un ajuste de cuentas inesperado en un país que desde hace mucho tiempo ha buscado la justicia social por medio de un compromiso con ideales universales como la igualdad y el secularismo, bajo el argumento de que un énfasis en la diversidad, la etnicidad o la raza podría socavar la unidad y el tejido social.

Muchos negros y musulmanes franceses de generaciones más jóvenes —en este momento, casi todos de comunidades de migrantes de tercera generación— están presionando para que haya un nuevo modelo que considere las diferencias raciales y la discriminación. Están desafiando un ideal fundacional de la Francia moderna, inspirados en los movimientos estadounidenses que buscan resolver el racismo que ha penetrado las estructuras del Estado.

En el pasado, se había rechazado por completo aquello que pudiera percibirse como un desafío a los ideales franceses: como el uso de pañuelos musulmanes en la cabeza, un fenómeno que algunas personas ven como una amenaza para el secularismo francés. Los políticos tradicionales, tanto de la izquierda como de la derecha, se siguen oponiendo con ferocidad a lo que perciben como una amenaza para su cosmovisión que se inspiró en el modelo estadounidense.

Sin embargo, incluso una buena parte de la clase política reconoce que la nación no ha logrado integrar a los inmigrantes no blancos, musulmanes ni a su descendencia, originarios de las colonias que alguna vez le pertenecieron a Francia.

Christiane Taubira, la primera mujer negra que fue ministra de Justicia en Francia y que ocupó ese cargo durante el periodo de 2012 a 2016, afirmó que la “discriminación estructural” es responsable de que las minorías no blancas no puedan encontrar su lugar en la sociedad francesa. No ha habido muchos cambios desde 2005, cuando dos adolescentes que huían de la policía fueron electrocutados hasta la muerte, un incidente que desencadenó semanas de disturbios en los suburbios pobres de París y que puso los reflectores en las fisuras raciales de Francia, señaló Taubira.

“Intentaron entrar a la república por la puerta, la ventana, el sótano, pero no lo lograron”, dijo Taubira, quien ahora está jubilada, en una entrevista telefónica que concedió desde la Guyana Francesa, una región francesa de ultramar ubicada en la costa norte de Sudamérica. Como se sienten rechazados en Francia, encontraron una forma de “refugio” cuando voltearon hacia Estados Unidos, agregó.

En Francia, las protestas han sido lideradas por la familia y los simpatizantes de Adama Traoré, un hombre de 24 años que murió en 2016 mientras estaba en custodia de la policía. En París, a pesar de las inquietudes por el coronavirus, se ha desatado una serie de protestas que han convocado hasta 20,000 manifestantes, entre ellos un porcentaje visible de participantes blancos.

Sus demandas formales al gobierno se han centrado en la reapertura de la investigación sobre la muerte de Traoré. No obstante, en los mítines, los manifestantes han expresado con fervor comparaciones entre Francia y Estados Unidos, una situación que ha enfurecido a muchos franceses que niegan el racismo profundamente arraigado en Francia y que acusan a los manifestantes de promover su propia agenda política.

Pareciera que las protestas tomaron desprevenido a un gobierno de por sí agobiado por la pandemia y la crisis económica. Después de varios días de silencio, dio la impresión de que el presidente francés, Emmanuel Macron, reconoció a ambos bandos, al señalar que el “racismo” era una “traición al republicanismo universal”.

El domingo, en un discurso nacional dedicado a la pandemia, Macron también prometió seguir siendo “intransigente” en contra del racismo. No obstante, advirtió que esta “noble lucha” es “inaceptable” cuando “queda en manos de separatistas” que quieren dividir a la sociedad francesa.

La negativa de Francia a hablar sobre la raza o tan siquiera reconocerla ha sido un obstáculo para la integración y el cambio, argumentan algunos franceses, en especial quienes pertenecen a una generación más joven de activistas e intelectuales.

“Cuando se habla de asuntos de raza o racialización en Francia mucha gente queda impactada y cree que tú eres el racista”, dijo Pap Ndiaye, un historiador del Instituto de Estudios Políticos de París que, tras estudiar en Estados Unidos en la década de 1990, encabezó los esfuerzos para fundar los estudios afrodescendientes como una disciplina académica en Francia. “Por lo tanto, quienes hablan sobre el tema no son la mayoría”.

Los debates sobre la raza están sucediendo después de dos meses de encierro que dejaron expuestas las desigualdades raciales en Francia. Así como el virus afectó de forma desproporcionada a las poblaciones negra y latina en Estados Unidos, Seine-Saint-Denis —el departamento más pobre de Francia, ubicado al norte de París, que también es el hogar de grandes poblaciones de personas que no son blancas— recibió uno de los golpes económicos más fuertes y sufrió una de las tasas de letalidad más altas del país.

Aunque las autoridades y los medios informativos se enfocaron en el impacto del virus en Seine-Saint-Denis, evitaron la perspectiva desde un término racial, comentó Ndiaye. En Francia, es ilegal tener estadísticas raciales, étnicas o religiosas.

Sin datos, es imposible comprender el alcance de los problemas, mencionó Ndiaye. Y agregó: “El progreso no se alcanza con códigos de lenguaje. Debemos ser capaces de decir palabras”.

Sin embargo, hay quienes aseguran que poner demasiado énfasis en las identidades raciales invita una reacción negativa —desde la extrema derecha, por ejemplo— porque va en contra de los principios rectores de Francia. En días recientes, líderes de la extrema derecha han aprovechado las protestas para promover los derechos de los franceses blancos: un ejemplo más de una identidad política corrosiva, según las corrientes dominantes francesas.

Recopilar datos sobre el origen étnico o la raza podría convertir a las minorías en objetivos para la extrema derecha, dijo Patrick Weil, historiador de inmigración que enseña en la Universidad Pantheon-Sorbonne en París y en Yale. Durante la Segunda Guerra Mundial, la ausencia de tales datos ayudó a muchos judíos franceses a evadir a los nazis, dijo Weil.

“Siempre debemos tener cuidado de que la política que estás proponiendo no se use exactamente para lo contrario de lo que estás luchando”, dijo Weil.

Aunque imperfecto, el universalismo de Francia brinda más igualdad que en Estados Unidos en servicios importantes como la educación y la salud, que se financian a nivel nacional, dijo Weil.

En una encuesta publicada esta semana por Seine-Saint-Denis, un área administrativa cuyo centro queda en Bobigny, más del 80 por ciento de los participantes respondió que creían que la raza y el origen étnico era la base de la discriminación al lidiar con la policía o en el empleo. La encuesta mostró que los jóvenes sentían la discriminación de forma más aguda.

Mientras que en Seine-Saint-Denis las generaciones de migrantes de mayor edad titubeaban al momento de hablar sobre racismo, sus hijos tenían expectativas más altas del único país que conocían, señaló Yancouba Diémé, un escritor de 30 años que creció en ese vecindario y sigue viviendo ahí.

“En Francia, quieren que nos quedemos encerrados en Seine-Saint-Denis”, opinó Diémé, cuya novela, Boy Diola, relata la migración de su padre a Francia desde Senegal, una excolonia de África occidental. “En París, cuando queremos ir a un club nocturno un sábado, como cualquier otra persona, a veces nos detiene un cordón policiaco. No quieren vernos. Quieren que nos quedemos en casa, que nos callemos la boca y que, como nuestros padres, permanezcamos invisibles”.

En el complejo de viviendas Hector Berlioz, algunos recordaron a Théodore Luhaka, un hombre negro de 22 años que fue herido por un oficial de policía durante un arresto en un barrio cercano en 2017. En un caso aún sin resolver, Luhaka dijo que el agente lo sodomizó con una porra. Los expertos médicos dijeron después que sus heridas resultaron de ser golpeado en el área anal.

En una tarde reciente, un grupo de hombres —cuyos padres llegaron de Senegal, Mauritania, Malí, Algeria, Haití y otras antiguas colonias— se reunieron en la azotea de un edificio al lado del complejo de viviendas. Se saludaron con golpes de puño. Se referían a los blancos como “babtou” —argot verlan, o las sílabas invertidas, de “toubab”, una expresión de África occidental que significa blancos. Hablaron de personas negras no con la palabra francesa históricamente cargada “noir”, sino con la palabra inglesa “black” o el verlan, “renoi”.

Hablaron de ser excluidos de la Francia que se encontraba más allá del “93”, los dos dígitos del código postal del departamento y la abreviatura de Seine-Saint-Denis.

“Nuestros padres vinieron aquí buscando El Dorado, trabajaron, se jubilaron, murieron y nos dejaron aquí”, dijo Ibrahim Sakho, de 38 años, un plomero cuyos padres llegaron de Senegal y Mauritania. “Y una generación, dos generaciones después, y ahora es la tercera, hasta ahora, no hemos sido aceptados como franceses”.

“Y duele”, agregó. “Cuando vamos a África, no somos africanos. Y en Francia, no somos franceses. Quedamos entre dos aguas”.

Norman Ajari, un filósofo francés especializado en temas raciales que da clases en la Universidad Villanova, dijo que el fracaso de la integración de comunidades como Seine-Saint-Denis enfatizaba el fracaso del universalismo francés.

“El modelo francés ha sido desacreditado”, opinó Ajari. “Ahora, el debate se centra en si debemos exigir la abolición de la policía y qué debemos exigirle al Estado”.

“Esta obsesión con el universalismo es inútil en términos políticos y no nos deja ver lo que está en juego en esta lucha, lo cual es concreto”, agregó Ajari.

Sin embargo, en Francia, la mayoría, incluida la clase política convencional, sigue comprometida con su tradición universalista.

Los conceptos estadounidenses como el “privilegio blanco” y la “discriminación positiva” son ideas políticas imposibles, comentó Corinne Narassiguin, la segunda funcionaria más importante del Partido Socialista de Francia.

En sus años en el poder, el partido no logró la integración de grupos no blancos porque confiaba de manera exclusiva en las políticas económicas y sociales, dijo Narassiguin, quien vivió en Estados Unidos durante 13 años y es originaria de Réunion, el departamento francés del océano Índico.

Según Narassiguin, es necesario atacar directamente el problema de la discriminación y el racismo: por ejemplo, reformando los procesos de identificación que hace la policía, los cuales el gobierno ha reconocido que se enfocan de forma injusta en los jóvenes negros y árabes, o generando conciencia en la capacitación de los empleados y en los recursos humanos del sector privado.

“En Francia, le dimos la impresión a toda una generación de jóvenes que no entendíamos la realidad de la discriminación en el país y el violento racismo que experimentaban día a día”, dijo Narassiguin. “Así que los obligamos a buscar otras soluciones”.



JMRS